Trabajar en pantuflas desde la propia casa, parece un sueño que la pandemia nos reveló como pesadilla. El sueño de no tener que ir al trabajo, de quedarnos cómodamente en casa, lo cual diluiría algo de la carga que viene de tener que ganarse el pan con el sudor de la frente. En este sentido, dicho sueño es una pieza que encastra con otros modos por los que, en la actualidad, se promete la disolución del trabajo como carga. Similar a cuando en la oficina de grandes empresas, generalmente vinculadas a plataformas de internet, “te ponen la Play” para que juegues con tus compañeres, ¡durante las horas de trabajo! Total, no son las horas que estés en la oficina lo que cuenta –lo que la empresa cuenta– sino el que hayas terminado el conjunto de tareas que te fueron encomendadas. Por lo que así, como un día podés hacerte una horita para jugar, otro tendrás que quedarte de más –o, incluso, continuar trabajando desde tu casa– para completar tus tareas, claro, sin que por ello se te reconozcan horas extra.

En estos como en otros casos, se avanza en una difuminación de la frontera entre tiempo libre y tiempo de trabajo, pero no necesariamente en favor del primero. Pues el trabajo remoto nos libera de la carga de ir a trabajar, lo cual nos evita perder horas de la semana viajando. Además, posibilitaría un modo más autónomo de organizar la propia cotidianeidad, es decir, brindaría una cierta libertad para que cada quien organice sus tiempos. En esa libertad reside su promesa. Pero su revés es la imposibilidad de volver del trabajo, con el corte espacial que eso acarrea, que es también un corte temporal, al delimitar el tiempo dedicado a las tareas económicas, de aquel libre de esa carga. Desde este punto de vista, puede considerárselo una prolongación y profundización de una tendencia presente con anterioridad, por la cual a mitad de domingo o a la hora de la cena llega un mensaje, sea por correo electrónico, sea directamente al celular, en el que se te encomienda una nueva tarea, a ser resuelta a primera hora, tan primera que demanda ocuparse de ella inmediatamente.

No es casual, entonces, que frente a esta pesadilla de un trabajo que coloniza todos los tiempos, se haya planteado la reivindicación no sólo de que la empresa provea los materiales necesarios para el trabajo remoto (como lo haría si éste se realizase en una oficina), sino también –y, quizás, sobre todo– el “derecho a la desconexión”. A establecer un tiempo en el cual el trabajo del día ya ha terminado o, mejor aún, un tiempo que el trabajo no tiene la potestad de invadir, en definitiva, un derecho al tiempo liberado de esa carga.

Lo singular es que para conquistar semejante derecho, para conseguir esa libertad, es necesario discutir públicamente las condiciones en las cuales se concreta la relación laboral. Singular porque ello implica que ese momento público medie en lo que sucede dentro de dos ámbitos, que suelen ser considerados por completo ajenos y hasta refractarios a dicha mediación pública. Me refiero al ámbito de lo económico, incluyendo las relaciones laborales, y al de lo doméstico, aquel en el cual podemos disfrutar cómodamente de nuestras pantuflas. Ambos ámbitos pueden ser reunidos bajo la noción de “oikos”, con la cual los griegos de la Antigüedad aludían al espacio de la propia casa, opuesto al de la polis, al del encuentro colectivo para abordar los asuntos públicos. Esta noción es también una de las raíces etimológicas de nuestro actual término “economía”.

Concepción de un oikos como espacio de relaciones privadas entre privades que, como tales, están situadas fuera de los alcances del colectivo, que se expresa en lo público. Tal la mirada que subyace a la idea según la cual “en mi casa hago lo que quiero”. Frente a dicha concepción, la posibilidad de tener un tiempo liberado de la carga del trabajo requiere de la mediación de lo público –de lo colectivo, no necesariamente del Estado–, incluso cuando lo realizo desde casa.

En un contexto en el cual, en la Argentina, se está volviendo a discutir la presencia de lo público, específicamente, su capacidad de protegernos contra las fuerzas desnudas que actúan en el oikos, al hacer del despido de une empleade no sólo el fin de una relación laboral entre dos privades, sino, al mismo tiempo, un problema público, en el que colectivamente se protege –con una indemnización– a quien le fue impuesta la decisión de terminar dicha relación. O al hacer de la fijación de un precio no un asunto completamente privado de quien produce el bien o servicio, sino, a la vez, una cosa pública (res publica) que, como tal, nos concierne a todes. En este contexto de la Argentina, decía, la pandemia nos ha revelado que trabajar en pantuflas puede ser una pesadilla, por completo opuesta a la libertad que promete, a menos que incluso eso que hacés en tu casa, como parte de tus relaciones económicas, esté mediado por lo público. Es a través –y no en contra– de esa presencia de lo público en nuestra cotidianeidad que podemos conquistar un tiempo liberado de la carga del trabajo y, en general, la posibilidad de acceder a la libertad. Aunque parezca paradójico, en el aislamiento individual, ocasionado por la pandemia, es cuando se torna especialmente visible la necesidad de esa mediación pública para que las fuerzas que actúan en el oikos no avasallen nuestras vidas.

*Sociólogo, Investigador del CONICET en el IDAES-UNSAM y docente de la UNLP