Definido el panorama de las PASO legislativas, se mantiene la tendencia de un país dividido en tercios, donde se manifiestan dos polos muy marcados; uno definido por el oficialismo y un segundo que contiene a aquellos sectores identificados con la ex primera mandataria. El “lugar político” de disputa, seguirá siendo el tercio relativamente independiente y oscilante, que define elecciones. Ese sector de centro está compuesto mayormente por asalariados registrados y de ingresos medios, que registraron durante 2016 una evolución de poder adquisitivo a la baja. Este segmento, se distinguió en el primer año por conservar determinado colchón de ahorro disponible “para quemar”, así como consumos de bienestar (más no de subsistencia) para prescindir. La lectura del escenario venidero conlleva preguntarse qué tan afectado estará el mencionado estrato medio respecto de las políticas del macrismo en lo que resta del año.

Una primera aproximación implica discutir el desempeño del poder adquisitivo para el remanente de 2017. Es un dato que el promedio de paritarias se consolidó en torno al 22%, con la particularidad de que muchas negociaciones colectivas incluyeron cláusulas de ajuste por inflación del salario nominal. Este esquema de “convenios gatillo”, hace las veces de techo implícito para con los salarios reales. Ocurre que, aunque la inflación aplicada para indexar los salarios sea representativa del aumento del costo de vida (punto altamente discutible), la misma se convertirá en el límite máximo sobre el cuál los trabajadores verán recompuestos sus niveles de ingresos. En un contexto donde el caballito de batalla del oficialismo se erige sobre el concepto de “crecimiento”, cabe preguntarse qué tanto se va a sentir una eventual mejora macroeconómica sobre la capacidad de compra de las familias. Este interrogante es central, por ser una de las variables que define el “humor social” de la población en una economía cuya actividad se explica en un 75% por el consumo interno.

Para contextualizar empíricamente, según el índice de salarios publicado por el Indec, se tiene un avance nominal del 53,16% para los empleados registrados, desde diciembre de 2015. Ocurre que esta suba del salario de bolsillo se queda corta cuando se la compara con el aumento del nivel general de precios, de entre el 62% y 65%, dependiendo el índice con el que se mida. Por tanto, la pérdida promedio de poder adquisitivo en el lapso diciembre 2015-junio 2017 se posiciona alrededor de 6,7 puntos porcentuales. Claro está que este deterioro se explica por buena parte de la recesión de 2016. Cuando se acerca la lupa a los números más próximos, se desacelera la caída, aunque los números siguen siendo magros. Así, se tiene una virtual paridad entre precios y salarios en lo que va de 2017, donde el sector registrado tuvo una mejora acotada del 0,4%, mientras que el sector privado informal sufrió un retroceso de igual magnitud. Analizando los ingresos de los jubilados, en función al haber mínimo, el fenómeno comparte tendencia, pero de manera aún más pronunciada: un retroceso del 13,2% en el acumulado desde fines de 2015 y una caída del 7,1% desde el último ajuste de 2016.

Con todo, la recuperación de los salarios reales será la principal variable de gravitación en la última parte de 2017. Si se atenúa el ritmo de la inflación a partir de un alto en el proceso de liberalización de tarifas de servicios, además de contener la marcha de los demás precios regulados de la economía, el consumo puede empezar a verificar un rebote. Si, en cambio, continúa la gobernanza del mercado por sobre las decisiones económicas, será difícil esperar que el poder adquisitivo de la mayor parte de la población mejore y, con eso, nuestro país vuelva a gozar de su principal vector de crecimiento genuino e inclusivo.

*Director de la Licenciatura en Economía de la Universidad Nacional de Avellaneda. Twitter: @jsfraschina