El gobierno nacional parecía haber encontrado algo de calma tras el enésimo permiso para infringir el segundo acuerdo con el FMI que obtuvo la semana pasada, a poco de cumplirse un año de su decisión de disponer el regreso de Argentina al organismo, en lo que ya se ha convertido en un verdadero record en materia de revisiones para tan poco tiempo desde celebrado el pacto. En efecto, el aval de Christine Lagarde, David Lipton y compañía a la utilización del crédito stand-by para intentar frenar la corrida cambiaria sin fin, contradiciendo los estatutos del prestamista de última instancia, puede convertirse en la pax más efectiva de las varias que, cada tanto y de modo precario, se han conseguido en más de 365 días desde estallado el modelo cambiemista.

Es que la mejor forma de frenar el dólar es vender reservas. El problema es que la economía nacional hace rato que tiene en rojo el saldo de divisas norteamericanas, y habiendo desregulado por completo en ese rubro, no tiene para recomponer las arcas del Banco Central otra cosa que los auxilios del FMI o los swaps con China u otra potencia extranjera. En el extremo, se habla de la posibilidad de que, si no queda más remedio ante el caos, Donald Trump intervenga directamente con fondos del tesoro norteamericano. En cualquier caso, stocks, montos finitos de dinero, que, al cabo de un tiempo, si no se atacan la causa real del problema con el billete verde (su faltante, arriba referido), se acaban, y entonces el drama regresa agravado, porque a la urgencia original se le agrega la obligación de devolver los salvavidas con que se compra tiempo.

La pregunta, pues, es la misma que incansablemente se ha hecho en doce meses de idas y vueltas: ¿alcanzará este parche, luego de malograrse los anteriores? Daría la sensación de que no, cuando se observa que pese a todo la caída de reservas se acentúa, que el BCRA (increíblemente para un gobierno que llegó entre otras cosas a caballo del relato acerca del IndeK) ha dispuesto no informar más en qué las utilizará (lo cual puede dar lugar a especulaciones privadas sobre la variación de las mismas que acelere el pánico que se dice querer apaciguar) y que no se logra bajar la tasa de política monetaria de un demencial +70%.

Es tentador pensar que Mauricio Macri precisará sumar al aval del FMI, antes citado, mayor cantidad de billetes, contantes y sonantes. Vaya paradoja para quien presume de haber conseguido convencer de la inviabilidad de vivir de prestado, ser un barril sin fondo de lo ajeno.

Esto puede explicar el contrato de adhesión que se quiere vender como propuesta de acuerdo con el que el Presidente sorprendió a la opinión pública, y que supone comprometer a la oposición en un recetario que todas las semanas expresa su fracaso a sacudones. Si fuese necesario incrementar las dosis de aire a un pulmotor que ya no da abasto, tal vez el posible sponsor ande exigiendo compromisos más sólidos respecto de su devolución.

Internamente, el oficialismo, pretendía encerrar a CFK (a quien inicialmente no había convocado) en el chavismo que a la misma hora vuelve a ser noticia, para estirar la competencia del mal menor a falta de argumentos positivos y diluir a los angostos callejones intermedios que podrían robarle desencantados en una foto en la que aparezcan haciendo seguidismo de una iniciativa de Olivos, que hace rato perdió el control de los hechos. ¿Será que Sergio Massa sabía o sospechaba de esto, y por eso se anticipó a reclamar un llamamiento amplio (esto es, inclusivo de la presidenta mandato cumplido) de Macri a rediscutir su programa? Como era obvio que, al menos de entrada, no sucedería ni una cosa ni la otra, se curó en salud con fundamentos atendibles para un rechazo al convite. El problema para el macrismo, inconmovible en su obstinación de que resolverá comunicacionalmente su desastre económico, es que, estando en una posición tan endeble, si esto se echa a perder, puede recibir el tiro por la culata. Es que el marketing no lo puede todo.

Cristina Fernández de Kirchner respondió con silencio porque es quizá la mejor manera de poner de relieve que Macri ya no domina el escenario, y que lo que hace falta acá va más allá de una cosmética de buenas intenciones. En definitiva, la apuesta por la desaparición del kirchnerismo fue más bien la de armar un país en que la agenda popular ya no tuviera cabida. Eso es lo que se hizo añicos, independientemente de tal o cual candidatura. Alejandro Agustín Lanusse, esta vez como farsa.