Esta mañana me desperté con muchas, muchas ganas de escribir. Y esta tarde, gracias a las vueltas locas que da la vida, sentada a unos 14000 km de distancia la oportunidad llamó a mi puerta. Mi nombre es Carolina, y soy doctora en astrofísica. Hice mi licenciatura en la Universidad Nacional de La Plata o, para los amigos, en "el Obser". Terminada la licenciatura partí a Alemania a hacer un doctorado, y después de eso hice dos post-doc, el último en Dinamarca.

La vida del investigador en el exterior es un tanto complicada. Te toca viajar, viajar y viajar. Y aunque viajar pareciera para muchos ser el paraíso, para los que nos toca deshacer la vida y rearmarla cada 2 años es un tanto complicado. Es llegar a un lugar nuevo, comprar muebles, armarte el sucucho, hacer amigos, aprender el idioma, y superar el shock que genera entender que los ñoquis caseros de la nona del 29 no existen en todos lados, ni el aplauso para el asador, ni el fernet con coca.

Llegue a Aarhus (bien escrito, Århus; y bien pronunciado, Oooooruuuus) en junio de 2014. ¿Por qué? Porque me anoté a 20 institutos diferentes a lo largo y ancho del mundo para continuar con mi carrera astronómica y me salió una oferta laboral en este lugar. Honestamente, no tenía idea que Århus existía y, por ende, no sabía donde quedaba. Para ubicarlos más o menos en el mapa, vieron que Alemania termina como en una puntita? Bueno, esa puntita no es Alemania, sino la parte continental de Dinamarca. Más o menos por la mitad, sobre la costa este del mar Báltico, ahí queda Århus.

Dinamarca no es mucho más grande que su parte continental. Sumando todas sus islas, entra bien a sus anchas en la provincia de Buenos Aires. En el país habitan unos 5 millones de daneses de los cuales unos trescientos mil viven en Århus. Muy orgullosos, los "århusenses" se jactan de ser la segunda ciudad más grande del país, y de tener la universidad más grande de Dinamarca. Si: el 50% de los habitantes de Århus son estudiantes.

Pero ¿qué contar de esta ciudad en los mil caracteres que me quedan? Si tuviera que elegir una palabra para describirla, sería "viva". Lo primero que uno nota es el canal que cruza el medio del centro, que está rodeado de bares y gente las 24 horas del día. Tiene sus típicas casitas antiguas que están tan viejas que al verlas de frente se ven como ladeadas, pero también tiene estructuras mega-modernas como un arcoíris circular de vidrio en la parte superior del museo de arte moderno, a través del cual uno puede caminar y ver la ciudad en infinitos colores.

Århus tiene esta inmensa vida alimentada por los estudiantes: los "friday bars", o reuniones dentro de cada una de las facultades en donde los alumnos y los profesores, todos al mismo nivel, se juntan a charlar y a tomarse unas cervezas; las fiestas de bienvenida a los nuevos alumnos universitarios en donde la actividad es emborracharse y correr desnudos frente a 25000 espectadores.

Århus tiene bicis y bici-sendas por todos lados. Tiene aire puro, alimentado por la brisa del mar. Tiene desde restaurantes con estrellas Michelin, hasta bares en donde uno puede elegir una entre 50 cervezas caseras. Tiene la típica calle peatonal rodeada de comercios y la típica iglesia imponente en el corazón de la ciudad, pero también tiene un museo al aire libre llamado "Den Gamle By" (ciudad antigua), en donde gente disfrazada como en el 1700 te recibe con pan casero, un caballo relinchando y una sonrisa. Tiene daneses que se tiran a su mar de aguas verdes y arena blanca, hagan 25 o -5 grados.

Pero sobre todo Århus tiene a mi novio danés, mi familia adoptiva, mis nuevos amigos, mi casa con jardín que durante el invierno (que dura nueve meses) se viste de verde y se cubre de musgo, como el resto de la ciudad, por la altísima humedad y la falta de sol. Y aunque extrañe las empanadas de carne y la milanesa a la napolitana, mis colegas daneses me saludan con un "holaaaaaa!" y mi novio me ceba mate. Listo. Plante bandera roja y blanca. Aquí me quedo.