Deuda, soberanía y democracia
Tiene que haber puntos intermedios entre una posición rupturista pseudo-heróica que conlleve un aislamiento imposible de sostener y una actitud genuflexa que devuelva a la Argentina al triste lugar de subordinación
La situación en la que se encuentra la Argentina a partir de su reciente proceso de endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional es apremiante y delicada. Ante este panorama, sería penoso recaer en simplificaciones y olvidar nuestra historia. Se vuelve indispensable desarrollar una imaginación política que permita apostar por caminos diferentes de los que ya hemos recorrido.
Se ha señalado en más de una oportunidad, pero valdrá repetirlo: la economía no es sólo una cuestión de cifras, tasas, porcentajes, activos y pasivos, pérdidas y ganancias. Las decisiones económicas que toman los gobiernos de los Estados afectan de manera directa no sólo los bolsillos y las condiciones materiales de la vida de sus habitantes. También condicionan el entramado del tejido social y, en términos generales, las posibilidades de perseguir la igualdad, el reconocimiento, la justicia e incluso la libertad. Si bien la economía tiene saberes, dinámicas y lógicas particulares, nunca se desarrolla como una cuestión exclusivamente técnica y siempre detenta un carácter indefectiblemente político.
Esta enunciación parece una verdad de Perogrullo, y seguramente lo sea. Pero los tiempos que corren van acuñando un sentido común que convierte en creencias irrefutables algunas afirmaciones que hasta hace no tanto tiempo eran consideradas simples necedades carentes de sustento. En este contexto epocal, lejos de resultar superfluo, recuperar algunas perogrulladas supone un ejercicio de resistencia cada vez más necesario.
Desde esta mirada alternativa, es fundamental detenerse a pensar de las complejidades que quedan incluidas dentro de una cuestión tan álgida como la deuda que Argentina mantiene con el Fondo Monetario Internacional. En particular, interesa pensar el vínculo entre la deuda, la soberanía y la democracia, las cuales podrían considerarse asuntos muy lejanos y, sin embargo, están estrechamente vinculados. Para eso será necesario desarmar algunas de esas ideas sin sustento que buscan instalarse entre nosotros.
Comencemos señalando lo siguiente: la economía de un país no es equiparable a la economía de un hogar. A diferencia de una familia, un país puede emitir dinero. Puede, además, regular y grabar importaciones y exportaciones, establecer y cobrar impuestos, legislar sobre la propiedad, el trabajo, la seguridad social. La regla según la cual el gasto no debería nunca superar al ingreso puede valer dentro de una economía familiar, pero no es aplicable de manera lineal a las variables macroeconómicas de un país. Incluso aquel documento que a comienzos de la década de 1990 se conoció como “El Consenso de Washington” admitía al déficit fiscal como estrategia transitoria. Esto no quiere decir que el déficit sea algo deseable. Pero apelar al endeudamiento exterior como forma de solucionar los problemas que el déficit puede generar es un camino entre otros posibles, es una decisión.
Para paliar el déficit fiscal, el gobierno macrista decidió ajustar gradualmente el gasto público y recurrir al endeudamiento con capitales mayoritariamente privados, a los cuales se buscó atraer estableciendo las tasas de interés más altas del planeta. Cuando esa bicicleta financiera llegó a su límite, Argentina acudió al Fondo Monetario Internacional. Y es fundamental comprender aquí que esa decisión nada tenía de indefectible y que eran varios los caminos alternativos que podrían haberse tomado.
Christine Lagarde vino a Argentina a mediados de marzo de 2018. Fue la primera vez en más de una década que un Director del FMI visitaba el país. En una conferencia de prensa que tuvo lugar en la Universidad Torcuato DiTella, donde compartió escenario con el por entonces Ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, Lagarde afirmó: “No vine para negociar ningún programa del FMI. No estoy aquí por el negocio de prestar dinero”.
Conociendo los acontecimientos que siguieron en el corto plazo, estamos habilitados a sospechar que la Directora del Fondo mentía. Pero eso quizás no sea del todo adecuado. Si bien es altamente probable que ya en ese momento estuvieran urdiéndose los lineamientos del acuerdo que el presidente Mauricio Macri anunciaría por cadena nacional apenas dos meses después, lo que Lagarde dijo es cierto al menos en un sentido. A diferencia de los capitales privados, el objetivo de instituciones como el FMI no es generar ganancias a partir del cobro de intereses, ni mucho menos –como estipula su carta orgánica– favorecer el crecimiento global de la economía y apuntalar a los “países en vías de desarrollo”. Cualquiera podía darse cuenta de que, por sus montos y por sus plazos, los préstamos que Argentina recibió entre mayo de 2018 y agosto de 2019 eran sencillamente impagables. No se trataba de “vender” una nueva línea de préstamos, sino de reinscribir el nombre “Argentina” en la lista de países deudores para poder, a partir de eso, reestablecer las auditorías sobre las cuentas del Estado. Lagarde no estaba aquí para hacer que el FMI ganara dinero porque al FMI se le paga con soberanía.
En la teoría política moderna, la soberanía aparece como uno de los factores insustituibles del fucionamiento de los Estados. Se designa con este nombre a la autoridad suprema que posee el poder último e inapelable sobre la toma de decisiones que hacen a los destinos colectivos. La soberanía popular es la base moderna de los Estados democráticos, tal como se estipula en la Constitución argentina.
El FMI mantiene la potestad de condicionar institucionalmente las medidas económicas establecidas por los gobiernos de los países deudores. Entonces, ¿en qué se convierte un Estado que, una vez endeudado, no puede decidir soberanamente sus políticas? ¿En qué se transforman los representantes electos que conforman el gobierno del Estado cuando su margen de maniobra es condicionado de una forma tan taxativa? ¿Qué ocurre con la democracia comprendida como un sistema a través del cual el pueblo gobierna a partir de la elección de representantes? Nada podría ser más triste en este punto que admitir lo siguiente: cuando un país como Argentina queda bajo la influencia de organismos crediticios internacionales, gran parte de lo que se define en una elección democrática va a caer en saco roto. Esto supone un profundo debilitamiento de la democracia en tanto forma de ordenamiento social. Y la memoria reciente nos recuerda los peligros que eso encierra en regiones como nuestra Latinoamérica.
En uno de sus últimos libros, Maurizio Lazzarato interpreta a la deuda como una forma de gobierno.[1] Para el filósofo italiano, la deuda es, ante todo, una construcción política: el vínculo entre acreedor y deudor funciona como la relación fundante de nuestras sociedades, una técnica securitaria de control de las subjetividades individuales y colectivas. De allí que la salida de un sistema con esas características no podrá ser nunca exclusivamente técnica-financiera. Una alternativa verdadera sólo será posible a partir de una transformación de los criterios que orientan nuestros comportamientos, es decir, una transformación política.
Nos asomamos al riesgo de Argentina comience a recorrer, una vez más, el camino del ajuste –con el indefectible sufrimiento que, bien lo sabemos, todo ajuste conlleva–. Ante esa situación, debemos negarnos a creer la máxima neoliberal según la cual “no hay alternativa”, por más que la impronta tecnocrática que atraviesa gran parte de los discursos de nuestros representantes quieran convencernos de lo contrario. Entre una posición rupturista pseudo-heróica que conlleve un aislamiento imposible de sostener y una actitud genuflexa que devuelva a la Argentina al triste lugar de subordinación en el que estuvo durante demasiados periodos de su historia, tiene que haber puntos intermedios. La circunstancia exige una imaginación diferente, la búsqueda de escenarios alternativos. En ese sentido, habrá que comenzar por desarrollar una atención vigilante que nos ponga a resguardo de las simplificaciones que obturan la discusión, pues es ciertamente mucho y muy importante lo que aquí se pone en juego.
*Profesor en Filosofía y Doctor en Ciencias Sociales. Docente universitario. Investigador de Centro de Estudios sobre el Mundo Contemporáneo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF). Twitter: @boti927
[1] Lazzarato, Maurizio. La fábrica del hombre endeudado. Ensayo sobre la condición neoliberal. Buenos Aires: Amorrurtu, 2013.