Bolivia: desde allá y desde acá
Sudamérica ha vuelto a ser presa deseada
1. Historizar, determinar cuándo empieza y termina un proceso, supone siempre algo de arbitrariedad. Hay consenso mayoritario en cuanto a que los sucesos que terminaron con el golpe de Estado a Evo Morales comenzaron cuando el presidente de Bolivia pretendió, pese al resultado del referéndum de 2016 que le impedía intentar un tercer mandato, igualmente buscarlo, por vía judicial. Esa lectura pierde de vista que, entre 2008 y 2009, Evo ya había sufrido embestidas golpistas, fracasadas en aquel caso. No había por entonces nueva Constitución, ni referéndum para reformarla, ni fallo judicial frente al fracaso de esa consulta, ni denuncias de fraude, ni dictamen de la OEA acerca de irregularidades electorales (que de todas maneras no alcanzarían para evitar el triunfo del MAS, ni aunque se determinara que todas fueron a su favor). Lo que sí ya se registraba hace una década y aún subsiste son la nacionalización hidrocarburífera, decidida por Morales apenas asumió; y la igualación de las comunidades indígenas, históricamente relegadas por las elites bolivianas, con el resto de la población. Y, en este sentido, es central en el análisis del golpe el rol que juega Luis Fernando Camacho, empresario gasífero de Santa Cruz (capital de aquella intentona) y los ataques que sufren los indígenas desde que comenzó el proceso destituyente en curso. Quienes no retroceden en el tiempo hasta aquel primer experimento golpista hacen hincapié en que en su reelección de 2014, Morales triunfó incluso en Santa Cruz. Eso es confundir al pueblo del departamento con los intereses que se reactivaron en contra del gobierno, elemento sin el cual el volumen de las protestas que estallaron tras conocido el resultado 2019 no habría podido sostenerse. Rafael Correa, CFK y Lula aceptaron el límite de dos períodos constitucionales y de todas formas sufren persecuciones de distinto tipo. Es, por lo menos, ingenuo suponer que si el MAS participaba del reciente comicio con otro candidato algo habría sido distinto. Hay pronunciamientos norteamericanos previos al de Donald Trump en respaldo al golpe de Estado que no dejan margen a duda: Sudamérica ha vuelto a ser presa deseada por quienes siempre la han tratado como patio trasero, con o sin excusa dada por los presidentes de los distintos países que componen la región. Lo que esta vez está ausente es el respaldo continental: ya no está Correa, Lula recién ha sido puesto en libertad y sigue en el llano, el chavismo se ha debilitado aunque persista, el Frente Amplio uruguayo está a punto de ser derrotado, Néstor Kirchner falleció, Alberto Fernández y CFK recién asumen el 10 de diciembre próximo y, sobre todo, EEUU volvió hacia aquí la vista que en 2008 tenía puesta en Medio Oriente y se encontró con China y Rusia desplegados más de lo que le gustaría. Y esto nos lleva al segundo punto.
2. En nuestra nota del último domingo pecamos de optimistas. Leímos mal la secuencia de hechos. Interpretamos que la elección de Alberto Fernández en Argentina y la liberación de Lula da Silva en Brasil ponían un freno al golpe contra Evo Morales en Bolivia, en marcha desde antes de aquellos dos sucesos. Supusimos que el rebrote en la escalada tenía que ver, justamente, con que su inicio era previo, y que por esto no podía desarmarse tan rápidamente, pero que se desinflaría a partir de las novedades en los países vecinos. Evidentemente, era al revés: los avances populares en las dos potencias sudamericanas en terapia intensiva motivaron el agravamiento de la crisis política del más pequeño de la región, pero cuya economía es la más vigorosa en los últimos años. Es tentador pensar que el objeto central del golpe no es el gobierno del MAS boliviano. La robustez construida por los Fernández en Argentina y la inestabilidad del neoliberalismo gobernante en Brasil son elementos peligrosos para el Departamento de Estado norteamericano. El presidente electo argentino dio sus primeros pasos proyectándose internacionalmente, como indica el manual peronista. Y Lula anunció que iniciará una caminata a por la edificación de una herramienta político-partidaria que supere los defectos que truncaron la experiencia populista brasileña. No hay que descartar que EEUU acceda a charlar con ambos, pero tienen que llegar a esa hipotética mesa desde una posición más firme. Evo les vino como anillo al dedo. Hay, parece, quien está dispuesto a poner piedras en el camino de la coordinación inter-presidencial que empieza a dibujarse en la región, antes de que sea tarde y derive en nueva institucionalidad como la que ya tantos dolores de cabeza le trajo al imperialismo norteamericano en la primera fase posneoliberal.