Desde el final de la Guerra Fría, con la emergencia de los Estados Unidos como única superpotencia mundial, el surgimiento de los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), y ahora su consolidación, es el movimiento estratégico de orden geopolítico más importante del nuevo siglo, constantemente, China e India son presentadas como ejemplo de una estrategia alternativa de desarrollo.

La prensa internacional ha destacado el ejemplar desempeño económico de esos estados, proyectando a esos países como una de las economías de mercado emergentes que en breve se adueñarán de la economía mundial. No obstante, el sector industrial no ha evidenciado un alza significativa en su participación. ¿Por qué hay países que teniéndolo todo son pobres? ¿Cómo queda el mundo durante y después de Donald Trump y la Argentina tras el paso de Mauricio Macri? Preguntas cuyas respuestas retumban en la atmosfera de la historia y sus acontecimientos políticos.

La industria enriquece y otorga poder. La medida que la genera es la protección económica a rajatabla. En los últimos años la potencia hegemónica en decadencia, los Estados Unidos, han caído bajo las garras del capital financiero internacional. Donald Trump lo sabe y su gobierno está implementando políticas proteccionistas. ¿Y en la Argentina qué sucede? Es imposible rechazar el liberalismo económico y el libre comercio, sin previamente generar un importante impulso estatal que promueva actividades industriales y generación de empleo.

En América Latina existieron dos grandes procesos de protección industrial los iniciados por Getulio Vargas en Brasil y por Juan Domingo Perón en la Argentina. El primero terminó con el suicidio de Vargas en agosto de 1954 y el segundo terminó cuando se produjo el golpe de 1955.
Si hoy hubiese una generación de dirigentes nacionales, ambos países estarían en óptimas condiciones para aplicar en Sudamérica una política de protección industrial.

La era de la globalización terminó. Lo que se vive, especialmente a partir de la crisis financiera de los últimos años, es un tiempo de incertidumbre sobre las relaciones de poder en el mundo. Estados Unidos empieza a dejar vacante su lugar de potencia hegemónica no sólo a China como futura primera economía mundial, sino que también genera alianzas entre naciones muy diferentes y, sobre todo, el fortalecimiento de distintos bloques regionales. Sin embargo, la etapa que comenzó con el llamado Consenso de Washington, pos la denominada Guerra Fría, cuyo lanzamiento coincidió con el derribamiento del Muro de Berlín, en diciembre de 1989, sigue vigente.

El neoliberalismo descendió a América del Sur, cuando Milton Friedman encontró en el golpe que terminó con el gobierno y la vida de Salvador Allende, las condiciones para eliminar la teoría económica que creó desde finales de los años 60 en la Universidad de Chicago. No se iba a permitir otro Fidel Castro.

Friedman fue el gran enemigo de la teoría keynesiana. Sentenció que el pleno empleo y el consumo, eran los supremos aceleradores de la inflación. Fue el padre de las privatizaciones, fundamentalista del monetarismo y el libre mercado con Ronald Reagan y Margaret Thatcher a la cabeza.

La libertad de mercado, activa automáticamente la división internacional del trabajo. Trump lo sabe y Macri pareciera no tenerlo en cuenta. En la dura década del 70, la reproducción de dictaduras fue una necesidad del mercado cuya fórmula era importar productos elaborados y terminar con la industria nacional.

A contramano de esa realidad, en estos últimos años, Estados Unidos pasó de ser la primera potencia económica y militar a ser una nación con una economía golpeada. Ese declive fue concordante con la crisis de su principal socio comercial, la Comunidad Económica Europea.

Hace unos días Mauricio Macri visitó a Donald Trump. La historia de las relaciones con Estados Unidos, especialmente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, fue dependiente y funcional a los planes de dominación mundial establecidos por la Casa Blanca y sus fuerzas armadas. El inicio de 1945 estuvo signado por la descarada campaña del embajador Spruille Braden en contra de Juan Domingo Perón.

Mauricio Macri optó por el camino inverso en su visita a Trump. Si bien los gobiernos antineoliberales que se sucedieron en América latina, antes del desembarco nuevamente del posliberalismo, han resistido y dado inicio al proceso de construcción de alternativas, atacando tres ejes fundamentales la prioridad del ajuste fiscal, por medio del apoyo a las políticas sociales; la prioridad de tratados a los procesos de integración regional, el no al ALCA; y la centralidad del mercado, por el rescate del rol activo del Estado como inductor del crecimiento económico y la distribución de renta. Todas esas formas de resistencia al neoliberalismo, no constituyen todavía un modelo de su superación.

La clave es siempre el cambio cultural. Sin el cambio cultural no hay nada. Sin entender la preferencia de lo propio, no se puede construir. Lo primordial es apreciar primero lo de uno y comprender que el cambio es siempre primero mental y cultural.