¿Es, o se hace?
Coacheado. Improvisado. Inusual. Enojado. Vital. Emocionalmente inestable, perdió el control. Milimétricamente estudiado, brillante.
El único denominador común que parecen tener los comentarios acerca de las últimas apariciones públicas, es que hay tantos Presidentes como cristales con los que se mire. A pocos días de la presentación del Juez Ramos Padilla en el Congreso, donde se destapó la red de espionaje local e internacional más sistemática y profunda de la que se tenga memoria —al menos, desde la dictadura—, y ante el silencio mancomunado de los medios centrales de comunicación, el Presidente eligió para retomar contacto con la sociedad no un evento, una inauguración, una reunión, una recepción de personaje célebre o visita internacional, sino una entrevista cara a cara y, aparentemente, no guionada. ¿O sí?
Este juego de double guessing permanente, el intento de adivinar las intenciones detrás de cada alocución —se desmenuzan los gestos, las palabras, la corporalidad, el archivo—, desde luego, quita el foco del sombrero y lo pone en el mago.
Así como sucedió con el obrero Dante, quien se le acercó en la inauguración de una obra luego de la fotografía folclórica de rigor, o la apertura de sesiones ordinarias del Congreso Nacional con acting de falsa diputada camporista incluido, las últimas apariciones públicas del Presidente son todo un enigma. Y, como bien lo saben los estrategas oficialistas, no hay nada que dé más placer al núcleo duro de votantes kirchneristas que el ejercicio de la deconstrucción: si se les entregara una bomba con ladrillos de TNT y un timer, la neutralizarían en cuestión de segundos. Apenas llega una notificación del FMI ya saben cuánto de eso va a intereses, cuánto a cubrir el gasto estatal, cuánto a subsidios para “contener la situación en año electoral”. Ramos Padilla realiza su presentación y sus datos ya están absolutamente chequeados y corroborados antes de que terminase de cerrar el portafolio. Los kirchneristas de a pie son auténticas marabuntas informativas. Con esta voracidad, empero, es muy sencillo alimentarlas de información falsa o hacer prender rumores, por ejemplo. Para cuando terminaron de deglutirlo y desmentirlo, ya es demasiado tarde: la agenda ha avanzado y los dejó atrás. En este efecto doppler, la fuente (el Presidente) avanza al doble de la velocidad del sonido, los espectadores opositores se quedan mirando la gestualidad y sólo después perciben el sonido. Lo que no logran decodificar es que el problema no consiste en el largo de onda sino en la distancia que los separa de la fuente o, en criollo, no importa la velocidad con la que desarticulen el mensaje sino su posición relativa al emisor: eso es lo que les genera distorsión y acaban escuchando los mensajes al revés, como aquellos cassettes diabólicos de la infancia.
Mientras tanto, las audiencias leales y las independientes —sin el apremio del contradestinatario— ven y escuchan en simultáneo, con menos distorsión y por lo tanto con una mayor conformidad de criterios, sin grandes disrupciones. «Hoy el Presidente está más tranquilo, hoy está más sacado, es un ser humano». Y está frustrado. Pero tiene fe. Gane o pierda, conserva la coherencia. En el mientras tanto, si el objetivo del oficialismo es mantener el misterio (como Cristina Kirchner en Cuba), lo está logrando.
*Lic. en Sociología (UBA). Consultora política, escritora.