Corría el año 2011. Tras aquel fatídico 26 de junio, las imágenes de hinchas desconsolados por el descenso de River a la segunda división del fútbol argentino se viralizaban por todas las pantallas.  Entre tanta desazón, lo que más recuerdo no son las lágrimas ni los gestos de incredulidad, sino a un tipo fuera de sí, gritando frente a una televisión. "El Tano Pasman" tuvo su momento de gloria y, casi sin proponérselo, se convirtió en la piedra basal de la cultura meme argentina, con cánticos y frases que repetimos durante meses. En un rapto de furia, casi sin aire, suelta una pregunta que quedó para la historia: “¿Qué mierda es esto? ¿Se puede romper?”

Aquel rapto de irracionalidad guardaba algo de lucidez calculadora de las consecuencias de proceder más allá de lo socialmente aceptado, era más que un simple arranque de enojo futbolero: era el reflejo de una frustración colectiva, de una bronca que, con el tiempo, fue creciendo y extendiéndose mucho más allá del fútbol. Lo que en 2011 parecía una caricatura, años después en algo mucho más masivo y hasta peligroso: el voto para quienes prometían romper con todo lo establecido y la respuesta a aquella pregunta sobre si lo que había se podía romper, fue un sí rotundo.

Tal como plantea Yanis Varoufakis (2018)[1], el modelo de acumulación y reproducción económica basado en el beneficio capitalista comenzó a mostrar signos de agotamiento tras la crisis del 2008, a lo que los Estados Nación reaccionaron llevando políticas de salvataje del sistema financiero con austeridad para la mayoría de la ciudadanía, lo cual trajo como consecuencia protestas antisistema en todo el mundo. A lo anterior podríamos sumar que en Occidente ni la izquierda ni la religión católica pueden administrar la ira acumulada, por lo que no debería sorprendernos que la política tradicional no pudo, ni supo dar una respuesta a las nuevas demandas de la ciudadanía (Da Empoli, 2018).  Lo que antes podría parecer inaceptable, absurdo o bizarro hoy se vuelve parte del folklore[2] y hasta se justifica por el sólo hecho de ser del otro bando. Al momento de escribir estas líneas el fotoperiodista Pablo Grillo pelea por su vida por ser militante kirchnerista como lo tildó la ministra Patricia Bullrich y provoca las risas del @GordoDan y otros trolls del gobierno.

Parafraseando al personaje de Game of Thrones, Daenerys Targaryen, el Presidente ha dicho en repetidas oportunidades que él y su fuerza vinieron a romper la calesita, quitarle la manija al sortijero y solucionar los problemas de los argentinos. Sacarle el poder a la casta para devolverles a los argentinos de bien lo que la política les ha robado. En otras palabras, erigirse como el nuevo dueño de la calesita no solo sirve para decir quién se sube y quién no a esta nueva Argentina, sino para reconfigurar la correlación de fuerzas del sistema político argentino.

Tras esos raptos de furia desmedida e irracional de querer llevarse todo puesto, hay algo mucho más complejo y, paradójicamente, hasta racional. “La única verdad es la realidad” repite el viejo mantra peronista. Construir poder al fin y al cabo es construir un relato y allí es dónde el gobierno elige dar la madre de todas las batallas: la batalla cultural.

¿SON O SE HACEN?

Siguiendo a Giuliano Da Empoli (2018), en el mundo de los Trump, los Bolsonaro, los Netanyahu, los Orban, los Le Pen, los Johnson cada metedura de pata, cada polémica, cada escándalo se ve eclipsado por otro seguido que se vuelve una espiral mediática que capta la atención y satura el debate, dejando en off-side a la inteligentzia y a los políticos tradicionales y encanta a sus seguidores. Qué importa si unos pregonan más o menos apertura comercial, más o menos políticas de Made in, más o menos impuestos. Ahora bien, si bien Milei y su movimiento se presentan como outsiders, su llegada al poder los convierte en un nuevo actor dentro del sistema y ya con más de un año en el poder, podríamos decir que aprendieron las reglas del juego. ¿Cómo gestionan esta contradicción? Podríamos decir que la máxima whitmaniana se queda corta y ya no alcanza con contradecirse a uno mismo para contener multitudes, sino que uno también puede decir que nunca dijo lo que dijo para dejar contentos a los convencidos. Pareciera que el fin último es mostrarse implacable contra un “otro” que atenta contra “nuestra forma de vida”. Ya no alcanzan los buenos modales y las maneras, se necesitaba una salida por derecha al lema macrista de “continuar con lo bueno y corregir lo malo”, caracterizada por Morresi y Vicente (2024)[3] generando “la grieta dentro de la grieta”.

Al estancamiento y decadencia económica, social y hasta cultural vivido por Argentina desde 2012 (con excepción del inicio del Gobierno de Alberto Fernández y los primeros meses de aislamiento pandémico) podríamos decir, apoyándonos en Semán (2024)[4] que, los argentinos venimos transitando un camino desolador: aumento de la pobreza, pauperización de las condiciones de vida de las clases medias y precarización laboral. Acá es donde el discurso libertario caló hondo, particularmente en los jóvenes que tradicionalmente se veían representados por la izquierda. Generaciones tras generaciones que ven el sueño de una tierra prometida que alguien se robó, donde la sociedad se fracturó hasta volverse una sumatoria de individuos desagregados en múltiples avatares donde los límites de lo real y lo virtual se desdibuja.

¿QUIÉN MANEJA LA IRA?

El Mago de la Rosada, Santiago Caputo, quién se especula se esconde tras el seudónimo John en X (@MileiEmperador), lo ha repetido hasta el hartazgo: Todo marcha de acuerdo al plan. No importa tanto la figura que encabece el proyecto porque al fin y al cabo La Libertad Avanza funcionó, así como en otras latitudes como un partido antiestablishment. Pero no se quedó ahí. La Libertad Avanza es un caballo de Troya  que entró en el ágora virtual y estaba repleto de conservadores, sectores reaccionarios, representantes del capital concentrado y parte de la corporación mediática.

El paso al plano real, pudo para algunos resultar una sorpresa y un mazazo que no vieron venir, ni los medios ni los políticos tradicionales supieron entender el fenómeno que venía dándose y lo que parecía una "revolución desde abajo" fue en realidad una revolución "desde arriba" que supo aprovechar el poder de los algoritmos para captar demandas y moldearlas de acuerdo a los intereses que no encontraban una representación considerable para volverse expresiones con ambiciones de gobernabilidad serias, dejando de lado otras posiciones pasivas de "indignación" o antisistema del tipo "que se vayan todos". Lo paradójico es que éstas últimas son premisas que surgieron de posiciones de izquierda y fueron adaptadas a la agenda de las alt right o derechas alternativas, un rejunte de posiciones supremacistas, xenófobas, homofóbicas, neonazis, anticomunistas y varios etcéteras más. Bajo su propio relato, el mileismo se erige así mismo como superador de los clivajes tradicionales argentinos con lo que la casta se benefició durante años (campo-industria, peronismo-antiperonismo o dólar barato-dólar caro, como los caracterizó el Presidente durante la apertura de la Asamblea Legislativa del año 2025) y que en definitiva hizo de la democracia un juego en el que los ciudadanos de a pie (los argentinos de bien) juegan en una cancha desbalanceada a favor de los políticos (la casta).

Originalmente, el que se vayan todos surgió en el estallido del 2001 en Argentina como una expresión de hastío contra toda la clase política. No se trataba sólo de una demanda de renovación, sino de una impugnación general al sistema de representación. Esta consigna tenía un fuerte componente de izquierda porque iba acompañada de demandas de mayor justicia social, redistribución y democracia participativa, algo que se vio reflejado en los movimientos de asambleas barriales, las fábricas recuperadas y la emergencia de nuevos actores políticos.

En lugar de una crítica estructural al modelo económico y a las élites empresariales, el foco se puso en la "casta", un concepto vago pero funcional para canalizar la bronca. Mientras que en 2001 la consigna buscaba cambios profundos en la estructura del poder, en su versión actual se usa para atacar selectivamente a ciertos sectores políticos y burocráticos, pero no necesariamente a los actores económicos concentrados o a los medios de comunicación que también forman parte del poder.

LA VARA ESTABA TAN BAJA QUE YA NO HABÍA VARA

En países como Estados Unidos con Trump o en Brasil con Bolsonaro, vimos cómo los discursos de la "rebelión contra el establishment" fueron absorbidos por sectores de derecha que, en lugar de cuestionar el modelo, se apropiaron del descontento para fortalecer un nuevo tipo de liderazgo personalista, autoritario y en muchos casos, reaccionario.

En ese sentido, el mileismo no solo retoma esta lógica, sino que la amplifica con el uso de las redes sociales. Se apropia de ideas que circulan en la opinión pública—algunas incluso con raíces en la izquierda—para deformarlas y simplificarlas hasta el extremo del debate político. A veces, la contradicción es tan evidente que cabe preguntarse si realmente comprenden las referencias que utilizan.

No es raro ver a militantes libertarios en actos de campaña con máscaras de Guy Fawkes, símbolo popularizado por V de Vendetta, sin reparar en que su uso estuvo históricamente ligado a movimientos como Occupy Wall Street o los Indignados en España, que denunciaban precisamente el tipo de poder económico y político que hoy defienden. La paradoja se extiende hasta funcionarios del gobierno: Federico Sturzenegger, Ministro de Desregulación y Transformación del Estado, citando canciones como Los dinosaurios de Charly García o Sr. Cobranza de Las Manos de Filippi para atacar ‘curros’ y ‘trabas burocráticas’, ignorando que esas mismas letras denuncian los abusos del poder que él mismo representa.

Retomando, la bronca ya no es solo contra un sistema injusto, sino contra enemigos específicos que se construyen discursivamente: "progres", el wokismo, feministas, sindicalistas, académicos, periodistas críticos, etc. Así, el eje del conflicto se desplaza desde una lucha contra las desigualdades a una batalla cultural que polariza y enfrenta a sectores populares entre sí.

Ahora bien, es dable pensar si el mandato que los votantes de 2023 incluía este programa o el mandato se limitaba a bajar la inflación y el combate a la inseguridad, tal como planteó Carlos Pagni en su editorial “Aguas de Marzo” del 3 de marzo de 2025. Sin embargo, hacer política con personajes como Milei, que se reconocen a sí mismos como excepcionales que saben interpretar a la perfección qué es lo que quieren sus seguidores (Casullo, 2019),[5] ya que la toma de decisiones colectiva es inherentemente defectuosa, tal como plantea el teorema de Arrow (véase la entrevista que le hicieron en aquel entonces candidato presidencial en TN cuando le preguntaron si creía en la democracia). A esto se suma que, desde su visión, el libre mercado y la cooperación voluntaria podrían ser soluciones más eficientes que la democracia representativa o cualquier sistema estatal.

Volviendo a la pregunta inicial, el problema no es solo que Milei quiera romperlo todo. El problema es que, en ese caos calculado, la bronca que lo llevó al poder se vuelve combustible de su propia narrativa. No importa si se cumple o no el mandato original de bajar la inflación o combatir la inseguridad: lo fundamental es mantener el estado de guerra permanente, donde siempre haya un enemigo, un nuevo chivo expiatorio, una nueva batalla cultural. En otras palabras, la bronca fue transformada en estrategia. Lo que en 2023 parecía un arrebato irracional hoy pareciera mostrar indicios de un plan político frío y efectivo.

[1] Varoufakis, Y. (2024). Tecnofeudalismo: El sigiloso sucesor del capitalismo. Buenos Aires: Ariel.

[2] Recordemos en nuestro país el episodio cajón de Herminio Iglesias en la campaña presidencial de 1983 o en países como Alemania el cordón sanitario establecido en la posguerra para evitar que los partidos de extrema derecha tuvieran representación democrática. Por ello son aceptados y hasta tolerados por parte del arco político los episodios del Presidente blandiendo una motosierra frente al organigrama de la administración pública; el incumplimiento de compromisos internacionales; las amenazas de intervención de la provincia de Buenos Aires; la designación por decreto sin el consenso necesario de jueces de la Corte Suprema; o cuando borra fotos con su par ucraniano a Zelenski como una prueba de alineamiento automático de la política exterior con Estados Unidos.

[3] Morresi, S. y Vicente, M. (2024). “Rayos en cielo encapotado: la nueva derecha como constante irregular en la Argentina”, En Semán, P. (Coord.), Está entre nosotros. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

[4] Semán, P. (2024). “Introducción: la piedra en el zapato en el espejo de la ilusión progresista”, En Seman, P. (Coord.), Está entre nosotros. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

[5] Casullo, M. (2019). ¿Por qué funciona el populismo? Buenos Aires: Siglo XXI Editores.