“Eva Perón. Florentina Gómez Miranda. Alicia Moreau de Justo. Manuela Pedraza. Juana Azurduy. Isabelita. Lilita Carrió. Chiche Duhalde. Cristina Fernández de Kirchner...ehhh…” Sin repetir y sin soplar ese listado podría parecer la respuesta de un participante en un programa de preguntas y respuestas ante la instrucción: nombre mujeres, personajes de la política argentina.

Como es evidente, la enumeración inicial resulta escueta, poco representativa y también injusta. Expone, sin embargo, la característica con la que suele asociarse mujeres y política: la excepcionalidad.

La participación de la mujer en la política para ser considerada válida debe cumplir con dos principios: requiere justificación y debe ser excepcional. Si la mujer va a ser y hacer política entonces su aporte debe ser sustantivo. Lo que no se dice es lo que sigue a esa línea de razonamiento. Si va a dedicarse a la política, una actividad de hombres y no va a ocuparse de la casa y los hijos, entonces más vale que sirva de y para algo.

Lo primero que es necesario desterrar es la idea de que la mujer viene a aportar algo extraordinario en la política. Su inclusión en el ámbito público y en los espacios de decisión no debería requerir justificación ideológica, validación moral ni un sentido trascendente de la acción. Las mujeres no mejoran la calidad de la política per se. No somos intrínsecamente ni estamos genéticamente mejor predispuestas a la transparencia, la cooperación, el acuerdo.

¿Qué es lo significa la incorporación de la mujer en la política? Que la sociedad que las incluye se vuelve progresivamente más democrática porque reconoce el derecho de todos sus ciudadanos por igual a ser electos y elegidos. Significa que no existen actividades exclusivamente para hombres ni naturalmente para mujeres. Las sociedades que aumentan el porcentaje de mujeres en los espacios de toma de decisión y representación se vuelven más libres. Se vuelven, también, más igualitarias.

La política sigue siendo percibida como "un club de hombres" con cualquier mujer que ya esté involucrada y vista como excepciones a las reglas en lugar de la norma. Esto fomenta una cultura que favorece a los hombres que ya son conocidos dentro de su partido político sobre las mujeres que podrían no ser tan visibles.

El Observatorio de Género de la CEPAL señala que las mujeres representan el 51,5% de la militancia en los partidos políticos de América Latina, pero sólo constituyen el 20,4% de la Conducción Ejecutiva Nacional  y 11,6% de las Presidencias y Secretarías Generales.

De acuerdo al informe de ONU MUJERES solo el 24% de todos los parlamentarios nacionales eran mujeres en noviembre de 2018, un aumento lento del 11.3% en 1995. A partir de enero de 2019, 11 mujeres se desempeñan como Jefes de Estado y 10 se desempeñan como Jefes de Gobierno

Hablar de la importancia de las mujeres en la política evidencia el problema que tenemos las mujeres como colectivo: una clara sub-representación en la arena pública. También da cuenta de que el status quo de la arena política son los hombres. La dificultad para los "outsiders" (mujeres) de demostrar su capacidad para ser representantes efectivos se ve agravada si los criterios para probar el mérito se derivan del grupo dominante (hombres).

No es la política el único ámbito en el que se construye la asociación entre incorporación de mujeres y calidad. La academia suele inadvertidamente contribuir con estas expectativas adicionales cuando vemos la gran cantidad de trabajos e investigaciones destinadas a medir las relaciones entre la representación descriptiva y sustantiva de las mujeres.

 Habría que preguntarnos por qué no solemos preguntarnos por la importancia de los hombres en la política. Si hemos de buscar el aporte sustantivo de la mujer en la política es el de resolver de manera armónica, de sintetizar, la tensión entre libertad e igualdad. Si nos preguntan por qué debemos estar, es porque no nos están viendo.

* Politóloga UBA. Twitter: @MaraPegoraro