La contundente presencia del movimiento de mujeres, de los feminismos y las disidencias -lesbianas, travestis, trans, bisexuales, no binaries e intersex- revitaliza la acción y organización colectivas. La toma de la palabra, la construcción de redes y lazos sororos, la ocupación verde-violeta-multicolor del espacio urbano y el protagonismo en la agenda pública, política y mediática vienen a expresar aquello que fuese dicho por lo bajo y durante largos años, aunque con relativo éxito: las mujeres y las disidencias no estamos dispuestas a aceptar ni el desconocimiento ni la vulneración de nuestros derechos.

Poner en palabras este desconocimiento y vulneración de derechos implica nombrar las violencias físicas y simbólicas a las que nos hallamos expuestas histórica y estructuralmente. La negación del acceso a la salud sexual y reproductiva, en particular a la interrupción voluntaria del embarazo, no sólo afecta la posibilidad de decidir sobre el propio cuerpo sino que condena a muerte en abortos clandestinos a miles de mujeres. La asunción de responsabilidades de cuidado que recae sobre las mujeres cercena tanto el acceso a la educación como la inserción, desempeño, paga y promoción igualitarios en el ámbito laboral. La subordinación a los mandatos y el padecimiento de presiones, invisibilizaciones y destratos en el contexto institucional menoscaban la plena y efectiva participación en el ámbito político-partidario.

Elogio de la desobediencia

Estas y otras –tantas- violencias se alimentan de estereotipos de género, los que sintetizan conductas y atributos social y culturalmente esperables para las mujeres. En estos estereotipos se escudan, por ejemplo, quienes revictimizan en sus sentencias judiciales y quienes lo hacen en las crónicas noticiosas. Estas y otras violencias se constituyen en insumos de una pedagogía de la crueldad, como la llama Rita Segato, a través de la cual se enseña-aprende cuál es el costo a pagar por la desobediencia a la norma patriarcal. 

Ante este panorama, la acción y organización colectiva de mujeres y disidencias trae nuevos bríos a la vez que potencia, acto y esperanza a la vida política. Esto no implica desconocer las contradicciones y conflictividades del movimiento de mujeres, de los feminismos y las disidencias, sino valorizar una lucha que se expresa a través de su cuerpo sufrido y danzante y de su viva voz. Ese cuerpo que sirve a los fines de la reproducción (porque… ¿qué clase de mujer se es, acaso, si no se es madre?) y de la afirmación de la dominación masculina (el cuerpo-objeto violado, mutilado y descartado) ya no quiere ser un terreno de disputa de otros y para otros. Ese cuerpo es mucho más que biología y lo sabe. Ahora es poder y es deseo.

Bienvenidos sean, pues, esos cuerpos desobedientes y esas voces que incomodan. Su actuación pública nos enfrenta a la rendición de cuentas. Plantea serias y profundas demandas “desde las bases”. Convoca al debate. Pone en cuestión los modos de construcción del poder e impugna su concentración y sus limitaciones. Expone la brutalidad del disciplinamiento. Ofrece la oportunidad de erigir otros términos y condiciones para la vida social y política.

Bienvenidos sean esos cuerpos desobedientes. Nos acercan cada vez más a un mundo que queremos ver hecho realidad.

   

*Antropóloga. Doctora en Ciencia Política con trayecto postdoctoral en Estudios de Género. Es investigadora y docente en la UNICEN. Twitter: @coscaffarelli