Son muchos los interrogantes y disquisiciones que rodean su futuro desempeño y de qué manera éste impactará a nivel mundial. Hay quienes creen fervientemente en su discurso de campaña entonces consideran que el mundo deberá adaptarse y hay quienes señalan que tal discurso deberá acomodarse a la renovada dinámica y complejidad del mundo hoy. Si su política será unilateral, aislacionista, proteccionista, nacionalista y respetuosa o no de las reglas del derecho internacional es un poderoso interrogante ya que las trayectorias históricas de una gran potencia implican explicitar el significado de cada uno de esos supuestos. Más importante es el “cómo” se hace en un mundo de alta competencia, pero también de vinculaciones múltiples. Separar la cuestión simbólica de la material, lo deseable de lo posible podría ser un buen ejercicio. Ese mundo que hoy debe enfrentar Trump no es el mismo del 2017. Existen datos de coincidencia y otros que presentan matices. Ya sea que consideremos al mundo en “transición” o en un “interregno”, lo cierto es que desde hace tiempo EEUU enfrenta grandes desafíos para sostenerse como primera potencia.

Algunos indicios: en diciembre de 2017, durante su primera presidencia, Trump presentó la Estrategia de Seguridad Nacional. En la misma señalaba a China como una amenaza y a Rusia como una potencia disruptiva del orden liberal que EEUU promueve sustentar, por lo tanto, había que neutralizarlas. La Estrategia de Seguridad Nacional de Biden se presentó de manera similar, China es la amenaza global y Rusia, una amenaza localizada. Para el año 2017, los EEUU presentaban una sistemática y sostenida declinación. Sus preocupaciones internacionales no apuntaban al combate contra el terrorismo del período anterior sino más bien hacia un competidor global en diferentes dimensiones, fundamentalmente en la macroeconómica, tecnológica y de infraestructura. Durante su primer mandato rechazó el resultado de la Cumbre de París sobre cambio climático, se retiró del acuerdo Transpacífico, suspendió el acuerdo nuclear que se había alcanzado con Irán por el enriquecimiento de uranio, decidió mudar la embajada de los EEUU de Tel Aviv a Jerusalén reconociéndola como capital de Israel, sentó las bases para que se lleven a cabo los acuerdos de Abraham, reforzó sus compromisos con Taiwán, se enfrentó a China en lo que denominó “guerra comercial”. Si bien se le endilga ser el primer presidente de los EEUU que no comenzó ninguna guerra, durante su primera presidencia dejó varias mechas encendidas que estallaron poco tiempo después. Lejos de ser pacifista.

Algunas realidades: En enero de 2025, cuando asuma como presidente, encontrará a un mundo donde reapareció el flagelo de la guerra interestatal, Rusia y Ucrania es una en donde la OTAN asumió el compromiso de apoyar a Ucrania y hasta el momento, con pésimas perspectivas de éxito. Una guerra que podría haber finalizado en abril de 2022, sin embargo, se decidió otro rumbo, el actual. Respetando la estrategia de Seguridad Nacional, los objetivos geopolíticos de EEUU fueron más claros que los de Europa a pesar de integrar la misma alianza militar. Trump encontrará que la competencia con China se agudizó, que las negociaciones dentro del grupo BRICS ampliaron las posibilidades geoeconómicas y comerciales para sus productos cuando se dinamizó incorporando nuevos miembros (BRICS Plus). Encontrará Trump el recrudecimiento del conflicto armado en Medio Oriente. El estallido de la violencia entre Hamás e Israel y la extensión hacia El Líbano, Irán y Siria sin perspectivas de negociaciones de paz ni de alto el fuego. Encontrará allí encrucijadas serias si es que nuevamente pretende reflotar y ampliar los originales Acuerdos de Abraham (sobre todo incorporando a Arabia Saudita). Encontrará que el desarrollo de eventos en el Sahel dio como resultado no sólo la desaparición de los gobiernos democráticos sino la expulsión de las ex potencias coloniales como Francia, incluso se expulsaron tropas de los EEUU de esa región africana. El vacío fue ocupado por Rusia y China. Va a encontrar un mundo, que si bien, muestra serias dificultades para resolver problemas globales de forma conjunta, todavía es un mundo que apuesta al diálogo y la negociación. Durante estos días, la COP29 en Bakú (Azerbaiyán) sobre financiación para el cambio climático, la Cumbre de APEC en Perú, la próxima reunión del G20 en Brasil, las discusiones dentro del ámbito de la ONU sobre la Protección de los derechos de los pueblos indígenas, sobre los derechos de la Mujer en contra de la violencia, son algunas muestras de que el multilateralismo sigue vivo. A pesar de los muy pocos que insisten en tirar piedras a la luna.

Para los EEUU, los desafíos no se avalan sólo por la competencia global sino por lo que se plantea dentro del propio país. La refundación de un capitalismo globalizado o globalizante, financiarizado, no productivo que EEUU necesita sustentar repercute internamente. La anatomía de las decisiones de la todavía actual administración demócrata parece haber robustecido la inclinación de los votantes hacia la opción menos mala. Habrá que analizar si el enorme caudal de votos que parece rechazar de plano el llamado “wokismo” es en realidad, un electorado que estableció prioridades referidas a la recomposición de un empleo precario, mejores oportunidades para el futuro, acceso a la vivienda y reducción de la desigualdad. Más Estado, no menos. En definitiva, cuál de los dos partidos podría redefinir y expresar mejor los intereses nacionales tanto en el plano doméstico como en el internacional anida en los análisis de otras tantas elecciones pasadas.

El desasosiego viene de lejos, las capas de descrédito hacia los dirigentes políticos, de los gobiernos en distintos lugares del mundo, se fueron acumulando. Cuando se observa a la sociedad como una muestra de laboratorio nos sorprenden los resultados que hasta el mismo día de la elección afirmaban la posibilidad de un empate técnico. No sólo las elecciones en Europa mostraron el primer síntoma.

Internacionalmente no será sorpresa que la mirada de la nueva administración esté posada en los escenarios que vienen transitando tanto las administraciones republicanas como demócratas: región del Indo Pacífico (fundamentalmente China), Medio Oriente (en especial el apoyo a Israel y la resistencia contra Irán), Rusia (el gran interrogante debido a que esa guerra no se va a terminar en dos días -como sostuvo Trump en campaña- ya que la posición de Putin es radicalmente diferente a la del comienzo de la guerra contra Ucrania y Putin tiene definidos sus intereses nacionales a pesar de Trump), Europa (tradicional socia de los EEUU pero atrapada, sin objetivos geopolíticos claros, hay que ver cómo resuelve la presión social interna producto de las decisiones de los gobernantes de continuar solventando la guerra con Ucrania, el aumento del presupuesto en defensa, la inflación, el costo de la energía, el ascenso de partidos de ultraderecha que se nutren del descontento social), América Latina (en especial México y Centro América serán objeto de la atención producto de la inmigración hacia EEUU, tráfico de drogas y crimen organizado) y hacia el resto de América Latina, incluida la Argentina, el comportamiento estará en consonancia con la competencia global que libran los EEUU frente a China. En ese orden. EEUU nunca toleró la presencia de actores externos dentro de la región.