La comunicación política es un oficio que requiere creatividad, rapidez y picardía para lograr todo lo contrario: legitimidad institucional, veracidad conceptual y, sobre todo, credibilidad. Según el momento y el lugar que un político ocupe en el ciclo de gobierno, requerirá un tipo de comunicación diferente. La comunicación de posicionamiento es la que se articula para que un ciudadano se convierta en candidato, la comunicación electoral es la necesaria para que el candidato gane una elección, la comunicación gubernamental es la que se utiliza cuando ya se es parte del gobierno y la comunicación de oposición es la que se lleva adelante cuando uno quedó dentro del mundo político, pero fuera del gobierno.

Llama la atención, sin embargo, que con lo profesionalizada que está nuestra comunicación en este terreno, en este momento lo que más se escucha es el silencio.

En momentos tan sensibles como los que corren, con escándalos de corrupción que cada día se ramifican más, con aumentos en los transportes, con una caída en todos los indicadores económicos, con un intendente de un minúsculo pueblo chaqueño con millones escondidos en su techo y más de 30 automóviles guardados en su garaje, con un vicepresidente en prisión, con un arrasador debate social sobre la ley de legalización del aborto, no hemos oído más que alguna palabra esquiva de quienes podrían ser nuestros candidatos a presidente en menos de un año. Sí, en un año son las PASO y ellas definirán las fórmulas presidenciales.

Nos habían dicho que después del mundial empezaba la campaña, pero empezaron muchas otras cosas y de la elección no sabemos mucho. Sabemos, sí, que el presidente buscará su reelección, pero poco más. Del polifacético peronismo podríamos escuchar a Rossi, a Cristina Fernández, al inoxidable Alberto Rodríguez Saá, a Solá, Urtubey, De la Sota, Uñac y hasta a Pichetto, pero por allí todo es un gran silencio. Massa y su peronismo renovador no exhiben mayor renovación, ni mayor peronismo. Lifschitz, el solitario progresista, tampoco habla. La izquierda no muestra ninguna de sus afiladas espadas. ¡Ni Tinelli esbozó casi comentarios después de su tibio coqueteo con el cargo!

Con tanta experiencia en lo político y con todas las herramientas que brinda la comunicación, estos personajes ni siquiera notan lo apartados que están de sus votantes. Todo comunica, y el silencio también lo hace. ¿Qué piensa la gente de este silencio? Lo mejor que puede pasar es que piensen que desde la oposición están elaborando algún sesudo informe para aportar soluciones a los problemas económicos o que desde el gobierno están lidiando responsablemente con las políticas públicas. También hay un fantasma que podría estar recorriendo la mente de los votantes: ¿y si el silencio ante tanta corrupción se debe a que todos están esperando ver si son o no salpicados? ¿Y si la corrupción llega a mi provincia, a mi municipio? ¿Se podrán postular nuestros candidatos o quedarán enredados en la engorrosa trama de los cuadernos? Sin embargo, lo peor que puede pasar no es que la gente piense mal de los políticos. Lo peor que puede pasar es que a la gente no le importe y no quieran ni siquiera recordar la existencia de sus potenciales candidatos. Porque el silencio habla. Y asusta. Asusta más que las palabras.

Pero no nos alarmemos señores: la comunicación de los políticos argentinos es casi mágica. No sabemos ni cuándo, ni dónde, ni cómo, pero sabemos que llegará y que será a todo trapo. Cuando nuestros políticos se comuniquen lo harán de manera estruendosa, colorida, sorprendente y cargada de adjetivos. Aunque sigan sin decir mucho.


*Profesora de Opinión Pública en la carrera de Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires. Es licenciada en Ciencia Política (UBA) y doctora en Comunicación Pública (Universidad de Navarra). Twitter: @Belen_Amadeo