Las huelgas docentes suelen reactualizar cada año un debate que contrapone al trabajador y al maestro con vocación como dos figuras excluyentes. De un lado, los huelguistas que “toman de rehenes a los alumnos”, y del otro, los enseñantes que privilegian ante todo su misión en las aulas. Cada una como una postura que dependiera de la mejor o peor voluntad de cada docente.

Esta contraposición esconde el desprecio que determinados grupos tienen respecto de los trabajadores, pero a la vez, expresa de una forma mezquina un fenómeno histórico real: que una porción de la población que tradicionalmente no se expresaba en tanto trabajadores comenzó en un determinado momento a hacerlo.

No deja de ser llamativo también que la respuesta política a esta reivindicación como trabajadores recurra a un arsenal que va desde el descuento por los días no trabajados hasta la represión de la protesta y la amenaza de intervención de los sindicatos. Las reacciones ideológicas no se quedan atrás, insistiendo en la necesidad de la reforma de los estatutos docentes y de las condiciones laborales regulados por ellos como solución a los problemas de la educación argentina. Es decir, tanto política como ideológicamente, se ataca a los docentes como trabajadores, pero se expresa cuando responden como tales.

Huelgas docentes, ni novedosas ni locales

La contraposición además funciona en tanto se le adjudica un carácter local (sería un fenómeno particular de Argentina) y coyuntural (se trataría de una forma actual producto, o bien de la indolencia de los docentes o del oportunismo de sus dirigentes, pero transitoria al fin, hasta que se vuelva a recuperar la supuesta vocación perdida). Sin embargo, la investigación histórica ha mostrado que la existencia de formas de lucha y organización de los docentes como trabajadores puede rastrearse en nuestro país desde el momento mismo en que comienza a constituirse el propio movimiento obrero a fines del siglo XIX. Es verdad que esas formas no eran entonces las dominantes, sino que se desarrollarán y consolidarán plenamente desde mitad del siglo XX. Pero si consideramos que la primera huelga nacional docente ocurrió hace casi sesenta años, de ninguna manera puede considerarse un fenómeno reciente.  De la misma manera, la investigación social ha mostrado que los cambios seculares en la conflictividad laboral han hecho de la educación una de las ramas donde más se concentran las huelgas y protestas y donde se encuentran más desplegadas a nivel mundial.  Un breve repaso por las noticias nos muestra que sólo considerando los primeros tres meses de este año es posible registrar hechos de este tipo en lugares tan disímiles como Marruecos, Holanda, Colombia, Estados Unidos (Oakland y Los Ángeles, como parte de la ola de huelgas docentes que comenzaron en Virginia Occidental el año pasado), a las que podemos agregar la anunciada para este mes en Nueva Zelanda.

Huelgas docentes, ni novedosas ni locales

Obviamente, esto no significa que en nuestro país no pueda asumir formas específicas, pero lo que buscamos destacar es que, en términos de las ciencias sociales, estos aspectos forman parte de un proceso de proletarización, es decir, de creciente asimilación a la clase trabajadora, el cual tiene un alcance global y ocurre desde hace varias décadas, y por ende, se trata de un fenómeno de carácter orgánico, es decir, de una transformación relativamente permanente e irreversible en las relaciones sociales, que excede a la voluntad de los seres humanos insertos en ellas. La negación de este carácter no es sino una forma ideológica más para atacar a los trabajadores.

*Sociólogo e investigador del Programa de Investigación sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina/ CONICET