¿Cheto? ¡Cheto las pelotas, viva Perón carajo!
El peronismo en la coyuntura actual, su ética, su estética y sus modos de organización. Las trampas del institucionalismo de los que nada respetan
¡Cheto! Así celebraba un pibito que otro se había comprado un celular que le gustaba mucho. ¿Cheto se transformó en algo positivo y no nos dimos cuenta?
Bah, por ahí siempre fue bueno ser cheto, y sólo algunos creímos que la contradicción principal, pueblo-antipueblo, conllevaba una dimensión estética, pero a la vez una forma de ser y estar, de expresarse y de entender el mundo que nos hacía pensar que uno podía ser negro, grasa, pero no cheto.
O por ahí fue en otro tiempo, cuando se había impuesto la mirada de que la política era algo feo y malo y algo de lo expresivo se traducía en una dimensión de lo político, que los chetos, los garcas, los que nos dejaban afuera y sus ortivas, su botones y sus alcahuetes eran percibidos como antagónicos.
Tal vez generar acceso sin haber logrado generar una pedagogía que concientice a los destinatarios de la necesidad de participar e involucrarse en las políticas que promueven su inclusión haya minado la percepción de los chetos como los otros.
El pibito en cuestión fue a Chapadmalal al encuentro de Jóvenes y Memoria, un programa educativo que a duras penas subsiste. Los y las docentes intentaron que el pibito tenga conciencia de las represiones de ayer y de hoy y de la relación entre los derechos que él pudo ejercer y la necesidad de generar las condiciones para que acceda. Pero el colegio del pibito aún no tiene centro de estudiantes y tampoco hay acuerdo de convivencia, ni consejo de convivencia a pesar de los intentos de los y las docentes del colegio por promover esas instancias. Ahora no hay netbooks y hoy, de los hoteles de Chapadmalal, sólo funciona uno. El pibito no se entera, sus compañeros no van a poder ir a Chapa, o tal vez sí, según diga el Ministerio. Si puedo acceder a muchas cosas y no se plantea cómo debemos organizarnos para que el acceso siga siendo posible. Si no nos reconocemos entre nosotros y no los definimos a ellos, a los chetos, va a haber algunas preguntas sin respuesta para el pibito y para otros pibitos.
¿Pero por qué no hay mas Chapadmalal? ¿Por qué pueden dejar a los pibes sin compus y sin turismo social? ¿Por qué estos chetos pueden dejar sin remedios a los pacientes de VIH? ¿Por qué un ministro puede insultar a su empleada y no exigimos su renuncia? ¿Por qué la primera dama puede tener las manos manchadas con la sangre de dos pequeños que murieron en el incendio de un taller clandestino donde sometía a sus padres a la servidumbre? ¿Por qué la gobernadora puede apretar laburantes y encima ser aplaudida por pseudoprogre? ¿Por qué pueden enrostrarnos sus lujos y sus excesos mientras contamos monedas? ¿Por qué pueden?
En todas las épocas, desde siempre, hubo un andamiaje religioso, cultural y pedagógico armado para que el cordero no coma lobos. Y ese andamiaje se hace carne en nosotros. ¿Cómo no va a estar bien que los ricos den órdenes? Es lo que siempre han hecho. Ellos pueden.
¿Acaso los chicos ricos no han cumplido históricamente sus caprichos? Pero si el propio Miguel Cané en Juvenilia- ese bodrio ilegible. Se encarga de recordárnoslo. Si, Cané, el mismo de la Ley de Residencia. El mismo que planteara que si no les gustaba trabajar por monedas a los europeos recién llegados a engrosar la chusma se volvieran a su país. ¿Pero acaso los niños bien no hicieron lo que quisieron en lupanares y tanguerías durante el esplendor de 1930?
Esos chetos son los que salieron a mostrarse con sus cacerolas. Violentos rugbiers que agredieron a la prensa, a los homosexuales, a todo lo que no son ellos. Y no se nos pasó por la cabeza darles una sola piña. Y ahora ellos nos las dan todas.
Ellos son los que mandan, los que nos dicen qué hacer. Ellos y ellas son los que están para hacerlo. Y algunos desean ser como ellos. Debajo de ellos y ellas están los conversos y arribistas.
Pero el que parezca natural que ellos pueden, va más allá. Ellos pueden estar por arriba de las reglas y leyes que ellos mismos nos imponen. Por eso pagan coimas, fugan dinero, especulan y nos matan de hambre. Pero seguimos confiando en ellos. Les creemos a sus sonrisas, a sus “mañana te pago”, a sus “es un momento difícil para la empresa, o para el país”. Y se naturaliza porque “siempre fue así”.
¿Acaso no fueron ellos los que en los ‘70 la fueron de joda en joda mientras desaparecían nuestros compañeros y luego nos obligaron a pagar sus deudas? ¿Esas que nacionalizó Cavallo? ¿No fueron ellos los que se llevaron puestos varios pibes y pibas por ir quinta a fondo por Libertador en pedo y salían libres gracias a los abogados de papá durante los ‘90?
Y les creemos, aparece un cheto que se va de vacaciones todos los meses, y viene y te dice que somos europeos después de haber mandado a matar mapuches y somos capaces de ir y votarlos. Y creemos que somos todos europeos, cuando el 56% tiene legado indígena.
Siglos y siglos adorando a lo que estamos sometidos. Creemos en ellos más que en los nuestros. Señalamos con el dedo al que se lleva un rollo de papel de la fábrica. Al que le grita al capataz. Al que se planta. Miramos al costado cuando alguno de ellos le grita o basurea a un compañero.
A veces parecemos condenados a vivir una necedad llena de certidumbres, de lugares comunes, de libretos, de gente que nos dice qué y cómo hacer, acostumbrada a tocarle el culo a todo el mundo, porque puede. Porque nadie le dice nada.
A veces pareciera que el legado de quienes se levantan a la mañana y tienen la leche servida y la ropa planchadita es eterno. Pareciera que esos niños bien, acostumbrados a mandar, a dirigir, a que otros trabajen por ellos, a quedarse con nuestro laburo, van a tener el poder eternamente. Porque siempre fue así.
Pero cada tanto, reaparece desde el pueblo uno que se planta, uno que le dice al patrón: “me pagás ahora sorete”, u otro que saca pecho y espeta “me importa un carajo tu apellido, a la cola como todos”. Y surge una estética irreverente y una ética de la solidaridad una conducción política que la vuelve una estrategia colectiva. En Argentina, cada tanto reaparece el peronismo. Un peronismo plebeyo, que desborda, irrumpe y se ríe del poder. Un imposible que transforma lo existente. Una banda de tramposos, malandras y mal llevadas que a pura astucia desarman las tramas del poder.
Ese peronismo sabe que seguir las reglas es caer en la trampa de los que escriben las reglas para nunca respetarlas. Ese peronismo anticipa a los que raudamente vienen a pedir institucionalidad.
Si, ellos. Los primeros en cargarse las leyes, la república, todo, a pedirnos que respetemos las formas. Las formas con las que ellos moldearon la reproducción de las cosas tal como son ahora, que es lo que les conviene a ellos.
Ese peronismo es el que hoy ronda sindicatos y centros de estudiantes, barrios y fábricas y se encuentra en la calle resistiendo mientras se pregunta cómo trascender el chiste de la unidad del peronismo pensada desde peronistas del catering y el bienestar individual.
Ese peronismo es el que debe recuperar la crítica de lo que existe. Debe reinventar lo que existe. No seguir las reglas, cambiarlas, sin miedo de que le caiga la acusación fetiche de populista. Es el que no debe esperar nada de lo dado y escuchar voces roncas de nuestra Latinoamérica y escuchar a Freire decir “sería ingenuo esperar que las clases dominantes desarrollen una educación que permita a las clases dominadas percibir las injusticias sociales en forma crítica”.
Ese peronismo es el que se revuelve ante la reapertura de paritarias, ante los despidos, ante los pibitos expuestos a cacheos y apretadas de la policía de Vidal. Un peronismo convencido que hay que educar para ganar, para percibir el poder, las diferencias. Un peronismo que tiene por delante generar debates, problematizar las cosas, visibilizar los conflictos. Generar participación.
Sin participación e involucramiento no hay transformación posible. Gestionar el transitar de los pibes y pibas, desde lo que las instituciones dicen o permiten, sin involucrarlos en sus propios procesos de aprendizaje, sin promover la crítica y la organización colectiva para la resolución de problemas es bastante de cheto, o de cheta. De esos que creen que todo se puede comprar hecho. Porque siempre lo han tenido todo. Lo mismo pasa en los sindicatos en las fábricas y los barrios.
El descontento va a surgir y manifestarse, pero tenemos la oportunidad de lograr que la percepción del antagonismo no surja luego de muchos años de ser dejados a un lado, de que el único lugar donde encontrarse sea la esquina.
Por el pibito, por todos los pibitos, cheto las pelotas, viva Perón carajo.
*Licenciado en Ciencias de la comunicación. Comunicador y Educador Popular. Twitter: @dodarix