La educación argentina parece contener ciertas composiciones míticas que suelen operar, impregnando de múltiples sentidos a la opinión pública. Pero este despliegue de sentidos simplificadores y totalizadores muchas veces afectan la reflexión sobre la complejidad del fenómeno educativo,  la organización del sistema,  la vida cotidiana de las instituciones y  las políticas que lo componen dinámicamente. En ocasiones, estas ideas míticas asignan a la educación potencialidades sobrenaturales como, por ejemplo, ser el único modo de civilizar la barbarie, la única vía al ascenso social, la única solución a los problemas de la sociedad. A estas concepciones míticas pueden sumarse otras que fueron transformándose en obsesiones educativas ya que, en los últimos tiempos, se han utilizado como aparatos simbólicos de lucha dentro de los relatos de poder. En este sentido, la obsesión de la concepción de mercado como gestor eficiente de la educación ha logrado un lugar preponderante en los relatos institucionales y pedagógicos. Sin embargo, deberíamos ampliar la discusión acerca de la fiabilidad y eficiencia de los mercados y de su lógica para procesar la multidimensión de los fenómenos educativos. Como explica Debra Satz (2015)[1]:

“... la teoría que aquí propongo acerca de los límites de los mercados (…) Plantea una noción más matizada de la idea de falla del mercado que tiene en cuenta el modo en que los mercados contribuyen a dar forma a las relaciones interpersonales, entendiéndose como algo más que una serie de costos económicos que el sistema no logra absorber. Un intercambio de mercado fundado en la desesperación, la humillación o la súplica, o cuyos términos de redención involucran la servidumbre o la esclavitud, no constituye un intercambio entre iguales. Según creo, lo que acecha detrás de muchos mercados nocivos (tal vez de todos ellos) son problemas relacionados con la posición de las partes antes, durante y luego del proceso de intercambio…” (p. 104)

Ante la propuesta de matizar la idea de la gestión eficiente y colaborar con el análisis del momento y de los fenómenos educativos en nuestro país, proponemos reflexionar acerca de algunas obsesiones que se presentan tanto en la opinión pública como en los proyectos de reformas educativas y pedagógicas y que, muchas veces,  buscan imponerse como instancias regeneradora absolutas e infalibles. Veamos algunas de ellas.

LA OBSESIÓN DE LA GESTIÓN COMO EXPRESIÓN DE LA EDUCACIÓN

La idea de gestión  impregna la noción de educación desde hace varios años, asociando conceptos de gerenciamiento a las emociones, habilidades, capacidades y/o competencias humanas.  Con una profunda raigambre del relato mercantilista y administrativo empresarial suele imponerse en todo tipo de narrativas educativas como única forma de alcanzar ciertos objetivos. La noción de gestión posee un alto componente simplificador que contrasta con la complejidad del fenómeno existente en una relación educativa de  solidaridad cognitiva. En el ámbito de las relaciones humanas de enseñanza existen componentes más profundos que la mera acción hacia objetivos y éstos se asocian a una noción integral de los sujetos que son partícipes necesarios de una sinergia cognitiva solidaria impregnada de múltiples factores materiales, simbólicos, situacionales y existenciales. La reflexión conjunta, la profunda concepción del tiempo lento de la educación, el diálogo mayéutico, los componentes formales e informales, los carismas y personalidades en juego, la relación de  respeto mutuo, la construcción de autoridad legítima, la lógica de enseñanza sin punición son, dentro de la relación social y humana de los sujetos en situación de enseñanza y aprendizaje, experiencias más potentes y convocantes que se encuentran muy alejadas de la simplicidad de pensar la educación como una lineal gestión de habilidades y competencias.

LA OBSESIÓN POR LA MEDICIÓN

Otro sesgo que deviene de un marco teórico asociado a la lógica de mercado dentro del fenómeno educativo se expresa por la obsesión de medición cuantitativa de objetivos educativos. Mediante evaluaciones internacionales o locales estandarizadas, el factor estadístico para medir los resultados educativos de una institución, localidad, provincia, país o región no convence a nadie más que a los responsables e instigadores de esas pruebas y rankings. El nivel de simplificación y de precariedad con que esos exámenes intentan tomar un limitado recorte del fenómeno educativo solo sirve a los intereses de imponer políticas que no benefician en nada a la comunidad educativa. Estas pseudoevaluaciones dejan de lado factores centrales de la enseñanza como la lógica de procesos, las trayectorias de los y las estudiantes y de los y las docentes dentro de la relación humana educativa, el contexto material y simbólico, el proyecto y clima institucional, el estado de la comunidad educativa en general y los componentes motivacionales y pedagógicos de la evaluación.

Nuevamente la lógica de gestión se impone más intensamente que los fenómenos inmanentes del proceso educativo, y esta obsesión mítica suele proyectarse con fuerza en la necesidad insoslayable de evaluación institucional y docente asociada a un símil de auditoría administrativa externa, ya que, solo en estos términos plenos de supuesta objetividad, puede captarse la  realidad de la educación.

LA OBSESIÓN POR EL ADOCTRINAMIENTO

La idea de adoctrinamiento ha sido, en estos últimos años, utilizada para descalificar, desacreditar y deslegitimar la lógica de consenso y libertad académica tan propia del proceso de construcción del conocimiento científico. La simple y corriente necesidad de selección de autores, materiales, recursos, y teorías, tan propio del rol profesional docente, ha sido puesta en tela de  juicio por parte  de una parte de la sociedad sin tener el más mínimo reparo acerca de cómo se desarrolla el proceso de construcción de conocimiento. La obsesión discurre, posiblemente, por un  planteo simplificado donde ciertos autores o sistemas teóricos no son tomados en cuenta en la proporción deseada por quien ejecuta la acusación, lo que automáticamente dispara la idea de una conspiración de adoctrinamiento nociva para la libertad de aprender. Quizás, lo más simple consiste en pensar que lo que existe es una selección a partir del consenso, el reconocimiento y la legitimidad de la comunidad académica o, también,  la libertad en la elección según la propuesta de la cátedra o la recomendación del  diseño curricular. Proponer es elegir, lo que no convierte a esta selección en una acción deliberada de adoctrinamiento.

Esta obsesión por la conspiración suele habilitar otra asociada a la idea de culpabilidad docente, es decir, del rol central que los mismos tienen en la decadencia educativa. Esta obsesión se conforma alrededor de supuestos como la baja calidad de su formación y su incapacidad de motivar, gestionar, innovar, administrar, liderar y otras acciones propias del relato educativo/empresarial. La obsesión con la culpabilidad docente atraviesa y está presente en diagnósticos simplificadores de todo tipo que tienen en común graves inconsistencias a la hora de demostrar las acusaciones infundadas que arroja. Esta idea obsesiva no puede hacer frente al análisis de la complejidad de la profesión docente, donde existen causas más potentes como el desprestigio que la sociedad impone a la carrera y a la profesión, la falta perpetua de recursos materiales, la deslegitimación simbólica, la devastación de su autoridad y una organización precaria de su trabajo que atenta directamente a su integridad intelectual,  física y emocional.

Pensar la educación demanda un debate comprometido y responsable y no obsesionarse con supuestas fórmulas mágicas. En este compromiso no alcanza con la imposición de lógicas totalizadoras y simplificadoras sino que, como todo fenómeno social y humano, deben generarse espacios de diálogo vinculantes entre todos los actores sociales y emprender una toma de conciencia general donde toda la sociedad debe asumir la responsabilidad que le corresponde dentro del complejo universo de lo que llamamos educación.

[1] Satz, D. (2015). Por qué algunas cosas no deberían estar en venta. Los límites morales del mercado. Buenos Aires: Siglo XXI.