Una historia inenarrable
Cruces y encuentros en el camino común del feminismo y el peronismo. Las mujeres de la política entre las convicciones y la lucha.
Insiste y retorna. Es la pregunta por el feminismo y el peronismo. En cada una de sus reiteraciones se reaviva el intento de desentrañar el sentido de sus (des)encuentros. Porque si hay una certeza tras esta obstinada pregunta es la que afirma que entre el feminismo y el peronismo hay una historia signada de malentendidos, de desacuerdos bien entendidos, de silencios y de silenciamientos.
Unx observadorx desprevenidx, o un extrajerx en estas pampas, se sorprendería al enterarse de que esta situación se ha construido entre los feminismos y la primera fuerza política que llevó a una mujer -embestida de primera dama- a la cumbre del poder político. Y que fue, además, la misma fuerza que otorgó el postergado sufragio femenino.
Pero ni el asombro queda a salvo de los ribetes de esta historia. Objetorxs de estas afirmaciones dirían que por aquel entonces el sufragio era observado con buenos ojos en casi todas las corrientes políticas, que las tendencias internacionales lo hacían inevitable y que en realidad se trató de una estrategia para ampliación del patrón electoral a su favor. Las feministas dirían, además, que fue una victoria arrebatada a la lucha feminista por una mujer que se declaraba antifeminista.
Sí, sí, Evita se declaraba mujer de Perón, al servicio de su pueblo y convencida antifeminista. En su defensa se ha dicho que fueron la procedencia humilde y la convicción política de Eva Duarte las que la posicionaron en las antípodas del feminismo. El antifeminismo se entendió como una definición política y una expresión de clase. Pues, es cierto, que las referencias coetáneas a Evita no eran las feministas obreras anarquistas de fines del siglo XIX ni las socialistas de principios del XX, eran mujeres de la élite cultural abiertamente antiperonista, como Victoria Ocampo o María Rosa Oliver. Evita contaba, en este punto, con una verdad de/en su tiempo: el feminismo no era del pueblo ni para el pueblo.
Pero han sido los argumentos expuestos en su autobiografía, “La razón de mi vida”, los que le han traído (y les traen) a las peronistas feministas buenos dolores de cabeza, sudor y lágrimas. En las páginas de ese libro maravilloso las feministas son repudiadas por perder la feminidad, cuestionadas por competir con los varones por los tradicionales lugares de privilegio y acusadas por manifestar desinterés en las tareas de cuidado y devoción al hogar y al marido.
Imposible no lamentarse, sea unx peronista o no, de que en esas páginas de la historia hayan quedado eternizados esos argumentos de defensa al orden patriarcal. Dos veces lamentable porque, paradójicamente, la propia Evita mantuvo en su carrera política una afronta sostenida con ese orden misógino. Ella lo enfrentaba al subvertir la insipidez del rol de primera dama y encarnar las convicciones políticas y sociales más radicales del movimiento. Lo hacía también al cambiar el signo del estigma de su procedencia y convertirse en una líder política inédita.
Pero el precio del destrato se paga. En las genealogías tradicionales del feminismo local, el asunto de Evita y del peronismo se resolvió con indiferencia y silencio. En la (a)propia(da) narrativa de las olas se pasa de las sufragistas de los 20 a las feministas de “lo personal es político” de los 70; dejando en las sombras de la desmemoria aquella experiencia.
La historia de las feministas tampoco ha sido hospitalaria para otras incursiones del peronismo en el feminismo. ¿Quién recuerda la experiencia del Movimiento Feminista Popular (MOFEP) del Frente de Izquierda Popular (FIP), de los años 70? Años en los que las izquierdas revolucionarias también se declaraban antifeministas, el FIP se animaba a levantar el nombre del feminismo. El partido sostuvo la imposibilidad de pensar la revolución social sin una revolución feminista y una revolución feminista sin una revolución social. Hacia 1976, uno de sus dirigentes, Jorge Abelardo Ramos, determinó que a partir de aquel momento el feminismo pasaría a tener el carácter de obligatorio y transversal en el partido. Esta maravillosa experiencia se ha perdido en las fauces de la dictadura militar y las memorias -feministas y militantes- que han concurrido y que todavía no terminan de encontrarla.
Durante los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández se concretaron demandas históricas, como la Ley de Educación Sexual Integral, y otras impensables, como la Ley de Identidad de Género o la ley conocida como Matrimonio Igualitario. Proliferaron también normativas y programas de atención a víctimas de violencia de género desde el año 2006. En otras palabras, el peronismo avanzó con una agenda no sólo feminista sino también lgtb. Pero ningún proceso es completo, o todo tiempo contradictorio. El aborto quedó fuera del debate y Cristina (con la razón de toda esta historia de desencuentros a sus espaldas) sostuvo una marcada distancia con el feminismo. Otra vez el sabor agridulce de un nuevo (des)encuentro entre feminismo y peronismo.
Hoy, algo de lo imposible entre feminismo y peronismo se resquebraja. Pero no en los libros o en los papers, pues el feminismo y el peronismo están ya signados por la condición de lo inenarrable, de aquello que escapa al signo claro y distinto, de aquello que es escurridizo para la narración en clave coherencia.
Se resquebraja, entonces, en las prácticas, en las calles, en talleres de formación política, en encuentros feministas, en conversatorios diversos que pululan aquí y allá. Jóvenes que cabalgan la llamada cuarta ola del feminismo y llevan las banderas de Evita y Cristina sin pedir permiso a la historia. Ellxs no reparan ni se paran ante la incoherencia, en la falta de sentido, en la ausencia de una historia común. La hacen, plenxs de irreverencias. Lxs aficionadxs de la historia del feminismo y del peronismo, hoy estamos a la espera.
*Docente, feminista en interrogación, investigadora del IIEGE