Diego Armando Maradona pateó el tablero otra vez. Firmó como director técnico de Gimnasia y Esgrima La Plata (GELP) y la ciudad de las diagonales se revolucionó. El antagonismo barrial entre Estudiantes y triperos se agudiza por el desembarco del máximo ídolo deportivo de la historia del fútbol mundial pero nadie puede impugnar al genio.

Vale como ejemplo la ingeniosa anécdota del extinto escritor Roberto Fontanarrosa, fanático hincha de Rosario Central, cuando el astro futbolístico se convirtió en DT de Newell’s Old Boys. “Sólo dos veces mi mujer me despertó antes de las diez de la mañana: una fue cuando me dijo: ‘Invadieron las Malvinas’. Y la otra: ‘Diego firmó para Newell's’. Dos catástrofes”, confesó el emblemático rosarino.

Por lo demás, abundan los pinchas que sienten cómo se les estruja el corazón por la opción del Diez pero ninguno de los que lo amó hasta ahora trocará lo que siente. Será, en todo caso, una espina que duele, como los alfileres que usaba Carlos Salvador Bilardo cuando saltaba a cabecear y aguijoneaba adversarios en sus tiempos de carrilero en el equipo de Osvaldo Zubeldía.

Para colmo, Maradona se comunicó por teléfono en la mañana del viernes con su par del plantel de reserva, el ex volante Mariano Messera. Luego de alentarlo y decirle que saldrán adelante en una campaña en la que talla el compromiso con el descenso, el campeón del Mundial 86’ soltó: “se juega mucho para atrás, necesitamos que los jugadores se animen a gambetear, ya no tiran caños como vos y como yo”. Audacia en pleno encierro: GELP, el club más longevo del fútbol local y que nunca dio la vuelta olímpica de la primera división A en la era profesional, está 11 puntos por debajo de su rival directo en la pelea por evadirse del fondo del promedio.

Una linealidad, tan caprichosa como deliciosa en las mesas de café, enhebra también la decisión de Maradona con el fanatismo tripero de Ofelia Wilhelm, la recientemente fallecida madre de la ex presidenta y actual senadora Cristina Fernández de Kirchner; el hasta hace poco técnico del Lobo, Pedro Troglio, declarado kirchnerista y uno de los primeros futboleros en manifestarse en favor de la fórmula presidencial de Alberto Fernández; y la composición popular de su hinchada. El tiempo está a favor de los pequeños, cantaba Silvio Rodríguez.

En ese contexto, el regreso del ídolo a las canchas argentinas le devuelve al torneo local una dosis épica, diluida por el calendario electoral, la crisis económica infligida por el gobierno de Mauricio Macri y, obviamente, el descalabro institucional de la AFA. Ante el imperio de la moderación como una racionalidad vital que cotiza en dólares, vuelve el dionisíaco impulso de los excesos al rectángulo de césped –o al costado de la línea de cal-. Cual caja de resonancia social y reverberando sobre las vibrantes semifinales de Copa Libertadores que tendrán a River Plate y Boca Juniors como contendientes, otra vez, el fútbol le insufla de nuevo la cuota de pasión e intensidad que, salvo por los exabruptos de Macri, la diputada Elisa Carrió y algún que otro funcionario oficial extraviado por el cachetazo electoral de las PASO, el país había barrido bajo la alfombra para dedicarse a resolver cómo se puede llegar a fin de mes.

Siempre viscerales, nunca…

Ya en el libro “Fútbol y patria”, el docente universitario e investigador del Conicet Pablo Alabarces se preguntaba por “la intersección entre el análisis cultural, Maradona y las narrativas de la patria”. Aunque una ingente porción de las capas intelectuales se haya engolosinado con la emergencia imaginaria de Corea del Centro, el batacazo electoral del Frente de Todos, la cosecha macrista –magra para la revalidación pero considerable para el pasaje al rol opositor- y la lejanía de las terceras fuerzas ponen en valor la estrategia de ecumenismo social del remozado campo nac&pop, la liturgia peronista en los vasos comunicantes de la política y el rock en las redes de les candidates, al mismo tiempo que dan por tierra con la emergencia de una geografía ideológica de transición entre el kirchnerismo y el macrismo.

Así, el desplazamiento de la candidata a vicepresidenta a un segundo plano y el ascenso de Fernández, con una impronta más conciliadora y componedora que su compañera de fórmula, tampoco libra terreno al sosiego general. La moderación, en Argentina, queda a menudo en off-side. Y Maradona, ante la licuación de la verba más militante y la prosa combativa de una dirigencia que se organiza silenciosamente para los tiempos que vendrán, cuya tarea oscilará entre la contención de los propios que enarbolen demandas más ambiciosas y la objeción de los enemigos que renieguen del nuevo ciclo, podría condensar en el agónico derrotero deportivo de su nuevo club las representaciones que barrileteaban en el ágora sin que nadie las remonte contra el viento discursivo de las obligaciones financieras que lega Cambiemos al próximo gobierno.

No es casual tampoco que La Plata se convierta en el epicentro de esas energías. El reparto del elenco peronista comprendería, a partir del 10 de diciembre, el fulgor del nuevo presidente y su convocatoria a figuras que habían sido raleadas en el último período cristinista, por un lado, y la apuesta a futuro de La Cámpora en la Provincia de Buenos Aires y las jefaturas municipales con que se alce, por otro. Lejos de la remake de los 70’ que las cuevas periodísticas elucubran sobre la eventual tensión entre el PJ y La Cámpora, tanto en las oficinas de la calle México, búnker de Fernández, como en el Instituto Patria se esmeran por demostrar que no habrá pugna intestina.

Vaya mueca del destino la paradoja de que el propio Fernández sea hincha de Argentinos Juniors, club que lo vio surgir a Maradona. No es, en definitiva, que lo pequeño sea hermoso sino que cualquier grandeza, incluso la más impresionante de las explosiones, nace de la chispa. Tal vez ahí radique la especulación de quienes en el entorno de la ex Jefa de Estado postulan la necesidad de una radicalidad implacable en los primeros 100 días de un eventual gobierno de los Fernández: al tiempo de gracia que le arranquen al establishment y las corporaciones mediáticas, la posible dupla triunfadora deberá adicionar la voluntad, la pericia y la inteligencia para robustecer el Estado que recibirá, en condiciones de languidez, por la voracidad con que lo yuguló el macrismo.

Si todos los partidos empiezan 0 a 0 y los votos se cuentan de a uno, Maradona y la feligresía de su estrambótica iglesia tienen derecho a creer que no todo se puede pero nada se logra sin transpirar la camiseta ni apilar contrarios, por más inclinado que esté el campo. En esta pampa gringa, cinchada por imaginarios eurocéntricos y raíces culturales originarias, Pelusa, ese gordito de rulos, cada domingo tiene la chance de romperle el arco a los fanfas tributarios de Hugo Orlando Gatti… para jolgorio del Coliseo nacional que se jacta de –o miente- sus pobres y se emborracha de goles.