“Nos quieren sacar de la calle, pero no de la pobreza”
Miles de personas llegaron desde el conurbano a la 9 de julio en una nueva movilización de Unidad Piquetera, que otra vez sufrió el desplante del ministro de Desarrollo Social, Juanchi Zabaleta. No hubo acampe y habrá un nuevo round el miércoles próximo.
“Nos quieren sacar de la calle, pero no de la pobreza”, dice la consigna impresa en letras rojas gigantes sobre el fondo blanco de la bandera que hace de límite entre la columna del MST-Teresa Vive y la calle. La sostienen unas 20 mujeres vestidas con pecheras de la misma organización, ordenadas en fila sobre la 9 de Julio. Cierran con fuerza los ojos cada vez que suena una bomba estruendo o les llega el humo de las bengalas, también rojas. El ruido de los bombos se confunde con los bocinazos del tránsito atascado. Miran hacia el frente, en dirección al Obelisco. Detrás de ellas hay un mar de gente. Son miles y miles: llegaron desde Florencio Varela, Esteban Echeverría, Lomas de Zamora, Quilmes, Lanús y otros municipios del sur y cruzaron el Puente Pueyrredón en micros alquilados o se bajaron del tren en Constitución, según el caso.
A su izquierda se levanta el emblemático y grisáceo edificio del Ministerio de Desarrollo Social, donde todo parece indicar que no está el funcionario al que vinieron a buscar. Durante horas no pasa literalmente nada, no hay novedades. El ministro Juan Pablo Zabaleta finalmente accede, en una comunicación que se produce entrado el mediodía a través de sus segundas líneas, a comparecer recién el miércoles que viene en un encuentro cara a cara con los dirigentes. La respuesta no es del todo satisfactoria para el bloque de organizaciones “Unidad Piquetera” que se movilizó, aunque igualmente no tenían pensado cumplir con la amenaza de establecer “un acampe por tiempo indeterminado”: nadie había traído carpas.
“Luego de nuestra última movilización, el viceministro (Gustavo, referente del peronismo en San Fernando) Aguilera le dijo a todos los medios que Zabaleta recibiría a las organizaciones este miércoles 15 de junio. ¡Y el martes por la noche nos anuncian que el Ministro no va a estar! Si no quieren más cortes, díganle al ministro que nos atienda”, explicaba minutos antes de la marcha Eduardo Belliboni, “Chiquito”, referente del Polo Obrero y encargado de poner la cara y afrontar el debate con los medios, el Gobierno y buena parte del sistema político que los acusa de generar caos de tránsito insoportables casi una vez por semana y de “chantajear” a las personas movilizadas con el cobro de los planes sociales.
Mal podría haberlo atendido Zabaleta por estas horas: estuvo hasta entrado el miércoles de visita en Asunción, Paraguay, para una reunión de ministros y autoridades de Desarrollo Social del Mercosur. Sus prioridades al regresar a Buenos Aires son otras, y sus voceros contestan que no va a ceder a “movilizaciones políticas”. “Juanchi no los recibe con marcha en la puerta”, aclararon desde su entorno a Diagonales.
Son ese tipo de desplantes los que mayor reacción generan en las organizaciones piqueteras de la izquierda, que no sólo reclaman que les abran el cupo del programa Potenciar Trabajo, monopolizado por intendentes y las agrupaciones oficialistas, o la mejora de los bolsones de comida para las ollas de los barrios (con su respectiva cuota de proteínas), sino que se los considere como un interlocutor válido, dado su crecimiento político.
En ese juego del gato y el ratón están desde noviembre pasado: los piqueteros cortan la 9 de julio, obtienen una reunión, no va el ministro; vuelven a movilizar, los atiende, la promesa no alcanza y el ciclo vuelve a comenzar. La de este jueves fue la segunda movilización en los últimos siete días y el “plan de lucha” votado este lunes incluye cortes los próximos sábado 25 y domingo 26 en el Puente Pueyrredón.
“Ya perdí la cuenta de cuantas veces vine este año, que se yo, una vez por mes, ponele, cada quince días, algo así”, cuenta Griselda, que llegó desde Barrio Nuevo, Merlo, tercer cordón del conurbano, junto a otros 120 compañeros y compañeras. Lo que vino a pedir es “alimentos”. “Falta de todo. Desde hace meses cortaron la entrega de harina, aceite, azúcar, ni te digo carne”, describe. Dice que sostiene uno de los diez comedores que conoce que hay en el barrio, donde comen 60 familias aproximadamente. “Familias eh, no sólo chicos”. ¿Y el trabajo, cómo está? Consulta Diagonales. “Hasta ahí nomás”.
De fondo se oye, en otro vértice de la columna, una canción de marcha. La canta la juventud del MST. “¿Dónde están los gordos/ Daer y Moyano/ ¡siempre fueron forros del Estado!”, dice la letra. Al espacio no sólo le da la espalda el Gobierno, sino también la CGT. La semana pasada marcharon hasta la sede de la central obrera para pedirles un paro nacional. Los recibió Omar Plaini, del gremio de Canillitas, pero les comunicó cordialmente que no estaba en los planes de los gremios mayoritarios iniciarle una medida de fuerza a un presidente del que se sienten aliados.
El planteo de Unidad Piquetera, sin embargo, no es un delirio quijotesco, aunque su soledad lo haga parecer bastante. En su pliego de reivindicaciones se describe de forma cruda la situación del país, en un tono que podría suscribir, por qué no, también la clase media: “ajuste dictado por el FMI”, “inflación que carcome los ingresos”, “salarios de miseria”, “pobreza desesperante”, etc. Piden que el salario mínimo sea igual a la canasta básica, el índice que más creció desde la guerra en Ucrania.
El valor del salario mínimo, ajeno de todos modos a buena parte del mundo laboral formal, tiene un impacto directo en los planes sociales. El más importante de todos, el Potenciar Trabajo, se paga 19.500 pesos por mes. Lo reciben según el último informe oficial 1.200.000 personas. La izquierda dice que quedan afuera 1.800.000, la mayoría.
Rubén, del Polo Obrero, vive con eso. “No tengo otro ingreso, por ahora, salvo alguna que otra changa”, dice mientras sostiene uno de los piolines que le hace contrapeso al viento para que la bandera de su organización no se vuele. Forma parte de una cooperativa de trabajo, sin nombre todavía, que se dedica a la construcción. La obra que están haciendo ahora es la ampliación de un salón de un comedor popular en Solano, Quilmes. A veces come de la misma olla que el barrio.
Hace una semana, el Polo Obrero fue acusado de cobrarle parte de los planes a sus militantes para poder solventar, precisamente, las movilizaciones. Agustín, un militante del FIT de la Unqui, donde estudia una tecnicatura en asistencia social, se apresura a aclarar los tantos: “Es un ataque de la burguesía”, explica. “Los aportes son voluntarios, es una operación para deslegitimar la lucha. Todo eso que se recauda va a parar a la carne que se suma a los comedores, porque el Gobierno la retacea”, agrega.
Hace siete años que Rubén se quedó sin empleo. Fue entonces cuando se sumó al Polo Obrero. Cuenta que de las asambleas de la zona sur de la provincia participan unas 900 personas por municipio, pero que este mediodía no pudieron llegar todos, pese a que cree que la marcha, preparada en tan poco tiempo, es sin embargo “histórica”. La mayoría de las columnas, enfrentadas sobre la calle Moreno, frente a las de MST y Barrios de Pie, provienen de las villas de la Ciudad: Bajo Flores, Cildañez, Playón de Chacarita, Soldati, 31-Bis. La magnitud de la organización es equiparable, al menos en el despliegue callejero, a varias de las del oficialismo. Incluso a las de los gremios.
Pero dentro de las columnas hay de todo. La semana pasada, en un móvil de TV, un joven que sostenía una bandera de la izquierda dijo que votaría a Javier Milei. Sara, de 43 años, que “fichó” esta mañana y movilizó, dice, “para que paguen más el Potenciar”, votaría a Alberto, igual que lo hizo en 2019. Sus ingresos los complementa como empleada doméstica en Tigre, donde vive junto a sus tres hijos y su pareja. “Me enteré de la marcha, fiché y no me preguntes más nada. Acá estoy”.