Los bancos centrales, si se cree la historia oficial, son instituciones del final del siglo diecinueve, preocupadas primordialmente por la contención de la inflación y en menor medida por las crisis financieras, actuando en este caso como prestadores de última instancia. Esta versión resulta de la experiencia británica, y del papel del Banco de Inglaterra, tenido como el primer banco central, fundado en 1694, pero que habría aprendido a controlar los excesos monetarios y a manejar las crisis financieras en la segunda mitad del siglo diecinueve.

La verdad es que los bancos centrales son bastante más antiguos, empezando con las ciudades comerciales del mediterráneo, Barcelona y Génova, en el siglo quince, y más adelante los bancos venecianos y de Ámsterdam, que funcionaban esencialmente como agentes financieros del estado, para manejar la deuda pública: una de las pocas innovaciones financieras de occidente en la era moderna, ya que el dinero, los bancos, el papel moneda y varias otras innovaciones eran de la antigüedad o tenían su origen en China.

El mismo Banco de Inglaterra fue creado para financiar al estado, en sus interminables guerras hegemónicas, primero con los Países Bajos, y después con Francia. Se puede decir que los bancos centrales fueron el instrumento de lo que se ha denominado el Estado Fiscal-Militar para financiar la expansión mercantil europea y el control de las rutas comerciales asiáticas. En otras palabras, los bancos centrales fueron en su incepción un instrumento de desarrollo económico.

Sin embargo, la experiencia con la inconvertibilidad de la libra durante las guerras napoleónicas, y la victoria intelectual de la Teoría Cuantitativa del Dinero con David Ricardo, según el cual la inflación del periodo se debía a la emisión monetaria del banco, llevaron a una reforma monetaria en la cual el banco se comprometía a mantener la oferta de billetes estrictamente relacionada con las reservas en oro. En realidad, la inflación no había sido causada por la emisión del banco, sino por problemas de costos, relacionados con malas cosechas y el bloqueo comercial. Pero la idea de que la inflación era la culpa de un banco que imprimía demasiado dinero era útil para la nueva división internacional del trabajo impuesta por el Imperio Británico, del mismo modo que las políticas de libre comercio.

Si la industrialización de Inglaterra en el siglo anterior garantizaba que con el libre comercio los países periféricos como la Argentina quedarían dependientes de las manufacturas británicas, y obligados a vender commodities de bajo valor agregado, la hegemonía financiera de la libra y del Banco de Inglaterra nos obligaban a tomar prestado en moneda extranjera, y a integrarnos comercialmente para obtener las libras para pagar esas mismas deudas. En eso también ayudaban los patrones de consumo de nuestras elites, imitativos de los del centro.

Por eso, en el Patrón Oro teníamos Caja de Conversión en vez de banco central. Y por la misma razón, durante la era neoliberal ensayamos con la convertibilidad, y nuestras elites más conservadoras siempre nos presionan con la posibilidad de una dolarización formal de la economía. La fundación del Banco Central de la Republica Argentina (BCRA) responde a la crisis del capitalismo y de la hegemonía británica, y a una situación en la cual, frente a la posibilidad de una derrocada del sistema capitalista, los bancos centrales en los países avanzados vuelven a ser usados como instrumentos de desarrollo, promoviendo el financiamiento del Estado, y por veces directamente de la industria, para garantizar niveles razonables de empleo.

En la Argentina, Raúl Prebisch, el arquitecto del proyecto del BCRA, y su primer conductor efectivo, introdujo los controles de cambio, porque percibía que el manejo de los flujos de capital, y de la cuenta corriente, eran centrales en los países periféricos para evitar las crisis. Lo mismo se puede decir del BCRA en periodo Kirchnerista, en particular, después de la reforma de la carta orgánica con Mercedes Marcó del Pont, y con el uso de los controles de capital, el cepo cambiario, para reducir la especulación cambiaria.

Aunque el ex-presidente del BCRA, Federico Sturzenegger, pretendía reformar la Carta Orgánica de la entidad, no lo pudo hacer. Sin embargo, el BCRA actuó explícitamente para imponer un sistema de cambio flotante, eliminando los controles de capital y metas de inflación, retornando a la concepción Victoriana de lo que debería ser un banco central. Al contrario de lo que se piensa, había algún entendimiento de que esto implicaría una presión inflacionaria, una vez que el tipo de cambio afecta los costos de los bienes importados. Pero esto era comprendido como necesario para promover una reducción de los salarios reales, uno de los objetivos no explicitados del presidente Mauricio Macri. La devaluación, al bajar a los salarios, además impone un sesgo recesivo a la economía, complementando las políticas de ajuste de la administración de Cambiemos. En ese sentido, las políticas impuestas por el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) ya estaban incorporadas en las prácticas del actual gobierno.

La devaluación fuerte de los últimos meses no debería ser problemática para un banco comprometido con el cambio flexible y la libre movilidad del capital, e indican que el gobierno y el BCRA entienden los peligros políticos de la aceleración inflacionaria. Pero la necesidad de estabilizar el tipo de cambio es fundamentalmente contradictoria con el comprometimiento con la libre movilidad de capitales, que a lo que parece, ni el BCRA, ni el FMI están dispuestos a abandonar. Las altas tasas de interés, y la emisión de títulos en dólares por ahora no han sido suficientes para estancar la fuga de capitales, y sugieren que el principal comprometimiento del BCRA es con los capitales especulativos locales y sus aliados en el sistema financiero internacional.

 

*Profesor de la Bucknell University, y editor en jefe del New Palgrave Dictionary of Economics y del Review of Keynesian Economics. Twitter:@NakedKeynes