Hay varias aristas de la situación política que estamos atravesando que pueden ser analizadas con algunas herramientas conceptuales que el filósofo francés Michel Foucault compartió en un curso de finales de la década de 1970 titulado “Nacimiento de la biopolítica”.

Pensemos, para comenzar, en las mayores críticas que han generado tanto el DNU 70/2023 como la “Ley Ómnibus” que el Presidente envió al Congreso. Más allá de los numerosos y variadísimos contenidos que pueden ser evaluados caso por caso, lo que primero ha llamado la atención es la manera en la que se intenta concentrar el poder en el Ejecutivo avanzando sobre las atribuciones contempladas por la Constitución Nacional.

¿Cuál es la estrategia que diversos sectores ya pusieron en marcha para evitar lo que se entiende como un abuso de poder? Discutir la legitimidad de estas medidas oponiéndose a ellas con argumentos jurídicos que remiten a las leyes más fundamentales. Ahora bien, el gobierno no parece estar muy interesado en discutir la validez jurídica de sus propuestas (que según afirman abrumadoramente los especialistas, es muy débil). Más bien insiste en que deben ser evaluadas bajo otra lógica: la de su necesidad y urgencia en términos económicos.  

Federico Sturzenegger, el autor o instigador visible del DNU, ha declarado que “la idea era dar una imagen de cambio de régimen. El Presidente tiene que dar esa señal y hacerlo de forma rápida y contundente”. Se entiende claramente cuál es el sujeto tácito hacia el que esa señal es emitida: el mercado. Sabemos que la demanda que el orden jurídico realiza sobre las acciones del Estado no es la misma que la que realiza el mercado. El primero pregunta por su legitimidad, el segundo por su utilidad en términos de eficiencia.

Pensemos esta diferencia en torno a algunas decisiones que muchos gobiernos tomaron durante la pandemia de Covid-19: prohibición de libre circulación y control sobre la vacunación. El liberalismo jurídico puede discutir desde los derechos individuales la legitimidad que el Estado tiene para realizar esas acciones, pero la pregunta propia de la economía o de la epidemiología es otra: ¿esa medida es útil o no?

Claro está que en el contexto de una emergencia sanitaria como la que se ha vivido, la tensión -o incluso contradicción- existente entre las dos lógicas puede desequilibrarse hacia la búsqueda de la eficiencia. Esto explica el motivo por el cual el nuevo Presidente ha intentado desde el día uno exagerar hasta lo absurdo la situación de crisis económica en la que efectivamente nos encontramos, para habilitar así este desequilibrio que pretende barrer el problema de la legitimidad jurídico-política en nombre del “solucionismo” economicista.

Este es el verdadero “cambio de régimen” al que estamos asistiendo. Por supuesto, no se trata de un invento de Sturzenegger ni de Milei. Fue primero una torsión propia de lo que Foucault denominó “gubernamentalidad liberal” en el siglo XVIII y una de sus características más importantes fue que el mercado comenzó a operar como lugar de veridicción. Es decir, como aquella instancia a partir de la cual se puede comprender y distinguir lo verdadero de lo falso. Como el único lugar en el que la verdad puede aflorar y que por ello debe quedar a resguardo de la intervención del Estado.

Este cambio de régimen no implica la disolución del Estado de derecho, sino el comienzo del reemplazo de su lugar fundante por el de ayudante al servicio de la lógica del mercado. Claro está que no estamos asistiendo simplemente a un renacer del liberalismo clásico, no se le exige al Estado que no se entrometa en los aspectos estrictamente económicos de la sociedad y que deje hacer (laissez-faire) a la mano invisible del mercado.

El momento neoliberal (motorizado por las escuelas austríacas y alemanas en primer lugar) implica una profundización sin precedentes de una lógica que asomaba en la gubernamentalidad liberal. Afirma Foucault que “se trata de una nueva programación de la gubernamentalidad liberal. Una reorganización interna que, una vez más, no plantea al Estado el interrogante: ¿qué libertad vas a dar a la economía?, sino que pregunta a la economía: ¿cómo podría tu libertad tener una función y un papel de estatización, en cuanto esto permita fundar efectivamente la legitimidad de un Estado?”

Que el neoliberalismo funde la legitimidad política en el funcionamiento económico y ya no en el orden jurídico es algo que quedó en evidencia palmariamente en el caso de las dictaduras latinoamericanas de la década de 1970, principalmente en el emblemático caso chileno. Por este motivo, el desprecio que muestra el actual Presidente por las dinámicas democráticas consagradas en la Constitución Nacional no es una novedad.

Pero el cambio de régimen no se reduce, solamente, a poner el orden jurídico al servicio del económico o a intentar evitar que el Estado deje en libertad a las fuerzas del mercado. Por un lado, amplía el ámbito del mercado entendido en sentido estricto a todos los aspectos sociales, políticos, educativos, afectivos, subjetivos pensables: la lógica del mercado y la verdad que allí aflora debe transformarse en la clave de lectura y comportamiento de todos los aspectos de nuestra existencia, tanto individuales como colectivos. A la vez, el mercado ya no es el lugar del intercambio entre iguales, sino fundamentalmente un espacio de producción y entrenamiento de competitividad.

Foucault sostiene que “lo que se procura obtener no es una sociedad sometida al efecto mercancía, sino una sociedad sometida a la dinámica competitiva. No una sociedad de supermercado: una sociedad de empresa. El homo oeconomicus que se intenta reconstituir no es el hombre del intercambio, no es el hombre consumidor, es el hombre de la empresa y la producción.”

Se trata de un régimen de intervencionismo estatal que intenta activamente una conversión de las relaciones sociales y las subjetividades a la lógica del mercado. Por ese motivo no busca disolver al Estado, sino utilizar todas sus herramientas (jurídicas, represivas, comunicacionales, económicas) al servicio de la proliferación de la forma-mercado.

En la versión fundamentalista encarnada por el nuevo Presidente, la “verdad” que aflora allí tiene un carácter sagrado. Toda forma de vida, de lazo social, de valoración que sea disruptivo respecto a la lógica monocorde del mercado, se interpreta como un “colectivismo” hereje. Toda potencia que no se allane a reducirse a la domesticada competitividad de tipo empresarial, es sospechosa. Todo verdadero león, un peligro.