El Mercosur en el freezer
Ni siquiera sirve para promover un régimen de libre comercio convencional. Romperlo tendría más costos que beneficios
Desde las independencias, la integración latinoamericana siempre fue un anhelo improbable. Los rasgos coloniales de las elites económicas, el carácter eminentemente primario de las estructuras económicas y la siempre presente injerencia imperial sobre gobiernos y grupos de presión tornaron improbable la posibilidad de que prospere el proyecto integrador, al menos por la vía pacífica. Instancias intermedias, en cambio, como la parcial asociación de países de la cuenca del plata, como Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay (debería agregarse Bolivia), en el marco del Mercosur, lucía como una alternativa realista, especialmente cuando imperan gobiernos de origen democrático.
Con el paso de los años, sin embargo, debe concluirse que más allá de la carga emotiva de los discursos de ocasión y de los cócteles compartidos por las delegaciones diplomáticas, nunca se avanzó mucho más allá de una unión aduanera parcial y el intercambio de piezas de una industria automotriz sumamente dependiente de importaciones extra bloque. Desde hace varios años no se proyecta ninguna infraestructura común, ni existen planes para financiar actividades conjuntas. A esto se agrega una circunstancia que tiende a tornarse permanente; Brasil y Argentina, las dos principales economías del bloque, pasan por una crisis económica prolongada y sus niveles de actividad se redujeron significativamente en los últimos años. Fue así como China se convirtió en el principal socio comercial de ambas y es el único actor de peso que parece tener planes de inversión a largo plazo y hasta un proyecto estratégico con foco en la región.
A la crisis económica se le suman las crisis políticas. Ambos países pasan por un proceso de polarización muy agudo. Es improbable que prosperen proyectos de integración con países vecinos cuando dentro de cada país se carece de un mínimo consenso que integre a la mayor parte de la ciudadanía a un proyecto común. La desindustrialización en marcha y el abandono de las estrategias desarrollistas, por su parte, va eliminando posibilidades de complementación y favorece a aquellos sectores que compiten por ingresar en terceros mercados.
En los últimos años se agregaron profundas desavenencias programáticas entre los miembros del bloque. No se trata sólo de discrepancias ideológicas. Es iluso esperar acuerdos mínimos en materia de democracia, derechos humanos o posicionamiento frente a eventuales intervenciones militares de terceros en la región. Ni siquiera deberíamos excluir la posibilidad de agresiones mutuas (las verbales están a la orden del día). Para la región, hoy es más relevante el rumbo que pueda tomar el gobierno de EEUU después de las elecciones que cualquier entendimiento entre los miembros del bloque. Puntualmente, el gobierno de Brasil viene declarando su apoyo incondicional a EEUU y al menos en la retórica está dispuesto a apoyar incluso una eventual intervención armada en Venezuela y una confrontación directa con el gobierno chino. No es claro cuál será la relación entre el gobierno brasileño y el norteamericano si el candidato demócrata se impone en las urnas.
Cuando Bolsonaro entró en funciones, algunos imaginaban que el Mercosur podría recrearse como bloque capaz de negociar acuerdos de libre comercio con terceros países y regiones en forma conjunta. Si no sirve como plataforma para el desarrollo, decían algunos, por lo menos que sirva como carta diplomática. Pero tampoco podemos esperar que desempeñe esta función, por desnaturalizada y humilde que pueda parecer. La mayoría de los parlamentos europeos, por ejemplo, se expresaron en contra de ratificar un tratado con un bloque donde algunos miembros -como el brasileño- explícitamente promueven la deforestación, el incendio de bosques, la apropiación ilegal de tierras por los productores agrícolas y el exterminio de las poblaciones aborígenes. En la actual coyuntura política, el Mercosur ni siquiera sirve para promover un régimen de libre comercio convencional. ¿Qué hacer entonces? Romper, estimo, tendría más costos que beneficios. Habrá que congelarlo en el freezer hasta que el viento sople en otra dirección.
* Profesor de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ) y de la Universidad Nacional de Moreno (UNM). Twitter: @ecres70