Andrea hace un plano abierto con su celular y le muestra el resultado a su marido. A Oscar no le gusta nada lo que ve, y se lo demuestra con una mueca. “Pareciera que no vino nadie, y está lleno de gente”, le dice. Los dos están parados sobre la pirámide de la Plaza de Mayo. Son las seis y media de la tarde, y es cierto: a su alrededor hay poca gente, pero a cien metros, sobre Diagonal Norte, viene avanzando desde el Obelisco una columna muy numerosa y bulliciosa. El viento trae el clásico cantito, “¡Sí, se puede!”, y a Oscar se le dibuja una sonrisa y canta él también. “Ojalá vengan más acá, que después los medios van a decir que no vino nadie, ¡y somos miles!”, se entusiasma. No se equivoca: frente a la Casa Rosada, pocos minutos antes de que el propio Presidente salga al balcón a recibir lo más parecido al cariño popular en tres años y medio de mandato, está naciendo el Resistiendo Con Aguante macrista. La convocatoria lanzada desde España por el actor radical Luis Brandoni es todo un éxito.

A las siete menos cuarto, sobre la Plaza todos ya saben que Mauricio saldrá al balcón. Entonces ya no quedan huecos, todos se amontonan sobre las vallas y empuñan sus aparatos para captarlo. Cuando un helicóptero –no se sabe si allí va el Presidente o no– pasa por encima de las banderas celestes y blancas, son cientos los dedos que señalan al cielo. Una señora entre multitud no llega a decir “ahí viene” que Macri ya está saludando desde el balcón, junto a la primera dama Juliana Awada, vestido con un saco gris y envuelto en una bufanda con los colores patrios. Enseguida miles de cabecitas empiezan a hacer pogo, al canto de “el que no salta es un ladrón”.

Como el presidente no habla, la que empieza a hablar es la gente, a medida que todos empiezan a desconcentrar. Hay un tema ineludible en cada conversación y esa es qué pasó el domingo 11 de agosto, cómo explicarse que casi la mitad del país haya votado en contra del presidente que ellos adoran y al que vinieron, en muchos casos desde muy lejos, a darle ánimo para una remontada que a priori parece tan difícil como escalar el Aconcagua. Desde aquí abajo, y entre tanto autoconvocado y entre tanta emoción –Macri volvió a lagrimear como lo hizo en la gala del G-20 en el Colón, en noviembre pasado– parece impensable que millones de personas que en 2015 votaron por Cambiemos hayan migrado de vuelta al kirchnerismo cuatro años después.

Esa conversación, palabras más palabras menos, puede resumirse así, según lo atestiguado e intercambiado con los protagonistas por este cronista:

—Hubo fraude, como dice Lilita.
—No te equivoques, no podemos decir eso. La gente votó como votó porque siempre piensa en el corto plazo, no el futuro. Eso fue lo que pasó.
—Bueno, entonces lo que hubo no fue un fraude, pero sí que no fiscalizamos bien, y nos metieron mano.
—Hay que anotarse a fiscalizar, es cierto. En el conurbano, en La Matanza, siempre nos van a robar votos.
—Yo tengo fé que en Octubre lo vamos a dar vuelta.

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A las 19.30, Twitter estalla. Videos como el de Andrea circulan entre mensajes de aliento que esta vez sí son “caricias significativas” que no provienen de un Troll Center sino de gente de carne y hueso. Los hashtag#24AEnTodoElPais, #24AVamosTodos, #24APorLaRepublica y #SiSePuede son tendencia. La sensación es la de un despertar macrista, como el que vivó el kirchnerismo entre octubre y noviembre de 2015: el primer atisbo de movilización en una campaña apagada y plagada de contradicciones. Aquella vez no alcanzó. El Aconcagua esta vez es más grande, mide 15 puntos a nivel nacional y nada menos que otros 20 puntos en la estratégica provincia de Buenos Aires.

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La convocatoria estuvo pautada para las cinco de la tarde, pero la ansiedad es la ansiedad. A las cuatro, bajo un sol que podría decirse peronista, ya son varios sobre las esquinas linderas al Obelisco armados con cotillón patrio y carteles anti-yegua, pro-república y frases de preocupación por la “democracia”. Ese argumento curioso, que tan bien esgrimió para la tribuna gorila el candidato a vice, Miguel Ángel Pichetto (peronista él), sobre un hipotético retroceso de los valores de convivencia democráticos bajo un gobierno de los Fernández, hizo mella realmente entre los convocados. Es casi una sensación unánime. Más de uno, consultado por este medio, dijo sentir “miedo” ante la posibilidad que gane el Frente de Todos.

Fede, un pibe de 24 años, estudiante de abogacía, ex alumno del Pellegrini, contratado en la Secretaría de Modernización del Estado como coordinador de los equipos de redes sociales, macrista hasta la médula y militante de “La Generación”, esa suerte de La Cámpora amarilla, lo dice así: “Es que antes vos tenías poca libertad de expresión, los periodistas eran perseguidos, si estabas en contra del Gobierno de Cristina te escrachaban en público, yo lo viví eso y esta gente que está acá con nosotros siente lo mismo”.

Después se va, al grito de “Mauricio presidente” y “No vuelven más”. Lo siguen unos 20 pibes y pibas que como él sienten que en Octubre la tortilla se da vuelta. Uno de ellos, Rubén, dice que la gente va a sopesar la crisis económica y cambiará su voto en función de otras razones, entre ellas la “transparencia”. “Mauricio recibió un llamado de atención en agosto. En Octubre va a recibir un voto de confianza, porque agarró un país destruido y transparentó lo que nos pasaba”, dice.

LAS FARC, LA UTA Y LOS IGNORANTES

Como sucede en cada espacio político, circulan entre los fans de Macri otros argumentos, más radicalizados. Situación uno: Diagonal Norte y Perú, Franco, contador de 22 años, levanta un cartel que dice “No nos separa una grieta, sino un abismo moral. Fuera Albertítere”. Los de alrededor le piden que se detenga en la caminata rumbo a la plaza, para sacarle una foto. ¿Cómo es eso del abismo moral? “Muy fácil”, dice Franco, “no quiero terminar como Venezuela ni votar un Presidente al que apoyan las FARC”. ¿Una visión geopolítica? “No quiero un país de adoctrinados”, suelta y se va.

Situación dos: Metrobús 9 de Julio. Una trifulca con un conductor de la línea 54, carril rumbo al sur. “Ya te van a violar los de La Cámpora”, se escucha gritar a un señor de unos 50 años. “Andá a fichar a la UTA, delincuente”, grita una mujer. El chofer, morocho, robusto y con lentes de sol, no se inmuta. La razón de los insultos que recibe es que la multitud decidió cortar, como si fuera un piquete, los carriles del Metrobús. Como el Gobierno no envió literalmente un solo oficial de policía a ordenar la manifestación, se generó un caos de gente y tránsito. El colectivo quedó atascado entre la multitud. “Señora, estoy cansado, la gente que llevo también. Déjeme llegar a mi casa”, dice entonces el chofer. “Andate a cagar, forro”, es lo más lindo que le dicen. Él sonríe, y finalmente logra avanzar.

Situación tres: una charla con Claudia, que llegó desde ¡General Pico, La Pampa! “Que pueblo ignorante”, dice al ser consultada sobre qué sintió la noche de las PASO. Lo que sale de su boca después es una serie inconexa de frases hechas, ya conocidas. “Mi nieto se quiere ir del país porque en la Facultad no lo dejan estudiar que lo interrumpen con consignas políticas. Y no puedo darle trabajo a los argentinos, que enseguida quieren esto y lo otro, ¿Por qué creés que los venezolanos consiguen más rápido trabajo acá que los argentinos? Somos vagos e ignorantes, por eso nos va como nos va. Y te digo una cosa, si no salimos ahora del atraso de 60 años de peronismo, no salimos más”.