El 27 de octubre Argentina eligió un nuevo presidente. Alberto Fernández y Cristina Kirchner obtuvieron el 48,24% de los votos contra el 40,28% de Mauricio Macri y Miguel Pichetto. Capítulo aparte merece el nuevo yerro que tuvimos los encuestadores. No me extenderé por razones de espacio, sólo diré que las estimaciones respecto al Frente de Todos no erraron o lo hicieron mínimamente, pero los 5 a 10 puntos subestimados por todas las encuestas previas para Juntos por el Cambio se escapan de cualquier probabilidad estadística. Las explicaciones del yerro deberían apuntar en 2 direcciones posibles. La primera referida a la ausencia de un método suficientemente confiable cuando se trabaja con marcos muestrales telefónicos o web y no está garantizada la equiprobabilidad[1] de selección de electores (las encuestas presenciales sí garantizan la equiprobabilidad, pero un campo nacional de mil casos o más difícilmente puede tardar menos de 7 días en arrojar resultados). Y la segunda y que más nos interesa, es la alta probabilidad de que no menos de 1 millón (4-5%) de quienes votaron a Macri hayan tomado esa decisión durante los días de veda electoral, lo que nos lleva a la pregunta de si existían elementos para predecir ese comportamiento; con el diario del lunes, creemos que sí.

En diciembre de 2015 Mauricio Macri inició su gobierno con una batería de medidas muy contrarias a los 12 años de gobierno kirchnerista que parecían más dirigidas a alejar que a acercar al casi 49% de electores que optó por Daniel Scioli en el balotaje. Hacia fines del primer mes de gobierno, ya observamos que un 38% de la población adulta recelaba del gobierno de Macri y que el nuevo presidente no estaba logrando sumar apoyos de casi nadie por fuera de quienes lo habían votado. La metafórica “grieta” que tanto se había enunciado en épocas del kirchnerismo y que el nuevo gobierno decía venir a cerrar, no cedía y se fortalecía. Esa situación latente comenzó a comprobarse unos meses después cuando empezaron los primeros focos de oposición al macrismo que iban más allá del kirchnerismo militante, como las marchas y asambleas contra el tarifazo y las movilizaciones sindicales. Hoy queda más que claro que uno de los signos más persistentes de los 4 años de gobierno de Mauricio Macri fue la imposibilidad de gobernar con altos niveles de consenso social y los intentos reiterados por imponer medidas generalmente impopulares para el 70% de los argentinos.

Cuando en las elecciones PASO de agosto pasado Macri pierde por más de 16 puntos, mucha gente, incluidos la mayoría de los consultores, creyó que el macrismo como espacio político quedaba definitivamente agotado y que sólo le quedaba extinguirse. ¿Cómo fue posible entonces, que un gobierno que persistió durante 4 años con impopulares medidas pro mercado y pro empresarias, resistidas casi siempre por la mayoría de la población, una vez que finalmente es derrotado casi con humillación, logre rearmarse, recuperar 7% de votos y terminar su gobierno con un digno 40% de votos? Para encontrar alguna explicación, revisemos brevemente 3 corrientes de pensamiento acerca del comportamiento electoral. La primera y quizás más clásica, es la que asocia principalmente el voto con la posición socioeconómica de los electores y, de un modo un poco más fino, con las identidades políticas que se van formando en torno a esas posiciones de clase. Desde esta visión, existe una mayoría trabajadora en la argentina que es peronista y que unida es difícil de vencer electoralmente. La dificultad principal de esta explicación es que suele ser estática y sin mucho lugar para explicaciones basadas en las coyunturas políticas y económicas. Una segunda escuela, en cambio, le da menos importancia a las características socioeconómicas de la población y pone el ojo en las coyunturas económicas y políticas. Asume al elector como un individuo racional que evalúa las acciones del gobierno, y si esas acciones provocan mejoras para sí mismo y para el país, como determinante principal del voto. Bajo esta perspectiva, cuando el oficialismo obtiene buenos resultados en su gobierno logra ser reelecto y, cuando no, pierde votos y finalmente las elecciones. Por último, existe otra corriente que tiende a otorgarle un rol más predominante a los medios y su capacidad para crear percepciones de la realidad, una suerte de encantamiento sobre los electores que finalmente tendría una influencia central en el comportamiento electoral. Sin profundizar mucho en el tema, digamos que en el largo plazo la escuela más “estructuralista” o identitaria que pone el eje en la posición socioeconómica de los sujetos tiende a prevalecer, pero en el corto plazo los vaivenes de los gobiernos son sensibles a la evolución de la coyuntura política y económica en función de la cual, al menos una porción del electorado, termina tomando sus decisiones electorales. 

Volviendo a las elecciones recientes, la sorpresa electoral es grande si la pensamos desde una perspectiva “racional y coyuntural” desde la cual no había ningún elemento por el cual Macri obtenga en agosto un voto más de los poco más de 8 millones de agosto. Más bien obtendría menos. Sin embargo, desde la mirada más socioidentitaria, el 48% de votos obtenidos por Alberto y Cristina pueden haber tenido en los electores contrarios al peronismo efectos intensos y movilizantes. Desde una visión estructuralista del voto, la grieta abierta en el año 2008 luego del conflicto por la 125 todavía no cerró. Ese conflicto parece haber parido una versión rediseñada de la vieja dicotomía peronismo-antiperonismo, más frecuentemente nombrada como kirchnerismo y antikirchnerismo. Es altamente probable que ese antikirchnerismo enojado con Macri que no lo acompañó en las PASO haya decidido, ya con la elección definida, priorizar un voto contra el peronismo. La votación en 2 etapas que implican las PASO facilita más aún esa tendencia a la polarización y al bipartidismo.

Así las cosas, habrá que esperar los primeros pasos del gobierno de Alberto Fernández y especialmente su vinculación con el electorado opositor para ver si logra, como ocurrió con Néstor Kirchner cuando asumió en 2003, amplios consensos que logren “barajar y dar de nuevo”. Pero todavía no ocurrió. 

*Politólogo y analista de opinión pública


   

 

[1] Equiprobabilidad es que todas las unidades de análisis posibles de una encuesta tengan la misma probabilidad de ser seleccionadas, como lo es por ejemplo cada uno de los 37 números en la ruleta.