Pasado y presente de un nuevo horizonte político
Las elecciones no esperadas por los memoriosos del 2015. La unificación del progresismo disperso en medio de la confirmación de aristas conservadoras en un escenario donde la política moderna no pudo superar la caminata barrial de antaño
Los resultados de las PASO registrados el último domingo en todo el país han sido tan sorpresivos como demoledores. Dada la ventaja favorable al candidato del frente de Todos, podríamos estar hablando de un cambio de rumbo inminente en la política argentina. Pero es legítimo preguntarse hoy qué pasó ¿Cómo entender, por su amplitud, este inesperado triunfo del Frente de Todos que (casi) nadie había anticipado? En primer lugar, podemos realizar un análisis de los resultados para avanzar en una explicación de lo sucedido. Si comenzamos por una comparación entre PASO 2015 y PASO 2019, encontramos que las últimas fueron más positivas para el peronismo unificado bajo la candidatura de Alberto Fernández. En 2015, el FpV había ganado en 20 de las 24 provincias, con un caudal de votos de 38,7%, con una ventaja de 8,6% sobre el frente Cambiemos (30,1%). En esa ocasión, el frente UNA liderado por Massa se había quedado con la provincia de Córdoba, el frente Compromiso Federal de Rodríguez Saá se había impuesto en San Luis, y Cambiemos había ganado en el bastión radical de Mendoza y en CABA. Cuatro años después, en las PASO 2019, el Frente de Todos ganó en 22 de las 24 provincias, 15 puntos arriba del candidato del frente Juntos por el Cambio (47,7% contra 32,1% en el total país) logrando una elección que supera a los resultados del 2015 y deja a Alberto Fernández a un paso de la presidencia de la Nación.
Si entramos en el detalle de la comparación entre PASO 2015 y 2019, vamos a encontrar datos llamativos que podemos unificar en tres tipos de resultados: aquellos distritos donde los sectores políticos que hoy se reúnen en el Frente de Todos conservaron o ampliaron su ventaja; aquellos distritos donde obtuvieron triunfos que parecían poco probables ya que allí se habían registrado derrotas; y aquellos distritos donde aun sufriendo derrotas esperadas, lograron recortar la brecha de votos de una manera drástica.
Entre los primeros vamos a ubicar a todas las provincias de la región Noroeste, Nordeste y Patagónica, más La Rioja, San Juan, Santa Fe, Entre Ríos, La Pampa y Buenos Aires. En esas provincias, el Frente de Todos consiguió un aumento promedio de 9,9% de votos con respecto a las PASO del 2015, siendo las de mayor aumento Santa Cruz (+13,5%), Buenos Aires (+13,1%) y Río Negro (+12,4%), la patria chica de Pichetto. Los números adquieren mayor importancia si pensamos que en 9 de esos 20 distritos, el Frente de Todos aumentó más del 10% del caudal electoral con respecto a 2015. Una mención especial hay que hacer aquí para las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, que son la primera y la tercera de mayor peso electoral. En la provincia de Buenos Aires, no solo se dio un triunfo lapidario de Alberto Fernández contra Mauricio Macri (50,6% vs. 30,0%), sino que el triunfo se replicó en la victoria de Kicillof sobre Vidal (52,5% vs. 34,6%). En la provincia de Santa Fe, por su parte, Alberto Fernández obtuvo 43,7% de los votos contra 33,8% para Mauricio Macri.
En el segundo tipo de distritos, podemos ubicar a Mendoza y San Luis. La primera, que registra la victoria más sorpresiva, había sido un distrito favorable a Macri durante las PASO del 2015, dónde había sacado 36,1% de los votos contra un 33,2% de Scioli. En las PASO 2019 la elección se invierte, y el Frente de Todos obtiene 40,5% de los votos mientras Juntos por el Cambio se queda un 37,3%, por lo que se puede registrar un aumento de votos en favor de Todos del 7,3%, mientras que Juntos por el Cambio aumenta un exiguo 1,2%. En San Luis, con un triunfo menos sorpresivo dado el temprano apoyo ofrecido por Alberto Rodríguez Saá a la fórmula Fernández-Fernández, el Frente de Todos obtuvo un 44,2% de votos contra 34,1% de Juntos por el Cambio. De este modo, la coalición peronista da vuelta las elecciones en dos distritos que le habían sido esquivos en el 2015, adjudicándose la quinta provincia en peso electoral, Mendoza.
En el tercer tipo de distrito se encuentran Córdoba y CABA. La primera había sido el alma mater del triunfo de Cambiemos en el ballotage de 2015, pero en la primera vuelta había sido una provincia que eligió al frente UNA liderado por Massa. Allí, el massismo había obtenido un 38,8% de los votos, seguido por un 35,4% de Cambiemos y 14,7% del FpV. En las elecciones del domingo de las PASO, con el massismo integrado al Frente de Todos, las distancias entre macrismo y kirchnerismo se estrecharon: Juntos por el Cambio alcanzó un el 48,2% de los votos, mientras que el Frente de Todos trepó a 30,4%. De este modo, el dato más importante es el nuevo caudal de votos que se volcó en favor del Frente de Todos, alcanzando un aumento del 15,7%; aunque el Junto por el Cambio también aumentó su caudal en 12,8%, lo que indica que el anterior voto al massismo se distribuyó entre los dos nuevos frentes polarizados. El amplio caudal de votos hacia la candidatura de Alberto Fernández, que le permitió recortar de manera considerable la distancia en el segundo distrito de mayor peso electoral, provino del norte de la provincia, es decir, las zonas que limitan con La Rioja, Catamarca y Santiago del Estero. Por su parte, la capital del país es el bastión del macrismo. Allí Juntos por el Cambio obtuvo el 44,7% de los sufragios contra el 33,0% del Frente de Todos, pero otra vez, el dato sobresaliente es el recorte de la brecha logrado por el Frente de Todos. En el año 2015, Cambiemos había obtenido el 48,9% de los sufragios, mientras que el FpV había obtenido 23,3%, lo que significa una caída del caudal de votos para el macrismo de 4,2% al mismo tiempo que el kirchnerismo aumentó un 9,7%, arrastrado por la recuperación en las comunas del sur y el sorprendente 31,9% de Matías Lammens, número impensado para el kirchnerismo en elecciones anteriores en la ciudad. Rodríguez Larreta, por su parte, obtuvo el 46,5% de los votos perfilándose hacia una posible reelección como jefe de gobierno si es que logra escapar del deterioro que le provocará de aquí a octubre la imagen del presidente Macri.
Los síntomas que las encuestas no registraron
El análisis de los porcentajes electorales podría extenderse por varias páginas más hasta tornarse exasperante, sin embargo, lo importante es comprender que los resultados no son más que la expresión de otros movimientos en la sociedad, son síntomas de desplazamientos subterráneos que es preciso analizar. En primer lugar, tenemos que señalar que las encuestas no han podido registrar esos desplazamientos que arrasaron con las urnas y esto coincide con la mirada crítica que venimos desarrollando desde el Observatorio Crítico de la Opinión Pública (OCOP-CCC). Es interesante mirar hacia atrás para registrar la posición que vienen ocupando las encuestas en la ponderación de los analistas políticos, ya que hay una especie de fetichismo de la metodología y del manejo de los datos que nos hace apegarnos, una y otra vez, al análisis de las encuestas electorales y desestimar las señales que se desprenden de otras lógicas sociales y políticas. En el análisis del campo ideológico-político argentino que veníamos proponiendo desde el OCOP –partiendo de los temas más variados, como la discusión sobre la legalización del aborto, el retorno al FMI o el lugar que deberían ocupar las FFAA en nuestra sociedad– lográbamos registrar desde el año 2015 una capacidad marcada del macrismo para articular las posiciones ideológicas más conservadoras, con claros rasgos autoritarios y punitivos que terminan entrando en tensión con las formas democráticas de sociabilidad. Esto quedó en evidencia durante la conferencia de prensa del día lunes, en la que el primer mandatario, al que quisieron erigir como la máxima figura de una nueva derecha democrática, cuestionó abiertamente la función del voto popular y el papel que el consenso libremente expresado de los ciudadanos tiene que tener en un gobierno democrático.
Evidentemente, la figura del presidente Macri supo congregar un conjunto de adhesiones muy conservadoras que se manifestaban, por ejemplo, en el rechazo a la legalización del aborto, en la aversión a la intervención distributiva del Estado en términos económicos y en la clara elección por una justicia de mercado puramente competitiva. Al mismo tiempo, como mostramos el último año en el OCOP esos mismos sectores manifiestan una gran simpatía con la idea de que las FFAA vuelvan a ocupar un lugar importante en la sociedad y se mostraron de acuerdo con el retorno de la Argentina al FMI. Propuestas como la “escuela de valores” de Gendarmería proceden de esas corrientes de la opinión pública con las que el macrismo se ha identificado durante toda su gestión de gobierno. Ahora bien, habíamos señalado, ya desde marzo del 2018, que esa capacidad de articulación del gobierno era su fuerte y a la vez su debilidad: por un lado, podía reunir a un núcleo duro significativo que le brindaba “sin argumentos y sin explicaciones” su apoyo; pero, en el sentido opuesto, estas adhesiones no resultaban suficientes para legitimar la crisis económica en amplios sectores de la población. Bajo esta doble perspectiva Macri aparecía ya en 2018 como una especie de “Bolsonaro con la pólvora mojada” por sus propias impericias en la gestión de la economía.
La unificación de los grupos progresistas
En el otro extremo, nuestros análisis señalaban que los sectores de la sociedad con posiciones más progresistas, anti-autoritarias y democráticas se habían dispersado desde la llegada del macrismo al poder: si bien esas posiciones se encontraban en un espacio amplio, gravitando en torno a la figura de Cristina Kirchner, el FIT y en cierta medida a los votantes de Randazzo y Massa en el 2015, se había desdibujado un centro capaz de funcionar como polo de atracción de esas posiciones diversas. Pues bien, los resultados de las PASO pueden entenderse como la reconstrucción de ese centro que representa y amplía la capacidad de articulación democrática de esos grupos progresistas. Ese lugar pasó a ser ocupado claramente por el Frente de Todos, fundamentalmente a partir de la unificación del campo popular peronista, kirchnerista y massista. Con el corrimiento de CFK del centro para dejar lugar a la figura de Alberto Fernández; con el acercamiento de figuras como la de Solá y Massa; con el diálogo abierto con los gobernadores de provincias de gran poder y los sindicatos, pero también con amplios sectores de la juventud, el feminismo y la comunidad científica, el Frente de Todos logró articular voluntades dispersas y aprovechar con pragmatismo e inteligencia política el juego de la polarización que proponía la campaña de Juntos por el Cambio.
Por cierto, queda claro que el análisis del mapa ideológico y sus articulaciones políticas no basta para explicar los resultados del último domingo, siempre queda un resto por explicar y comprender. Esto nos lleva al análisis de la construcción de política más allá de la política: todo modelo económico está sostenido por una coalición social que, a la vez, es la que recibe los mayores beneficios de ese modelo. El macrismo está sostenido –al menos lo estuvo hasta el lunes– por una coalición que incluye a grandes empresarios nacionales con monopolios de mercado y capacidad exportadora, entre los que se cuentan grandes industriales y productores agropecuarios; el nuevo empresariado startupero vinculado a la rama de servicios tecnológicos y los unicornios argentinos, representantes del último giro ideológico del neoliberalismo que vincula meritocracia, libre mercado y “economía del conocimiento”; las empresas energéticas, algunos medios masivos de comunicación, los bancos privados, los acreedores externos y el FMI. Sin embargo, y esto es lo importante, ninguno de estos sectores es capaz de influir por sí solo en el dinamismo del mercado interno argentino, en donde son las PyMES las que, a través del empleo de millones de trabajadores-consumidores, ponen en marcha y mantienen la actividad económica. Este nivel de análisis es central a la hora de comprender la derrota del macrismo en las PASO del domingo: a pesar del poder que puedan tener en el mercado productivo y financiero o en la generación de divisas, la coalición que sostiene al gobierno tiene en realidad una escasa capacidad para reunir por sí mismo un caudal de votos significativos en los términos que le permite su lógica económica inmanente. Del otro lado y por fuera de esta coalición, quedó la mayoría de los votantes, aquellos que han sido excluidos y perjudicados por la macroeconomía macrista. La derrota en las PASO no es más que el resultado de una crisis generada por el propio gobierno en la obstinación por beneficiar y transferir recursos a esos sectores – AKA. “los mercados”, AKA. “el mundo” –esperando que esos favores retornen en forma de lluvia de inversiones. La devaluación que llevo el dólar a un pico de $61 demuestra dos cosas: que esa coalición le va soltando la mano a Macri y que el valor de la moneda siempre es político.
A través de estas reflexiones entre economía, política e ideología es posible comprender el movimiento social subterráneo que, imperceptible para encuestas de opinión y tecnologías de campaña micro-segmentada, arrasó el domingo pasado con las urnas y dejó casi decidida la sucesión presidencial. En ese sentido, podemos decir que las PASO significan también el triunfo de la construcción política, la campaña de a pie y el contacto con los votantes frente los gurúes de campañas digitales, fake news, mensajes por WhatsApp y todo tipo de duranbarbismo cibernético. Esto nos obliga a repensar nuestra relación, basada en conclusiones exageradas, con las nuevas herramientas comunicacionales, los medios de comunicación y las encuestas de opinión pública que estos difunden, que parecían haber venido a desplazar definitivamente la construcción política basada en el intercambio de ideas y el diálogo. Es legítimo preguntarse hoy si los resultados de las PASO no estaban ya anticipados en los climas electorales provinciales que fuimos siguiendo a lo largo de todo el año, donde una y otra vez encontrábamos al oficialismo ocupando segundos y terceros lugares, algunos a distancias muy considerables. O si no estaban anticipados ya en el alcance de la construcción política de los frentes electorales. O, en definitiva, preguntarse si no estaban anticipados ya en la economía política y las relaciones de poder que había construido el macrismo.
Para terminar, quizás sea posible agregar una mirada más: la cuestión de la historia y los movimientos políticos. Cuando a mediados del siglo XX el peronismo hizo su irrupción en la sociedad argentina, convirtiéndose en el rostro político de los sectores populares, las élites socio-económicas entendieron que estaban frente a fenómeno pasajero, transitorio. Solo la agudeza de un pensador nacido de las entrañas de esas élites fue capaz de comprender lo que el peronismo significaba: Martínez Estrada vislumbró que presenciaban el nacimiento del movimiento que iba a dominar la vida política de los argentinos durante los próximos cien años. Cuando el domingo se daban a conocer los resultados definitivos de las PASO –luego del papelón SmartMatic– y el Frente de Todos sacaba una diferencia del 15%, fue imposible no recordar una conversación casual sobre política que tuve con el psicoanalista e intelectual argentino Germán García en los días previos a la derrota de Scioli en el 2015. La reflexión de García, con ciertas reminiscencias estradianas, fue la siguiente: “el kirchnerismo se debate entre ganar estas elecciones y seguir desgastándose a la sombra del peronismo, o perderlas para luego volver como un sujeto histórico superador”.
*Sociólogo (UBA), becario doctoral del CONICET. Maestrando en Sociología Económica. IDAES-UNSAM. Twitter: @RuskiCaput