Del fin del ASPO al fin de las PASO: Pandemia, grieta y legislación electoral en la Argentina presente
Existe una doble tensión con diferencias inter-bloques y divergencias intra-bloques. Espacios electorales que pueden transformarse en tempestuosos campos de batalla
El clamor por la suspensión de las PASO volvió a hacerse a oír y se instaló, una vez más, en la agenda política nacional. En esta ocasión tuvo lugar en medio de un clima de aguda crisis sanitaria por la pandemia del Covid19, acentuado por la creciente polarización y división irreconciliable instalada en la política nacional.
Hace ya algunos meses, desde el gobierno se empezó a barajar la posibilidad de suspender o derogar las PASO, aduciendo razones tanto económicas como sanitarias. Pero por entonces se planteó un escollo: una ley electoral no puede ser derogada por decreto, sino que se requiere para ello de una mayoría calificada, es decir, del voto favorable de la mitad más uno del total de los miembros de cada Cámara. En consecuencia, el asunto quedó parado.
Sin embargo, en los últimos días, después de que varios gobernadores retomaran este tema, se abrió la posibilidad de discutir en el Congreso Nacional la suerte de las PASO 2021.
En 2019, en la antesala del proceso eleccionario, se había planteado un debate análogo al actual, pero -paradójicamente o no- los que hoy pugnan por su suspensión, el año pasado imploraban por su mantenimiento. Y viceversa.
Desde el comienzo del debate, los críticos de las PASO las calificaban como una gran encuesta electoral, demasiado costosa. Los defensores del sistema contraargumentaban que no se puede monetizar la democracia, ya que no se trata de costos sino de la inversión que el funcionamiento democrático requiere.
Veamos entonces si las PASO constituyen efectivamente una inversión; esto es, si contribuyen al buen funcionamiento democrático (de un modo suficientemente notorio y manifiesto como para ser justificado en tiempos tan críticos para las arcas del Estado).
La postura adoptada por la dirigencia opositora en esta oportunidad apunta en esa dirección, so pretexto de que "cambiar las reglas de juego desde un solo partido es un mal método para la democracia” (pronunciamiento de Juntos por el Cambio). Pero el oficialismo cuenta con la ventaja de que la coalición opositora no siempre defendió esa posición y va a sacar provecho de ello, tratando en el Congreso una iniciativa que fue presentada por el PRO el año pasado, que aún tiene estado parlamentario. En la misma línea -defendida tanto por los opositores actuales como por los precedentes- se sostiene que el partido opositor necesita de las primarias para ordenar su interna. Henos aquí otro de los grandes malentendidos de la legislación vigente: ¿partido? ¿Cuál partido?
Vale la pena recordar que con la reforma electoral de 2009 (que introdujo las PASO) se aspiraba -teóricamente- a fortalecer a los partidos o, alternativamente, a conformar coaliciones políticas capaces de sustituirlos, aglutinando sectores afines, en defensa de intereses comunes. Poco tiempo después, se reconoció que los partidos ya no operaban como las unidades centrales del juego electoral, habiendo sido reemplazados por frentes profusos y heterogéneos.
Algunos analistas vieron con entusiasmo la conformación de dos grandes coaliciones que estructuraban el campo político en espacios ideológicamente diferenciables. Sin embargo, la cruda realidad evidenció la fragilidad de los acuerdos establecidos. Lo que se produjo un año atrás fue la unificación provisoria de fuerzas políticas (que admitían tener importantes diferencias, presentes y pasadas, entre sí) ante la imperiosa necesidad de evitar que el “mal mayor” siguiera en el -o volviera al- poder. Así se constituyeron dos grandes bloques antagónicos (o sea, dos Frankenstein, mutuamente temerosos el uno respecto del otro) dentro de los cuales los partidos asociados no responden por acciones u omisiones de sus socios coyunturales.
A esta situación intrínsecamente disfuncional, hay que agregar la anomalía del contexto en el que se desenvuelve actualmente la lucha política. En este marco, signado por la crisis sanitaria producto de la pandemia y la crisis económica que asola al país, tiene lugar una doble tensión: se exacerban las diferencias inter-bloques, mientras que al mismo tiempo surgen divergencias intra-bloques.
No hay que olvidar que las coaliciones que hoy existen son producto del régimen de PASO, que tanto se ha discutido, pero tan superficialmente se ha analizado. La heterogeneidad ideológica, la inconsistencia interna y la ausencia de un proyecto colectivo convocante es lo que permite que se generen intersticios dentro de cada una de las alianzas, a través de los cuales se filtran las contradicciones y tensiones emergidas y agudizadas en este contexto crítico.
Nos encontramos, por un lado, con un espacio opositor que exhibe dos piezas centrales: una, que podríamos denominar orgánica o institucional, compuesta por fuerzas políticas oficialmente reconocidas, en la que prevalecen las disputas por los cargos y candidaturas entre fuerzas que aún se pasan facturas por el fracaso de su última gestión gubernamental. La segunda pieza, más inorgánica e informal, cobra protagonismo a través de los banderazos impulsados desde las redes sociales y fogoneados por los medios de comunicación masiva, en los que se entremezclan ciertos reclamos que podrían considerarse como legítimos con un discurso fuertemente reaccionario y posiciones peligrosamente negacionistas respecto de la pandemia.
Por otro lado, un espacio oficialista, compuesto por fuerzas muy heterogéneas con posiciones discordantes, que se ponen de manifiesto ante la necesidad de hacer frente de modo integral a una crisis que golpea más impiadosamente a los sectores vulnerables, base electoral del peronismo/kirchnerismo. En este contexto de contradicciones múltiples, se exhibe un abanico de internas y sub-internas, donde algunos procuran mostrarse dialoguistas, mientras otros avalan los desalojos y la represión a familias pobres que piden tierra para vivir.
Retomando la cuestión referida a la ley electoral y a las PASO, reiteramos que el sistema vigente no favorece que los partidos gestionen sus diferencias y resuelvan sus internas de modo democrático, sino que, por el contrario, incentiva el rejunte aleatorio y coyuntural de sectores mutuamente incompatibles, dando lugar a proyectos políticos "frankenstenianos”.
En suma, con las PASO se crean alianzas oportunistas y espacios antinaturales cada dos años y en cada período intermedio se vuelve a hablar de la necesidad de “ordenar” (eufemismo que alude a zurcir retazos artificialmente combinados) y de “internas” (metáfora para denominar a las disputas entre sectores sin una pertenencia lejanamente común). Estos efectos no son auspiciosos ni siquiera en épocas relativamente normales. Pero en tiempos agitados y convulsivos, se tornan más notorios y manifiestos: los espacios electorales -confeccionados por y para las PASO- pueden transformarse en tempestuosos campos de batalla y las diferencias intrínsecas entre sus miembros pueden crujir más atronadoramente aún.
*Doctora en Ciencia Política. Investigadora Independiente CONICET. Directora del Grupo de Estudio de Reforma Política en América Latina (GERPAL). Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC), Facultad de Ciencias Sociales, UBA. En colaboración con la licenciada Carolina Pérez Roux: Politóloga y maestranda en Ciencia Política por la UBA. Integrante del Grupo de Estudios sobre Reforma Política en América Latina en el IEALC-UBA.