Por el lado del oficialismo, se demora la remontada económica que desde hace un año y medio esperan que asegure el triunfo del Presidente. Es ya vox populi que sus posibilidades dependen de la cotización del dólar. El principal error del gobierno fue permitir descontrolar la cotización de la moneda norteamericana. La incógnita es si el Fondo Monetario está dispuesto que sus dólares sostengan la fuga de capitales de la clase media. La primera pregunta es: ¿Puede el gobierno sostener el valor del dólar si el FMI no autoriza una mayor intervención? Si el dólar se descontrola, las posibilidades de Macri se reducirán a cero.   

Las buenas noticias electorales por el lado de la Casa Rosada son dos: por un lado, la ventaja estructural que da ser oficialismo cuando se busca la reelección. En segundo lugar, mantiene un núcleo duro de apoyo de un tercio del electorado, aún a pesar de la pésima gestión económica. Esto le da un piso significativo para pelear una segunda vuelta e incluso, eventualmente, levantar si la economía mejora. Hoy por hoy, sin embargo, es difícil pensar que un gobierno con este desempeño pueda ganar una elección. Por encima de esto, al gobierno le cuesta ofrecer un discurso renovado. 

Por el lado del justicialismo, es importante señalar la crisis en la que está sumido el partido: en un contexto como el actual es incapaz de proponer un candidato competitivo, lo cual dice mucho a mi entender del fracaso del partido para conectar con el electorado. En este campo, la gran incógnita es Lavagna y la aparición sorpresiva de esta elección. Que el justicialismo haya echado a mano de una figura como él demuestra la incapacidad del partido de generar un candidato competitivo. La explicación es simple: los “federales” (Pichetto, Urtubey, Massa) nunca lograron prender entre el electorado como para permitir remover definitivamente la sombra de Cristina mientras que los gobernadores jóvenes del partido (sobre todo Gustavo Bordet y Sergio Uñac) prefieren esperar al 2023 cuando el panorama esté más despejado. A resultas de todo esto, Lavagna fue el as bajo la manga de Duhalde y Barrionuevo: una metáfora de la frescura de su candidatura.

Más allá de eso, ¿qué posibilidades tiene? Si el electorado hoy se polariza entre un macrismo y un kirchnerismo duro (35% y 30% respectivamente), Lavagna debería absorber el total de votos que hoy tiene el peronismo no kirchnerista (alrededor del 20%) y los indecisos (10%) e incluso algo de la izquierda (5%). Lavagna necesita que la debacle cambiaria se profundice, pues es su única vía para morderle algo de votos al macrismo. Si se presenta Cristina Fernández, sus chances parecen bajas. Su principal problema es que no parece estar decidido a hacer lo que debe para ser candidato: parece estar esperando una coronación y al menos por el momento no corteja a los sectores de poder del partido: sus líderes territoriales. Para ser un precandidato justicialista su presencia únicamente en los medios porteños es llamativa.    

Por el lado del kirchnerismo, la pregunta central es: ¿Quiere realmente Cristina Fernández ser Presidenta? Por el momento no ha hecho esfuerzos por correrse hacia el centro del espectro político para absorber votos que necesitaría para ganar. Y la oportunidad para ella es ideal: mantiene un núcleo duro del 30% y el gobierno que la sucedió fracasó en el manejo de la economía. Un semi-exilio en Cuba (más allá de las razones para ello) no parece dar la señal adecuada.

Aunque es difícil hacer pronósticos, creo que finalmente Cristina será candidata. Le conviene salir segunda aun perdiendo que arriesgarse a que otro peronista se convierta en Presidente y la margine. En este escenario, Macri puede ganar aunque seguramente le espere un segundo mandato en situación de extrema debilidad. De cualquier forma, la crisis de los partidos argentinos también puede verse en la incapacidad de ofrecer candidatos renovadores que generen esperanza entre los votantes.  

*PhD en Ciencia Politica. (UNSAM-UTDT). Twitter: @jjnegri4