Viajar entre los derechos y los privilegios
Por Jorge Gobbi. ¿Desde cuándo viajar al exterior se hizo tan valioso socialmente?
¿Es viajar un derecho o un privilegio? ¿Las personas viajan más porque hay más acceso a la movilidad o porque ha cambiado su forma de pensar acerca del viaje? Viajar en meses, antes poco frecuentes, es un fenómeno que ya lleva años consolidándose. Profesionales que pueden tomarse días en momentos del año laboralmente muy activos; alumnos que faltan una semana para viajar; tours de compras todo el año. ¿Cómo podemos pensar en estos cambios? ¿Desde cuándo viajar al exterior se hizo tan valioso socialmente?
Tenemos, claro, algunas razones internas del mercado de viajes. El menor precio de los pasajes aéreos y la mayor conectividad entre destinos es uno de los temas. Los destinos, además, se preocupan por romper la estacionalidad marcada y buscan recibir viajeros la mayor parte del año.
Pero también hay razones que tienen que ver con el mercado de trabajo. Por un lado, hay mayor cantidad de personas que trabajan de manera independiente. Y otros que, aún bajo relación de dependencia, pueden tomarse algunos días de su período de vacaciones en diferentes momentos del año, en tanto dejen sus tareas planificadas y siempre se los pueda encontrar vía mensajeros instantáneos. Pero, claro, el tema no es tan simple con hijos en edad escolar. Viajar en otras épocas implica faltar a clases, y eso es algo que a muchos les preocupa. Se puede, claro, decir que "viajar educa", pero es difícil sostener que cualquier tipo de viaje -por ejemplo, uno orientado a compras- tenga el mismo valor desde lo educativo.
Hay razones políticas. Mayor cantidad de feriados, en particular de los llamados "feriados puente", que con el tiempo ya no son sólo usados para viajar cerca.
Hay, en todo caso, una relación entre factores que tienen que ver con el mercado laboral, político y de viajes. El resultado es una larga decadencia de la tradicional "temporada alta". Que aún existe, pero que tiene mucha menos relevancia que antes. De hecho ya vemos hace tiempo como los destinos donde la temporada alta es más marcada están en seria desventaja frente a aquellos que logran atraer turistas la mayor parte del año. Simplemente porque ya no pueden seguir con la política de precios súper altos en temporada alta; nadie quiere pagarlos.
Si tomamos en cuenta que sólo una parte bastante acotada de la población mundial puede viajar fuera de su país, parece bastante sencillo decir que es un privilegio.
Viajar, en todo caso, es un derecho en tanto el Estado no debería hacer nada para impedirlo. Pero que nadie impida viajar no significa que efectivamente podamos salir a conocer el mundo. Los recursos económicos, la disponibilidad de tiempo, nuestras obligaciones laborales y educativas son algunas de las posibles restricciones. Una buena parte de la población mundial vive en lugares con mala conectividad aérea, en países con dificultades para acceder a divisas o en donde el viaje no es un gran valor en sí mismo.
Al menos en Argentina, el viajar está revestido de una gran legitimidad y valoración desde lo social. Esa relevancia desde lo social es un buen punto de partida para pensar por qué buscamos viajar cada vez que se da la oportunidad. Pueden darse hoy algunas circunstancias coyunturales. Por ejemplo, un tipo de cambio que posibilita más viajes al exterior. Pero es evidentemente que el valor del viaje no es algo coyuntural; se ha formado y consolidado a lo largo de décadas. En ese marco, es claro que para muchos argentinos viajar es visto como un derecho ligado a una aceptable calidad de vida. El límite, finalmente, está en nuestra capacidad real de consumo.