Buenos Aires: la Provincia, la Ciudad y las izquierdas argentinas
La publicación de un nuevo trabajo de investigación sobre la historiografía de izquierda en la Argentina arroja luz sobre el vínculo complejo entre la gobernación bonaerense, la jefatura de Gobierno porteña y el Ejecutivo Nacional. ¿Podrá romper Vidal la maldición que sufrió el peronismo?
A primera vista los tres actores del título poco o nada tienen que ver entre sí. La historia de la relación entre la hoy Ciudad Autónoma y otrora Capital Federal con la provincia que la circunda está atravesada por coincidencias estratégicas, pero también por rispideces varias. Por otra parte, podemos aseverar que la izquierda poco tuvo que ver con los gobiernos de ambos distritos. En efecto, a la hegemonía peronista en la Provincia entre 1946 y 2015 podríamos anteponer de manera bastante clara el dominio en la Ciudad de diversas expresiones no peronistas entre 1996 –cuando los porteños volvieron a elegir a sus mandatarios- y la actualidad.
Lo cierto es que la provincia de Buenos Aires ha sido el epicentro de la política argentina a lo largo de toda su historia. Desde los días de la independencia hasta el presente, el pulso del devenir nacional se fue articulando en torno a su preponderancia en la actividad económica y la consecuente explosión demográfica. Así, se instaló en el inconsciente de nuestro pueblo y de nuestra dirigencia que es en la más grande de las unidades administrativas que conforman el país donde se resuelven los destinos de la patria.
No obstante lo cual, hasta el momento ningún gobernador bonaerense que se haya presentado como candidato a presidente de la nación ha logrado hacerse con el triunfo. Antonio Cafiero, Eduardo Duhalde y Daniel Scioli comprobaron amargamente cómo su poderío local fue incapaz de traducirse en viabilidad electoral en los comicios nacionales.
A la inversa, la Ciudad Autónoma tuvo cuatro jefes de gobierno electos desde 1996 a la fecha, dos de los cuales fueron presidentes de la Nación y otro ocupa el cargo actualmente. Vale decir, el único que no pudo dar el salto hacia el Ejecutivo Nacional fue Aníbal Ibarra, cosa que sí lograron Fernando de la Rúa y Mauricio Macri. Los datos son incontrastables. Ahora bien, ¿a qué se debe este fenómeno?, ¿hay una explicación relativamente lógica?
Un trabajo de reciente publicación nos da algunas respuestas al momento de pensar este vínculo difícil entre la Provincia, la Ciudad y los destinos del país. Nos referimos al libro Marxismos argentinos. Polémicas, debates y desencuentros de la historiografía de izquierda, coordinado y compilado por Pablo López Fiorito y editado por Publicaciones del Sur.
Los autores de esta investigación colectiva trazan una meticulosa revisión sobre el modo en que las diversas vertientes de la izquierda argentina conceptualizaron nuestra historia. Desde el Partido Socialista hasta el Comunista, pasando por la llamada Izquierda Nacional, la izquierda peronista y las diversas expresiones del trotskismo.
Lo que nos interesa destacar es el debate en torno a la organización nacional acaecida tras el fin de las guerras civiles, entre finales de 1879 y comienzos de 1880. Si para la casi totalidad de la izquierda argentina la figura de Julio Argentino Roca aparece como el garante del orden colonial que signaría la sujeción del país a los designios británicos en el seno del modelo agroexportador, la Izquierda Nacional representada por Jorge Abelardo Ramos y Jorge Enea Spilimbergo propone una mirada alternativa.
Según estos autores –más allá de La Conquista del Desierto- el roquismo encarnó la defensa de los intereses nacionales desde el momento en que en él confluyeron las aspiraciones tanto de los sectores más progresivos del Ejército como de las masas del interior. Tras haber sido perseguidas y masacradas por el mitrismo desde la Provincia de Bueno Aires luego de la Batalla de Pavón, estas últimas habrían hallado en la figura de Roca y en el movimiento que él encabezaba la posibilidad de triunfar definitivamente tanto sobre la provincia como sobre la ciudad que detentaba el monopolio portuario.
Concretamente, después de aplastar a las filas mitristas en la Batalla de los Corrales, el roquismo efectivizó las dos grandes aspiraciones del viejo partido federal, a través de lo cual dio nacimiento al Estado nacional propiamente dicho: la nacionalización de las rentas de la aduana –que a partir de entonces pasarían a ser usufructuadas por todo el país- y la federalización de la Ciudad de Buenos Aires, acabando con su autonomía para transformarla en la Capital de todos los argentinos. Primaba la certeza de que era necesario subordinarla al Ejecutivo Nacional para evitar cualquier futuro intento de rebeldía, como los ocurridos desde 1810.
Fue la reforma constitucional de 1994 -en base al Pacto de Olivos- la que le devolvió la autonomía y el poderío político a la Ciudad de Buenos Aires. Lógicamente, administrar un distrito con el presupuesto por habitante más alto del país y sin mayores problemas de integración social, coloca a cualquier jefe de Gobierno con amplias ventajas en la vidriera nacional al momento de comparar gestiones.
La Provincia, en tanto, produce más recursos de los que administra por imperio de la Coparticipación Federal y ha padecido los efectos de las sucesivas oleadas desindustrializadoras del país, que golpean principalmente al tejido social bonaerense. Porque, para decirlo brutalmente, las fábricas se van, pero la gente se queda.
Desde la recuperación de la democracia, los dos presidentes peronistas elegidos por el voto popular provenían de provincias ubicadas en la periferia de la Pampa Húmeda, como La Rioja y Santa Cruz. Los dos no peronistas posteriores a la reforma de 1994, por su parte, pertenecieron a la Ciudad Autónoma.
En el medio –ya se dijo- todos los gobernadores bonaerenses que probaron suerte fracasaron. A eso debe sumarse el hecho de que el vínculo entre los gobernadores peronistas y los presidentes del mismo partido ha sido siempre bastante tortuoso, por entender los segundos que los primeros eran una amenaza a su poder.
A partir de ese recorrido histórico, surgen algunas preguntas incómodas: ¿repetirán Mauricio Macri y María Eugenia Vidal el formato peronista de desconfianza entre el primer mandatario y la máxima autoridad bonaerense?, ¿O efectivamente Macri pretende construir a Vidal como su sucesora? En tal caso, ¿habilitará Macri a Vidal a desdoblar las elecciones provinciales de las nacionales? Si no lo hace, ¿se animará la gobernadora a avanzar igualmente por ese sendero?
No lo sabemos. La política es impredecible. Sin embargo, en la lectura del trabajo citado pueden hallarse pistas reveladoras a la hora de evaluar qué nos depara el futuro inmediato –y no tanto- a los argentinos. No sólo en este tema, sino en muchos otros aspectos de la realidad política y social que nos toca vivir y que son menos novedosos de lo que estamos dispuesto a admiti.
*Licenciado en Cencias de la Comunicación, maestrando en Comunicación y Cultura UBA