Aunque sin patear el tablero, el gobierno decididamente tensó la cuerda, presentando una oferta que nadie podría calificar de generosa. Con 62% de quita sobre los intereses, 5% sobre el capital y casi tres años de gracia, el Ministro Guzmán dio a conocer formalmente la propuesta argentina a los acreedores y empezó la cuenta regresiva. Se vienen semanas cruciales que, como si no alcanzara con la incertidumbre de la pandemia, suman un elemento absolutamente determinante para el futuro de la economía argentina y de la gestión del gobierno nacional.

Si en río revuelto ganan los pescadores, el gobierno se ha propuesto aprovechar la alborotada y preocupante coyuntura para hacerse de una fuerza que, en otro contexto, hubiera estado a más largo alcance. Si bien es difícil prever con exactitud cuán dispuestos a negociar se mostrarán los fondos de inversión, sí se han dado indicios respecto de qué camino podría adoptar la Argentina.

Las señales políticas del jueves en la Quinta de Olivos fueron inequívocas. Al sostener que “ya estamos en default virtual”, Alberto Fernández dio a entender su relativa indiferencia ante el posible salto a un default real. Y al afirmar que el país “no puede pagar nada”, dio cuenta de que el plazo de gracia es un punto innegociable. Acaso podría haber afirmado que la cesación de pagos es un hecho y sólo resta definir la modalidad: si es con acuerdo, será sin el trauma financiero de un default; y si sucede sin acuerdo, pues… que suceda. En este contexto, ¿qué le haría una mancha más al tigre?

En el frente interno, el gobierno se hizo de una inesperada fortaleza, logrando encolumnar detrás de su agresiva propuesta de reestructuración a casi la totalidad de la oposición. Ganando su respaldo a la estrategia oficial, Alberto Fernández neutralizó -al menos temporalmente- a quienes, en un contexto de normalidad, oficiarían de cadena de transmisión del lobby de los fondos de inversión.

Ahora bien, mientras que la pretensión oficialista de lograr el apoyo de Juntos por el Cambio no apunta sino a ampliar las bases de sustentación de su propuesta a los acreedores, resultan más intrincadas las motivaciones en el sentido inverso. ¿Qué podría impulsar a la fuerza opositora que hasta hace pocos meses ejecutó e impulsó ideológicamente el endeudamiento desenfrenado a sobreactuar el apoyo a una oferta tan poco amigable para los mercados?

Atravesado por disputas de liderazgo -que esconden una interna de orientación política-, Juntos por el Cambio ha leído los riesgos y oportunidades que le ofrece el inédito panorama actual.

En primer lugar, aceptó que el inesperado espaldarazo del Fondo Monetario Internacional al gobierno del Frente de Todos generó un ineludible efecto colateral. La declaración de “insostenibilidad” significó no sólo un fuerte viento de cola para el oficialismo sino también una reducción de los márgenes de acción para la oposición a la hora de posicionarse en materia de deuda.

En segundo lugar, leyó con atención los nuevos vientos de época, que muestran cómo en tiempos de pandemia se ha estrechado de sobremanera el espacio para hacer política puertas afuera de la Casa Rosada. Ante el “enemigo externo” que constituye el coronavirus, la diferenciación ha dado lugar al abroquelamiento como la forma más viable de acumulación política. Horacio Rodríguez Larreta fue el primero en tomar nota del escaso lugar que ofrece el clima político actual para desmarcarse.

Por último, con su apoyo al gobierno, el macrismo realiza una apuesta a futuro, iniciando una búsqueda de reconversión. Intuye que la pandemia puede hacer las veces de borrón y cuenta nueva, ayudando a dar vuelta la página y que pase a un segundo plano todo argumento que resalte que la crisis no halla su origen en el coronavirus sino en políticas previas, las cuales se sienten crecientemente lejanas en un presente avasallante. En definitiva, esta coyuntura podría operar como mojón que marque a la política en una era pre-pandémica y otra pos-pandémica, no sólo para el oficialismo sino también para Juntos por el Cambio como oposición.

* Sociólogo y Doctor en Ciencias Sociales (Universidad de Buenos Aires). Becario posdoctoral del CONICET e investigador del Centro de Estudios Sociopolíticos (Instituto de Altos Estudios Sociales, Universidad Nacional de San Martín). Twitter: @AndresScharager