Disputas hegemónicas en tiempos de pandemia
Hay un escenario de reedición de la guerra fría donde ese mundo bipolar pareciera presentarse para Argentina entre dos hegemones: Estados Unidos por un lado y Rusia y China por el otro
El escenario político en tiempos de pandemia
El fenómeno impensado de la pandemia trastocó velozmente el curso corriente de la dinámica de lo social y lo político en múltiples aspectos y escalas. Las actividades de nuestra vida social y cotidiana se vieron modificadas de un sacudón sin que estuviésemos preparados para ello. Lo mismo le pasó a la operatoria del Estado, a su día a día, no sólo en las áreas que dan servicios a la ciudadanía sino también en las que no lo hacen y que son la mayoría de su estructura. Además, de esas modificaciones y transformaciones en los planos sociales e institucionales de la vida del Estado se dieron otras, fundamentalmente las que pertenecen al plano del poder, o mejor dicho de la articulación de poder y que son estructuradoras de los otros planos mencionados. Se trata sin más de la hegemonía política, de la construcción de hegemonía política. Un juego de construcción de articulaciones tendiente a generar representación en política, ganar poder para perdurar, para gobernar, para sostener la legitimidad necesaria que la propia lógica del poder imprime. La hegemonía política no la debemos pensar en términos peyorativos, como exceso o acumulación desmedida de poder o tampoco como atribuible a algún sector, lugar o actor predefinido de la sociedad como la economía, o como una clase social o a un personaje, sino más bien como el resultado de operaciones articulatorias que se dan de manera contingente en el marco de la disputa por el poder y la representación, y que son constitutivas del juego político sin más.
En ese marco, la pandemia ha significado un punto de inflexión en el transcurrir de lo político en Argentina y en el plano regional e internacional. Particularmente, en nuestro país la disputa hegemónica intensificó la dimensión agonal de la disputa política al dicotomizar la sociedad en aquellos que han aceptado la intervención del Estado, fundamentalmente en la gestión de la crisis provocada por la pandemia, y aquellos que la han rechazado de plano y que han sabido disputar en las distintas superficies “discursivas” el sentido de la intervención del Estado con medidas como las del Aislamiento Preventivo y Obligatorio o como el Distanciamiento Preventivo Obligatorio. Se podría señalar que el terreno específico de la confrontación, de la puja, se ha ubicado en el mismo marco de las medidas tomadas para gestionar la pandemia. La etapa del ASPO significó para las dos fuerzas políticas nacionales, el Frente para la Victoria y Juntos por el Cambio, (lideradas fundamentalmente por Alberto Fernández, Cristina Fernández de Kirchner, Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich, y la figura del Ex presidente Mauricio Macri más bien con menor eco en ese escenario adversarial) un escenario inicial de disputa que se caracterizó en su comienzo por la cautela política. Sin embargo, la primera etapa del 2020 perfiló fundamentalmente la plataforma discursiva de la disputa centrada en los múltiples efectos de la medida de “cuarentena larga”, algo que va a proseguir en el 2021 en el marco del DISPO pero que va a agregar la disputa sobre la gestión de la vacunación y actualmente la disputa y conflictividad sobre el cierre temporal del sistema educativo y los perjuicios a los sectores comerciantes urbanos. El escenario de confrontación es el del ejecutivo nacional, el de la provincia de Buenos Aires y el porteño fundamentalmente. Con poca incidencia real del escenario parlamentario y de las restantes provincias.
Teniendo en cuenta la observación acerca del escenario de la disputa, se podría indicar que la primera etapa, si bien implicó un costo político para los actores de los ejecutivos nacionales y provinciales, oficialismos y oposición, este costo fue más bien distribuido entre todos. Mientras que, en esta segunda etapa, el costo de las medidas de cuarentena recaen en mayor medida en las figuras del ejecutivo nacional. Es claro que en el juego político uno más uno no siempre es dos pero es evidente que acercándonos a las elecciones de medio término la oposición política y los ejecutivos provinciales (algunos opositores pero otros oficialistas) intentarán trasladar el costo de las medidas sanitarias al ejecutivo nacional. Es decir, hoy ese escenario de disputa presenta claramente una lógica adversarial y tiende nuevamente a dicotomizar a las opciones de política y a la misma “sociedad” en dos campos antagónicos. Se podría inteligir que cuanto más nos acercamos al momento electoral, más se polariza la disputa hegemónica por el sentido, depositado hoy en la “gestión de la crisis de la pandemia”.
La forma teórica para analizar las articulaciones parten de la base de pensar fundamentalmente la relación entre el régimen político (oficialismo) y las demandas sociales, entendidas como unidades susceptibles de presentarse de manera diferencial ante el régimen político o de manera equivalencial cuando tienden a oponerse y a equivalerse entre sí más allá de las características particulares de cada una. Este juego político o más bien lógica política en el plano nacional pareciera no tender a generar la emergencia de una demanda o una particularidad que encarne al conjunto de demandas diferenciales sociales en oposición al actual régimen político. Por lo tanto, no existe en Argentina un escenario de emergencia “discursiva” o de representación que se presente en esa dirección. Es cierto que de forma larvada la figura de Horacio Rodríguez Larreta ha intentado o intenta buscar esa equivalencialidad en algunos sectores, a partir de disputar desde el inicio el sentido de la gestión de la crisis, sobre todo a través de la actividad de la figura de su Ministro de Salud porteño, pero sus acciones parecen surgir más de un oportunismo político que tener el plafón para ser la parte que encarne el todo. Por lo que se podría indicar a primera vista, el resultado del escenario por la hegemonía es el de un empate de fuerzas en el cuál los resultados de la vacunación, la administración de las cuarentenas y el equilibrio de la macroeconomía marcarán el resultado final de cara a las elecciones de medio término. Por ahora la moneda está en el aire.
Las obstrucciones al poder presidencial
La gestión y los efectos de la pandemia han sido y constituyen, sin dudas, el Signo en disputa de la política actual y el principal factor de incidencia en las transformaciones del juego político. Pero desde el punto de vista de la necesaria construcción de poder presidencial y su grupo político afín, existen otros significantes que tienen tanta fuerza como aquel y que, a la vez, re significan y son re significados por la misma situación de la pandemia y representan serios desafíos para la construcción de hegemonía de la figura presidencial. Entre ellos, se destaca la figura no menor de Cristina Fernández de Kirchner al frente del Senado Nacional, jefa política junto a Máximo Kirchner (líder de la Orga) y primera en la línea sucesoria; la pesada herencia económica del gobierno anterior (valuada en deuda neta en dólares con vencimientos en el corto plazo); la existencia de una minoría activa pero intensa, encarnada ahora en la figura del Jefe de Gobierno porteño y principal competidor político; y las tensiones del trastocado escenario internacional. Frente a todas estas obstrucciones, la pandemia ha actuado como un catalizador en cada una de ellas y desafía la capacidad de poder de la figura presidencial.
Desde la llegada de Alberto Fernández al frente del Poder Ejecutivo Nacional se comenzaron a tejer una serie de interrogantes acerca de su futuro liderazgo y de su posible construcción de poder. (Fueron parte de las preguntas politológicas una vez asumido el cargo previo a la pandemia). En una búsqueda de respuestas a esos interrogantes se podría señalar que la primera obstrucción para crear ese poder de fuego que requiere todo “delfín” en un sistema presidencialista estuvo dado por la misma gestación de la fórmula “Fernández – Fernández de Kirchner”. La sorpresiva fórmula relatada y pergeñada por Cristina ha sido un indicador desde el comienzo, que si Alberto va a construir poder lo va a tener que hacer con Cristina. La segunda obstrucción desde los inicios de su gestión es más de tipo coyuntural. La herencia de la deuda, la reconstrucción de una economía diezmada heredada que estaba en la agenda de campaña y que es una agenda activa del gobierno: arreglar el problema de la deuda para intentar activar la economía. Una tercera, es la existencia de una minoría activa intensa de derecha que, a pesar de perder la elección general, pretende volver al poder, buscará su “segundo tiempo” de revancha, con liderazgos o más potables, o menos impresentables. Podríamos agregar una cuarta obstrucción que es la internacional, que también es y adquiere formas que tensionan la posibilidad de construcción de poder en la figura presidencial.
Si tuviéramos que referirnos en términos hegemónicos a la primera obstrucción. A Cristina, está claro que ésta fue logrando acomodar las fichas del poder en el tablero político de una manera muy estratégica y táctica a la vez. Sus movimientos en las designaciones estratégicas en política exterior, a nivel ministerial y el control del Poder Legislativo, e incipientemente en el Poder Judicial muestran que el poder de fuego lo sigue conservando, y además, que juega un papel, algo así, como una garante de representación populista imposible de alcanzar para el presidente. Alberto es ante todo un moderado, un “alfonsinista”, o un socialdemócrata pero no es populista. Cristina no es tan populista como Kirchner o Chávez, pero en comparación con Alberto Fernández sí lo es. Por lo tanto, la construcción política de fondo de Cristina, La Cámpora y las organizaciones, etc, siguen en una órbita en la que el presidente mira con media sonrisa pero a la que no pertenece del todo. ¿Esa obstrucción horada la posible construcción de poder presidencial? Si, lo hace, después de más de un año, ya es un dato político incontrastable.
La segunda obstrucción, la coyuntural, la de la herencia “macrista” es tal vez para la cual la figura presidencial estaba más preparada. Por eso, el Ministro de Economía Guzmán, especialista en deuda externa, era el socio ideal para la pelea de por lo menos los dos primeros años de gobierno. Sobre ese tiempo, ahora nos acercamos a la meta aunque todavía sin un arreglo con el FMI pero sí con gran parte de los privados. Parece quedar cada vez más claro en el tiempo que se extiende la negociación con el FMI que, mientras más se empobrece el país y más consecuencias negativas generadas por la pandemia, más firmeza adquiere la idea de que no hay demasiadas alternativas que lograr una negociación más o menos aceptable con el FMI, pero lograrla de una vez. Argentina tiene en ese plano dos frentes complejos. Una deuda neta en dólares con vencimientos a corto plazo, con un escenario de más de diez años de graves dificultades para acceder a financiamiento externo a tasas razonables. Si ese frente logrará un éxito antes de las elecciones de medio término, tal vez, podría implicar una posible capitalización por parte de la dupla genuina Alberto Fernández – Martín Guzmán. Ese panorama no parece ser el actual y parece ser difícil llegar con los tiempos. Sin embargo no está todo dicho.
Por otro lado, y como también parte de la herencia reciente, el nuevo ecosistema PRO o Juntos por el Cambio crearon otra obstrucción para la necesaria búsqueda de poder del líder presidencial. Se trata de esa minoría, a veces no tan minoría cuando gana elecciones, pero que busca minar todas las decisiones y medidas que se toman en el marco de la pandemia y en otros planos decisionales, y que quieren retrotraer al imaginario de que lo que estaba bien era lo que se hacía antes, cuando gobernaba Cambiemos. Una suerte de imaginario en donde no existió la elección presidencial pasada, y en el cuál la idea de necesidad de “cambio” y de viraje hacia un antipopulismo persiste ante todo. Tal vez, la novedad es que el recambio de líderes hacia adentro de esa coalición pueda redundar en una mejor oferta electoral para sus votantes.
El sistema internacional se presenta ante el poder presidencial como tierra de oportunidades pero también de amenazas. La gestión de la crisis de la pandemia puso sobre el tapete la disputa por la compra de vacunas. En este plano Argentina avanzó fuertemente en las relaciones con Rusia primero y con China en segundo lugar. Paralelamente, en el frente de la deuda externa, Argentina negocia ahora con la administración Biden para cerrar un acuerdo razonable con el FMI. Sin dudas, hay un escenario de reedición de la guerra fría donde ese mundo bipolar pareciera presentarse para Argentina entre dos hegemones: Estados Unidos por un lado y Rusia y China por el otro. La posición presidencial al respecto es la del equilibrista, mientras que la del Cristinismo es la opción Rusia - China y la de la oposición es la de Estados Unidos. En ese terreno, el resultado del rol presidencial vendrá de la mano del resultado final que se alcance en la vacunación y en el tipo de arreglo con el FMI. Los tiempos juegan en contra para la elección de medio término pero nuevamente, el resultado está abierto.
Más allá de la hegemonía: sobre los efectos sociales de la pandemia
En este último punto nos gustaría plantear algunos interrogantes que trascienden la disputa por la hegemonía pero que constituyen un desafío futuro sobre nuestras nuevas formas de socialización de cara a los efectos de la pandemia. Finalmente, lo que los sociólogos de la modernidad reflexiva (Giddens y Beck) comenzaron a vaticinar hace más de veinte años en el centro de occidente, se convirtió en una realidad global: la sociedad del riesgo, las nuevas amenazas, nuevas identidades. La pandemia global por el COVID19 y las nuevas cepas derivadas ya configuran un signo de época: vivir bajo amenaza de muerte, vivir sin certidumbres. La modernidad actual es un tiempo de aceleración de incertidumbres, de amenazas, de inseguridades, de cambios de identidad, de ideales, sobre todo, de caída de gran parte de los signos vertebradores del inicio de la modernidad. La familia, las clases sociales, la razón, la ciencia, la seguridad, el bienestar, etc. Nuestra socialización comienza a trastocarse a ritmos más acelerados de lo que hubiéramos pensado y querido. No sabemos muy bien a donde nos lleva la situación actual, caracterizada por ir detrás de los efectos desbastadores de un virus que se va regenerando y que parece instalar un escenario de pandemia permanente. Ciertas visiones futuristas, más cercanas a la fortaleza de la “Ciencia de Vacunas” son optimistas y parten de la base que, del nuevo descubrimiento de la alfalfa como material para producir mil millones de vacunas, se podría terminar con la pandemia en un año. Pero otras visiones menos optimistas plantean el interrogante de si la pandemia llegó para quedarse y configurará un nuevo escenario social, económico y político por venir. El interrogante es si la pandemia se trasciende a sí misma y hace que sus efectos generen nuevos patrones de sociedad.
Otra línea de cambio es la de la nueva pero vieja disputa entre lo público y lo privado, que se reactualiza ahora en la fabricación y venta de vacunas. El poder de los Estados parece haber recobrado fuerzas en ordenar y gestionar las crisis sanitarias, pero paralelamente los laboratorios y los inversionistas privados están constituyendo y profundizando su poder de lobby a escala global. Algo que podría redundar en un mediano plazo en un nuevo desbalanceo de poder entre lo público y lo privado en favor del segundo. En esa misma dirección otro de los efectos de la pandemia es sin duda el de la vigencia y profundización de la biopolítica. El hecho de que el acceso al sistema de salud se haya transformado en un bien preciado más allá de lo que ya era y que el acceso desigual se haya profundizado, nos muestra a las claras que parte de los efectos que la pandemia consiste en la aceleración de los efectos de la biopolítica. En el cuál, por los efectos no controlados de la pandemia, la misma biopolítica se “quita de encima” a la “heterogeneidad social” (los excluidos, los condenados de la tierra) encarnada en los sectores sin recursos y en la población menos activa económicamente.
Finalmente, se podría decir que si bien se configura un nuevo mundo, parte de lo que podemos observar no es tan nuevo, es algo así como un viejo mundo devenido nuevo, que ya conocíamos pero que la pandemia aceleró. No en el sentido de resolver las viejas contradicciones entre ricos y pobres, incluidos y excluidos, continentes desarrollados y continentes subdesarrollados, “cantantes y coros”, estado y mercado, sino más bien en profundizarlas sin expectativas de resolución. La pandemia genera un efecto de profundización de la incertidumbre y las amenazas a la vida. Tal vez, nuevamente las esperanzas del Siglo XXI caerán esta vez no sólo en la re - centralidad del papel de los Estados en restablecer un ritmo más armónico de vida social, sino también, en las propias redes de la sociedad civil con el desafío de ser co autora y co gestora en la definición de prioridades y objetivos, pero también en la participación y en la provisión y uso de bienes colectivos atentos a sus necesidades.
*Profesor e Investigador de la UNLA/UMET/FLACSO