Ideología, cuarentena y desigualdad social
La pandemia del coronavirus puso de manifiesto la profundización de la desigualdad social propia del sistema capitalista colonial moderno que aniquila y somete a la otredad
Las ideologías no se restringen a “meras ideas” sino que implican prácticas materiales concretas que tienen la particularidad de actuar sobre evidencias; y por ello mismo, de tornarse imperceptibles en la cotidianeidad de la vida. Las situaciones de excepcionalidad –como lo es el escenario actual de cuarentena- permiten vislumbrar la intensificación de los efectos negativos que las ideologías como la sexista, la racista y la neoliberal, tienen sobre los sujetos. Lo cual quedó demostrado en nuestro país con fenómenos ideológico- discursivos que van desde los cacerolazos contra la supuesta redistribución de la riqueza hasta el incremento de los femicidios y de la violencia doméstica.
El pensamiento occidental moderno (abismal, al decir de Boaventura de Sousa Santos) se caracteriza por un espíritu racionalista y cientificista del cual “los grandes genios modernos” (blancos, euronorcentrados y burgueses) como Copérnico, Bacon, Kepler, Galileo, Shakespeare, Descartes, son “modelos”; a la vez que testigos del nacimiento de una nueva ciencia capaz de producir un conocimiento pretendidamente universal, objetivo y neutro. En este marco de pensamiento único, el cogito es colocado en el centro del conocimiento, y de la realidad social. Tal antropocentrismo se articula con una lógica dicotómica, bajo la que se estructuró de manera hegemónica la filosofía tradicional. Cabe señalar no obstante que, frente al canon filosófico tradicional hegemónico existían, no obstante, posiciones disidentes –puesto que nada es totalmente homogéneo- como la de Spinoza que en pleno siglo XVI proponía la tesis monista según la cual “cuerpo y alma son una y la misma cosa”.
Bajo esta lógica occidental moderna, binaria y dicotómica se establece una relación jerárquica entre el Uno- centro y el otro- periférico; así como se opone el orden de las ideas- la Razón- a la naturaleza corporal, “lo más bajo”. Sobre esta base se erigió el proyecto capitalista colonial moderno bajo el cual, los cuerpos de mujeres, negrxs, indígenas, proletarixs; entendidos como territorios; se perciben como pasibles de ser apropiados y violentados.
Ahora bien, a principios del siglo XX, perspectivas filosóficas contemporáneas comienzan a subvertir esta ontología tradicional moderna al postular que las ideas y los pensamientos son irreductibles a la materialidad de los cuerpos. Además, se produjo un cuestionamiento a la categoría del sujeto como centro para pasar a comprenderlo como un efecto de estructuras y de procesos sociales. La propuesta del disciplinamiento de los cuerpos por parte de las instituciones modernas, de Foucault; así como la de la constitución de los sujetos a través de las prácticas que prescriben los aparatos ideológicos del Estado, de Althusser; buscan dar cuenta del descentramiento del sujeto, y de la materialidad de las ideas.
La pandemia del coronavirus actualiza estas tesis filosóficas: no sólo no somos el “centro del mundo”, sino que además nuestra condición humana es frágil y precaria. La propagación del virus también expuso otra cuestión: la potencialidad de dominar y aniquilar al otro que tiene el hombre, en el marco del proyecto capitalista occidental moderno, un proyecto racista, sexista, imperialista e invasor.
También, el virus pone de relieve que, en un contexto de confinamiento, la violencia machista, efecto de la ideología sexista, se incrementa dadas las condiciones de que muchas mujeres, niñxs y sexodisidencias están encerradxs con sus agresores. Las cifras registradas por la Casa del Encuentro son espeluznantes: más de 50 femicidios en menos de dos meses de cuarentena, la cifra más alta registrada en el país en los últimos 10 años.
Por otra parte, si bien se ha recalcado que la salida de la crisis social es colectiva, se ha manifestado un individualismo propio de la ideología neoliberal que tomó formas diversas que van desde la compra desmedida de jabón y/o alcohol, imposibilitando que otrxs puedan abastecerse de esos productos; como también se manifestó a través de los cacerolazos impulsados por sectores de derecha, ante la posibilidad de que el “autoritarismo populista” (sic) implicara una reducción de la soberanía del mercado.
Mientras tanto, en los sectores progresistas rápidamente se instaló el discurso que llamaba a cuestionar el privilegio de clase que supone el poder pasar la cuarentena en la “comodidad del hogar”. ¿Esto es así? Sí y no. Algunos hogares no constituyen un refugio, sino más bien “una prisión”, un lugar de explotación y de precarización laboral.
Pero además, el discurso que interpela los privilegios de clase no tiene ningún efecto práctico si no se acompaña de una praxis que permita actuar contra la desigualdad social; y que, en las circunstancias actuales implica –no por deber, sino por “tenerlo prácticamente en las narices”- problematizar y desestabilizar la apropiación sistemática del trabajo doméstico que realizan las mujeres en el hogar de manera gratuita desde la instauración del capitalismo; bajo el discurso ideológico que apela a una supuesta naturaleza femenina.
Nuevamente: el virus puso en evidencia la radicalización de la desigualdad social y de la situación de vulnerabilidad de mujeres (entre las que existen jerarquías, no se trata de una categoría monolítica), de niñxs, ancianxs, discapacitadxs, migrantes, pobres, racializadxs, enfermxs.
La desigualdad social aniquila y mata. Hace una semana se cobró la vida de Ramona Medina referenta de la Villa 31 de la Ciudad de Buenos Aires, quien a pesar de haber denunciado la falta de agua potable; a pesar de haber avisado sobre la situación de vulnerabilidad en la que se encontraba ella, sus familiares y sus vecinxs; a pesar de tanto avisar y reclamar y exigir dignidad; ella, insulina dependiente, se contagió de coronavirus y hace un par de días murió.
No existen oídos para lxs nadies. Los peores costos de las crisis los pagan quienes se encuentran “más abajo”, en el margen, en la periferia, en los barrios populares, sin agua y sin garrafas, en las cárceles, en los manicomios como el Borda que se cae a pedazos…
Para finalizar: el virus mostró ser más resistente de lo que se pensaba, exhibiendo las limitaciones humanas y obligando a revisar la arrogancia antropocéntrica. En todos los planos ya está ocurriendo una ruptura irreversible. El proyecto capitalista colonial moderno exhibe rajaduras por todas partes y nos coloca en una encrucijada. ¿Qué podemos hacer? La historia enseña que las crisis permiten –si se sabe recoger el guante- romper viejos moldes e inaugurar nuevos paradigmas.
…No ser más esta humanidad, no seguir reproduciendo la misma lógica occidental moderna, es a mí entender, una gran oportunidad que asoma.
*Doctora en Filosofía. Docente e investigadora del IdIHCS/ CONICET- UNLP