Lula y Cristina, Alberto y Haddad: contrastes de dos experiencias sucesorias
La política como antídoto
La deriva brasileña desde el estallido del Lava-Jato es un elemento muy presente en los análisis, diagnósticos y definiciones de Cristina Fernández de Kirchner. Ella siempre ha interpretado al proceso que terminó con Jair Bolsonaro en la presidencia del país vecino como un espejo que podría adelantar el futuro argentino. Sobre todo, claro, por el encarcelamiento de Lula da Silva, a quien ubica junto a Rafael Correa y a sí misma en un grupo objeto de persecución aleccionadora de los procesos populares, destinado a revertir los avances que conoció la región en el comienzo del siglo XXI. Pero también por el peligro de que emergiese una variante aún más ultra que la encabezada por Mauricio Macri luego de su fracaso, que acertó en pronosticar, ante una posible frustración con el sistema de partidos tradicional si se lo juzgaba incapaz de producir resultados satisfactorios. Nuestra democracia, es cierto, cuenta con otros resortes para repeler dichos peligros. Pero asimismo es verdad que en esta elección han aparecido opciones corridas hacia el extremo derecho del arco ideológico que se hacen eco de la decepción que en varias franjas de esa familia se siente respecto del gobierno CEO, y que el propio Presidente y otros, como su compañero de fórmula en la empresa reeleccionista Miguel Pichetto y Patricia Bullrich (otra que fuera mencionada para esa candidatura), coquetean cada vez más frecuentemente con el bolsonarismo discursivo.
La lección más influyente de todas las recogidas del caso Brasil, sin embargo, es la de la designación del reemplazante de Lula en la boleta presidencial 2018, cuando el jefe del partido de los trabajadores fue encarcelado y debió resignar su postulación. Donde algunos creyeron ver el argumento más poderoso para descartar cualquier alternativa a CFK, “porque esto prueba que la copia no vale lo mismo que el original”, tanto ella como Alberto Fernández (para entonces ya llevaban casi un año de reconciliados) entendieron que el problema con Fernando Haddad estuvo en los modos y en los tiempos del nombramiento.
Quizá nunca se sepa con exactitud cuándo Cristina tomó la decisión de correrse y designar a Alberto, pero es muy probable que haya sido antes del día que presentó su libro Sinceramente en la Feria del Libro, en la Sociedad Rural Argentina, cuando lo ubicó en primera fila (el único en ese sitio entre los dirigentes que asistieron). Reconocimiento por haber sido quien le dio la idea de escribir ese texto. Minutos después, lo galardonó con la mención más destacada de la tarde-noche. Aquella jornada comenzó la transfusión de votos kirchneristas duros mediante esa muestra de afecto. Una semana más tarde, cuando se hizo el anuncio, faltaba todavía más de un mes para el cierre de listas, en los que el Frente de Todos creció y ganó solidez.
Cuando el Fernández varón repite que el gesto debe ser valorado porque la senadora habría ganado igual, más que un halago, está soldando como concepto que se trató de una jugada que no surgió como último recurso desesperado, sino como el mejor en una paleta de varios posibles. Lula, en cambio, aún ya dentro de la celda siguió intentando estar en la boleta del PT. Entre otros ingredientes, el plan b del viejo líder obrero careció de tiempo de horneado.
Aunque ambos son profesores universitarios, y más allá del parentesco ideológico, Alberto y Haddad se parecen poco y nada. Es difícil imaginarse al argentino, un roscaholic hecho y derecho que se expande por toda la botonera del poder con comodidad, transmitiendo la imagen que dio el brasileño al día siguiente de su derrota contra Bolsonaro en el balotaje, yendo a dar clases como un día más, aun cuando sigue con su cátedra de Derecho Penal en la UBA mientras encabeza una campaña presidencial. El dos veces jefe de gabinete es de otra estirpe, una para la cual el día posterior a una caída es el primero de la revancha. Para Fernández, la política es full life, independientemente de resultados y/o de cargos.
Ahora cosecha los frutos de lo que vino sembrando desde que una tarde de diciembre de 2017, mientras las fuerzas de seguridad del macrismo respondían con palos y gases a las protestas de dirigentes y pueblo contra el ajuste jubilatorio enviado por Macri al Congreso, se acercó al Instituto Patria, ubicado a pocos metros del desastre, para reconciliarse con su antigua amiga, luego de casi diez años de distanciamiento. De ahí en más, funcionó como operador primerísimo de la unidad del peronismo en nombre de Cristina, a quien le correspondía la iniciativa por ser quien individualmente más votos propios posee y por los reparos que muchos guardaban para con ella por la cerrazón que vieron de su segundo período en Casa Rosada.
Los vínculos con el justicialismo, el diálogo con empresarios y jueces, la vocería mediática e incluso la agenda económica. Todo pasaba por Alberto, como un ministro coordinador de oposición, pero yendo todavía más allá: con poder de decisión en la mesa cristinista, que pasó a ser de dos porque la presidenta mandato cumplido comprendió que sola no podía, e incorporó en consecuencia a un alter ego de lujo, que sin demora comenzó a desplegar todas sus artes en materia de armado. Cuando al final del camino le tocó ponerse al frente de la arquitectura, lo hizo con la naturalidad de quien había estado en el corazón de su diseño.
Fernández es ideal para conducir la herramienta adecuada a la vuelta de página que se impone porque pensó, probablemente antes que nadie, que en los tiempos que se vienen el país precisaba, más que una receta económica, una coraza política.
Un par de ejemplos: la noche de la derrota del candidato a gobernador del peronismo en Río Negro, en diálogo con C5N en vivo durante el conteo de votos, estuvo astuto para, rápidamente, señalar que al interior de Juntos Somos Río Negro, el partido provincial del mandatario local Alberto Weretilneck que se estaba imponiendo cómodamente dejando al macrismo tercero, había muchos que nacionalmente se expresarían por la opción justicialista. Y el involucramiento mayor al esperado en campaña de los gobernadores de Entre Ríos, Gustavo Bordet; y de Santa Fe, Omar Perotti, responde a la oportunidad que les brinda el vacío dejado por su par cordobés Juan Schiaretti (ídem para muchos de los intendentes de La Docta), con quien comparten la región centro. Fernández interviene sobre esos detalles con la ventaja de conocerlos de memoria, obsesivo como es de la articulación de partes.
Con nada de esto contaba Haddad a la hora de convertirse en candidato, y no es algo menor. No muchos lo saben, pero allá lejos y hace tiempo, en el amanecer del macrismo, Alberto les confesaba a algunos pocos que se pondría a trabajar en la reunificación del peronismo con la expectativa de terminar donde hoy está. En algún momento de ese recorrido, desistió, aconsejado por amigos que le dijeron “si vos armas, no vas a poder ser “. No contaban con el guiño final de Cristina, a quien el vencedor de las recientes PASO intentó aproximarse primero vía la candidatura senatorial de Florencio Randazzo en 2017, que quiso tramitarse, recordemos, vía primarias. La negativa de la jefa de Unidad Ciudadana y la derrota con la que Cambiemos parecía adueñarse del país prohijaron el “con Cristina, no alcanza; sin Cristina, no se puede”, desde el que se disparó la poderosísima construcción del FdT.
Por último, a diferencia de Haddad, con cuya postulación no se consiguió el acuerdo con Ciro Gomes que habría sido vital para el PT, el encumbramiento de Fernández fue, precisamente, el eje central de una avalancha de adhesiones a la ruta que venía señalando la dupla que el 11 de agosto reunió el 49,5% de los votos. Debe destacarse también, en este sentido, la responsabilidad con que, luego de varias aventuras, actuó esta vez Sergio Massa, quizá el símbolo más potente de la unidad, el mejor valor que le aportó, más aún que el cuantitativo.
Si es cierto que el gobierno de Macri es tan dañino, con su deriva irracionalmente dogmática al FMI en una fuga hacia adelante que persigue ciegamente llegar a la fecha de la elección como exclusivo horizonte (lo que amenaza con llevarse puesto todo), debe destacarse que, en esta oportunidad, nuestra dirigencia política, tan castigada a veces (muchas de ellas con justicia), estuvo a la altura del desafío, superando diferencias y antiguas mezquindades.
En efecto, de confirmarse, el del 27 de octubre sería, en esencia, un triunfo de la más pura tradicionalidad de la política. De la rosca y la negociación bien entendidas. Puestas en función de darle soporte a un universo de ideas distinto que saque al país de su enésima crisis. La política como antídoto de un proyecto que pretendió negarla, reformulándola de raíz.
Orgulloso de su condición de político de carrera, Alberto era número puesto para guiar el giro.