El escenario que vivió el país en las últimas semanas se parece mucho al de marzo y abril de 2018, cuando los mercados financieros internacionales dejaron de financiar la burbuja argentina de endeudamiento. En ese momento, en lugar de regular el sector externo,  el gobierno decidió correr al FMI, firmando un acuerdo ruinoso que entregó la soberanía económica a cambio de un incremento fenomenal de la deuda en dólares (56.000 millones). Según el gobierno, ese acuerdo eliminaría cualquier posibilidad de default e inestabilidad en el futuro. Quince meses después, el país está mucho más endeudado, en una recesión profunda, y nuevamente al borde del default frente a una nueva corrida cambiaria.

La corrida cambiaria de agosto, que en parte fue producto de la inacción intencional del gobierno post PASO, dejó como saldo 13.000 millones de dólares menos en las reservas, una tasa de política monetaria 22,5 puntos más alta (pasó del 60,6% el 1 de agosto al 83,3 el último día del mes), y un tipo de cambio 16,5 pesos más alto (pasó de 45,5 a 62). Para intentar frenar la  corrida y la acelerada caída de las reservas, el gobierno anunció dos medidas, aunque demasiado tarde y en el orden inverso al que se deberían haber implementado. En primer lugar decretó un “reperfilamiento” (eufemismo del FMI para encubrir un default) de una parte de la deuda en moneda local y extranjera. Unos días más tarde, ante la corrida cambiaria producida por el desconcierto de los mercados, implementó una serie de controles de cambio y obligaciones de liquidación de exportaciones en el mercado local para aumentar la oferta de divisa.

¿Por qué decimos que el orden de las medidas es inverso al que debía haber sido? Como primera medida, el gobierno “reperfiló” vencimientos de deuda de bonos en moneda nacional y extranjera. ¿Por qué reprogramar deuda en moneda nacional, cuando el Estado puede emitir para pagar si hiciese falta? La respuesta es, para evitar que esos pesos vayan corriendo al dólar. Por lo tanto, para evitar una corrida al dólar, el gobierno defaulteó bonos en su propia moneda. Una pésima señal. Lo que hubiese correspondido es primero implementar controles de cambio para evitar esa corrida, y luego pagar los bonos en tiempo y forma. Se ve que la ortodoxia cambiemita no se siente a gusto, ni entiende del todo, medidas heterodoxas que hasta el FMI avala.

El FMI, principal financista y sostén del macrismo y actor central en el diseño de políticas de ajuste del gobierno, también está en problemas. Las recomendaciones de política que promovió, con diagnósticos y proyecciones siempre erradas, produjeron el hundimiento de la economía argentina y la destrucción de su capacidad de pago. El FMI se encuentra con el 61% de su capacidad prestable hundida en un país técnicamente en quiebra y con la mayor parte de los fondos prestados destinados a financiar la fuga de capitales (en contra de su propio estatuto). La pregunta que deberá resolver es si, a pesar del descalabro masivo que contribuyó a generar, desembolsa el próximo tramo del préstamo tal cual estaba pactado, o si, como en 2001, le suelta la mano a Argentina dejándola librada a su (mala) suerte. Sea cual fuere la respuesta, no saldrá de esta nueva crisis indemne.

En lo inmediato, los controles de capitales parecen estar dando los resultados buscados en lo que a tipo de cambio se refiere. Las reservas siguen cayendo a un ritmo preocupante principalmente por el retiro de los depósitos en dólares del sistema bancario. La situación es de una tensa calma, que en el mejor de los casos, deja una herencia complicadísima para el próximo gobierno. Es inevitable preguntarse por qué se desmantelaron los controles en 2015 y, una vez desmantelados, por qué se esperó tanto para volver a instrumentarlos. Queda claro que el esquema de desregulación y apertura macristas han fracasado estrepitosamente. Lentamente, Macri va reimplementando las políticas que con tanta pompa desmanteló: el congelamiento de tarifas y precios de combustibles, los precios cuidados (esenciales), retenciones a las exportaciones, la obligación de liquidar localmente la divisa de las exportaciones, y ahora el cepo. Pero ojo, volvemos al “comienzo”, más parecido a 2001 que a 2015, con el doble de deuda e inflación, con una recesión profunda y con niveles alarmantes de pobreza, indigencia, desempleo y reprimarización.

Esperamos que la experiencia nefasta de estos cuatro años de macrismo sirvan para que  aprendamos para siempre que el neoliberalismo sólo empobrece y hambrea a la población, destruyendo la producción, el consumo y el bienestar. Ojalá que como consecuencia de esta experiencia podamos decir: ¡FMI nunca más! ¡Neoliberalismo nunca más!

*Economista, investigador docente del Área de Economía Política, Universidad Nacional de General Sarmiento. Twitter: @EconomiaPolUngs