La responsabilidad política en una sociedad que cambia
Por Marcos G. Breuer. La bioética tiene una función primordial en las sociedades modernas, al proponer modelos teóricos y normativos con el fin de entender y orientar las transformaciones del "mundo de la vida"
En un artículo de 1958, Karl Jaspers reflexionaba sobre el progreso que había experimentado la medicina en la primera mitad de siglo XX, calificándolo de "vertiginoso", "sin precedente", "maravilloso". Hoy, a casi sesenta años, no podemos leer esas páginas sin preguntarnos qué adjetivos hubiera usado el filósofo alemán para describir las posibilidades que nos abre la medicina contemporánea. Curiosamente, nos hemos acostumbrado al cambio y a preguntarnos qué sorpresas nos deparará el futuro próximo.
Pero no solo cambia la biotecnología, sino también y principalmente nuestra forma de vida el modo cómo queremos vivir, cómo queremos reproducirnos, cómo queremos sanar y, por último, cómo queremos terminar nuestros días. Y allí aparece la bioética, una joven disciplina en la que participan filósofos, médicos y juristas, y que se propone, por un lado, comprender a fondo esas transformaciones y, por otro, hallar principios rectores que las guíen. Porque está claro que esas nuevas formas de vida en algunos casos chocan con las concepciones tradicionales y, en otros, desembocan en ámbitos desprovistos de marcos legales apropiados.
La bioética tiene una función primordial en las sociedades modernas, al proponer modelos teóricos y normativos con el fin de entender y orientar las transformaciones del "mundo de la vida", para usar una expresión cara a la generación de Jaspers. Sin embargo, son los tres poderes del Estado, el ejecutivo, el legislativo y el judicial, quienes cargan con la principal responsabilidad; a ellos compete, respectivamente, proponer nuevas leyes en materia bioética, sancionarlas y, luego, interpretarlas adecuadamente en caso de infracciones o de conflictos entre partes. Aquí, la responsabilidad y el compromiso político de los gobernantes se manifiestan, al menos, de dos maneras claras primero, en la atención permanente a los cambios demográficos, sociales y biotecnológicos; segundo, en la voluntad de crear una legislación que no solo esté al día sino que también abarque la pluralidad de formas de vida que es inherente a nuestras sociedades.
Si es correcto hablar de "progreso tecnológico" al menos metafóricamente , lo es también hablar de "progreso legal", y ello implica tener en cuenta que las leyes que se aprueban hoy no son eternas o definitivas, sino jalones, sólidos pero transitorios, en un proceso ininterrumpido de cambio. ¿Hay algún norte en toda esa evolución? En mi opinión, sí el ideal del individuo autónomo y responsable o, más concretamente en lo que aquí nos atañe, el ideal del paciente que, de manera racional y en función de su propia concepción del bien, decide cómo vivir y cómo morir.