La prioridad de la deuda y el millón de amigos
Los matices en el Frente de Todos y la necesidad de que compartan la urgencia de la época: revolcar definitivamente al neoliberalismo
Cuando propuso la candidatura presidencial de Alberto Fernández, CFK hizo hincapié, entre muchas otras cosas, en la deuda externa, brutal condicionante para cualquiera que ocupase hoy el sillón de Rivadavia. La semana pasada, en una recomendable nota que escribió para la web El Canciller, Diego Genoud explicó que, por lo variopinto y complejo de la actual cartera de acreedores, la situación que le toca en la materia al flamante primer mandatario es peor que la que debió afrontar como jefe de gabinete de Néstor Kirchner allá por 2003.
De hecho, si el establishment que detesta a la ex senadora como a nada ni a nadie en algún momento dejó de pensar en su eventual triunfo como una catástrofe es porque saben del escollo que representa la montaña de pasivos que dejó Mauricio Macri. Un cepo mucho peor que las restricciones cambiarias. De ahí que todo hacía pensar en una derrota de Cambiemos desde mucho antes de la maniobra ajedrecística de Cristina. No habría lugar para sus caprichos populistas, concluían quienes la rechazan, porque no lograría renegociar la deuda. O peor: la defaultearía (lo cual supone desconocer a quien fue pagadora serial durante ocho años al frente del Poder Ejecutivo). Hasta acá, ninguna novedad, ni lugar a las quejas. Se sabía lo que se recibía.
Sí cuesta comprender el reproche por la centralidad que ocupa el asunto en el programa de Fernández, siendo que, se insiste, fue avisado. Más aún: la historia del kirchnerismo enseña que arreglar la deuda es el primer paso de cualquier pretensión peronista que se pueda tener. ¿O acaso alguien cree que sería mejor alternativa dejar que se concrete la cesación de pagos que Macri dejó al borde? Si es así, delira. En definitiva, hasta que a fin de marzo esto no se haya resuelto, no se puede pensar en otra cosa que una especie de transición sui generis. Casi como si se tratase de la etapa duhaldista previa al nestorismo del último ciclo justicialista. Y aún peor, porque aquella vez se asumió con el crack ya producido. Acá se busca gambetearlo.
La historia juega, en este caso, a favor del ingeniero que encabezó la administración de los gerentes, porque el ‘casi 1989/2001’ que dejó, al no haberse desplegado en pleno, pesa mucho en quienes vivieron una y/u otra de aquellas tragedias, aunque los síntomas sean incluso peores. La relajación macroeconómica que traería un reordenamiento de la deuda permitirá evaluar y proyectar mejor. Pero cuidado: el sólo hecho de evitar el estallido, que implicaría retrocesos mucho más graves todavía, ya sería un montón. Una medalla que Alberto bien podría reclamar. Retrocediendo de nuevo a Eduardo Duhalde, sería algo así como la epopeya de un 2002 indoloro.
De ahí la vocación de amplitud, otro ítem que genera ruido en muchos, en cierto punto hasta entendible. Se vuelve sobre algo dicho aquí mismo la semana pasada: el Presidente procura eludir todo otro frente de conflicto que los estrictamente imprescindibles. La generosidad apunta a encapsular las críticas en los segmentos radicalizados del anterior oficialismo, que ayer, colgados del cadáver de un fiscal que se suicidó hace ya cinco años, demostraron carecer de más política que el estiramiento de una grieta que agoniza o el rezo por un fracaso de sus sucesores que haga olvidar o al menos se equipare con el propio. Y tomar esos ataques como de quien viene, del mismo modo que se hace con los señalamientos que pueda efectuar el trotkismo.
Se quiere que los matices que sí merezcan contemplación se tramiten vía el diálogo que alcance el Frente de Todos con quienes, aún desde la diferencia, compartan la urgencia de la época y la necesidad de revolcar definitivamente al neoliberalismo en el rincón de lo socialmente inviable. Vale machacar: nada que no haya advertido CFK, quien optó por correrse a un costado en la inteligencia de que su elegido, a diferencia de ella, podría alcanzar consensos necesarios. Adentro y afuera. Afán por el ensanchamiento de la base propia que fue perdiendo el viejo Frente para la Victoria hacia su tercer capítulo, y siempre rechazado por Macri y Marcos Peña: así les/nos fue.