Volver a las clases, ¿volver a la presencialidad?
Pareciera escrito en el agua y que la vuelta a clases fuese una decisión pedagógica y no sanitaria
Nuevamente la educación se pone como trofeo en el juego del poder. Una vez más las preguntas que los medios nos imponen obturan la posibilidad de pensar más allá y establecen un juego de héroes y villanos donde los docentes y los gremios aparecen como los intransigentes que no velan por el bien de la sociedad.
Los medios hegemónicos siguen batallando sobre la pregunta acerca de si se debe volver a la escuela… Y ya en esa pregunta se ocultan, no ingenuamente, afirmaciones que pueden confundirnos.
La primera es que no es a la escuela a lo que reclaman regresar sino a la presencialidad. En 2020 hubo, con aciertos y desaciertos y no sin dificultades diferentes maneras de hacer escuela.
Está clarísimo que si nos preguntan ¿preferimos estas maneras remotas de hacer escuela o la escuela presencial? Todxs - padres, madres, docentes, niños, niñas y jóvenes- elegimos volver a la presencialidad. Elegimos ese modo de ser y estar en la escuela que permite mitigar algunas desigualdades que no se generaron con la pandemia pero que sí, y claramente, se hicieron evidentes y se agudizaron con la pandemia.
Todxs sabemos que no fue lo mismo la enseñanza y el aprendizaje en condiciones de distanciamiento y que las desigualdades en el acceso a la conectividad no fueron la única razón de estas diferencias. Se hicieron visibles tanto la gran heterogeneidad de las situaciones como que las brechas no sólo son de acceso a los medios digitales y sino también de uso y de disponibilidad. Tener el dispositivo y conectividad es una condición necesaria pero no suficiente. Perder la presencialidad no significó lo mismo para todxs: sin escuela la desigualdad se agrava para las poblaciones más vulnerabilizadas. La escuela, como dispositivo de la modernidad tantas veces criticada, aún con sus altos niveles de segregación, sigue siendo espacio de posibilidad, de construcción de saberes, derechos y ciudadanía. Sigue siendo, además, el gran ordenador social. Sin escuela, presencial, se “descalabra” la vida de todxs.
En países como el nuestro, en los que un porcentaje mayor al 50% de niños/as y jóvenes se encuentra bajo la línea de pobreza, no tener escuela a dónde ir significa perder mucho más que la “continuidad pedagógica”. Y no me refiero acá (aunque sea importante) a la escuela como espacio de contención social, ni lugar que garantiza al menos parte del alimento cotidiano. La escuela es espacio de aprendizaje (no siempre los mejores ni los que esperaríamos), pero además es espacio de construcción de trazas identificadoras, de apertura al mundo, de convivencia, de habilitación de saberes que nos constituyen subjetivamente a los que no accederíamos sin ir a la escuela.
No es lo mismo no tener este espacio para diferentes poblaciones. Sin embargo, esta afirmación de ninguna manera debería alentar la “vuelta a las aulas” por sobre las políticas de cuidado. En todo caso lo que hace es interpelar a los estados para garantizar condiciones que hoy son constitutivas del derecho a la educación; la alfabetización digital, conectividad y un dispositivo con el cuál poder trabajar en un hábitat digno. También interpela a los estados a garantizar condiciones de las escuelas y de movilidad segura para llegar a ellas.
Un dato que conocíamos pero que también desnudó la pandemia es que un porcentaje significativo de docentes también está bajo la línea de pobreza. Muchas y muchos de ellos no están en mejores condiciones que sus estudiantes para afrontar la no presencialidad. Para ellos y ellas, pero también para los que no están bajo la línea de pobreza pero viven en situaciones muy diversas, el espacio de la escuela mitiga, en la tarea cotidiana, estas desigualdades.
Entonces vale la pena hacerse otra pregunta ya que mucho se ha dicho acerca de las desigualdades de niños, niñas y jóvenes… ¿Qué pasa con lxs docentes cuando la escuela es no presencial?
En la misma escuela disponemos (o no) de la biblioteca, en la misma escuela disponemos (o no) de los mismos espacios de trabajo. Drásticamente desiguales entre escuelas pero iguales para quienes trabajamos en cada escuela. La pandemia desnudó que quienes trabajamos en las mismas instituciones tenemos condiciones de trabajo muy desiguales en nuestros hogares. En este aspecto no hubo distinción entre docentes que trabajan en escuela pública o privada. La intensificación de la tarea en condiciones precarias se hizo inocultable.
Cuando los medios baten el parche de la vuelta a clases vale la pena preguntarse, ¿en qué condiciones? ¿Será que la vuelta a clases presenciales ayudará a mitigar las desigualdades o las hará aún más profundas? ¿Es lo mismo regresar a la presencialidad en una escuela con o sin agua corriente y con los baños en buen o mal estado? ¿Con o sin espacios abiertos? ¿Con o sin aulas aireadas? ¿Con o sin personal de apoyo a los docentes para encarar la doble tarea de un modelo híbrido (o mixto como el periodismo clama)?...Podríamos hacer una larga lista de preguntas. El Consejo Federal de Educación hizo un acuerdo con claros criterios de en qué condiciones se podría volver a la presencialidad. Pareciera escrito en el agua y que la vuelta a clases fuese una decisión pedagógica y no sanitaria. Parece también como una decisión que se impone más allá del diálogo y del intercambio de saberes diversos y multisectoriales.
Así como no debimos entrar en el juego de la falsa disyuntiva entre economía o salud, no entremos ahora en la falsa oposición presencialidad o desigualdad.
*Doctora en Educación. Investigadora docente del Instituto del Desarrollo Humano -Universidad Nacional de General Sarmiento