En tiempos de crisis, escribir sobre la realidad puede volverse pesado cuando, en la búsqueda de qué decir, qué contar, casi todo lo que emerge está marcado por las angustias de una sociedad agobiada. Pero también uno puede toparse con historias que oxigenan y conmueven desde lo político, lo social y lo humano, como la que este cronista encontró hace unas semanas en un posteo en el que Juan Grabois exclamó “¡¡Felicitaciones Ezequiel!! Sos un ejemplo”. 

Acompañaban las felicitaciones la foto de un flamante abogado junto a sus padres, festejando en las escalinatas de la Facultad de Derecho de la UBA, y un mensaje directo del dirigente a Javier Milei en el que resaltaba “el esfuerzo individual, la organización colectiva y las políticas públicas populares” como los pilares de esa historia que contradecía la mirada del presidente sobre la relación entre la universidad pública y los sectores populares. Esa por la cual Milei exclamó hace menos de un mes que “la universidad pública solo les sirve a los hijos de los ricos”, y que “ha dejado de ser una herramienta de movilidad social para convertirse en un obstáculo para la misma”.

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X de Juan Grabois

Ezequiel Frías es de Villa Fiorito, barrio en el que sigue viviendo, y proviene de una familia humilde que siempre trabajó en la recolección y el reciclado. Él mismo acompañó a su padre desde los 5 años, llegó a la UBA y cursó Derecho sosteniendo dos trabajos en paralelo, y el 14 de octubre cumplió el sueño que tenía de chico de recibirse de abogado. Un recorrido y un final que compara con una de las experiencias populares más profundas del país: “pensé que no iba a llegar, el último tirón se hace largo. Es como cuando vas a la peregrinación de Luján, ves la cúpula de la Basílica y decís “ya estoy ahí”, pero no, falta un montón. Bueno, así me pasó con la carrera”, cuenta en conversación con Diagonales.

La historia del joven abogado desafía todos los prejuicios de clase que Milei y los libertarios hoy repiten, pero que años atrás Macri y María Eugenia Vidal ya intentaban instalar en el conjunto de la sociedad. Hoy, ya con su título bajo el brazo, forma parte de una cooperativa de asesoramiento legal y económico para emprendimientos de la economía popular que fundó junto a sus compañeros, y es docente en ad honorem en el Instituto Papa Francisco, en el barrio Puerta de Hierro, coordinando prácticas sobre cooperativismo en una materia de Economía Social. Desde su trayectoria de vida y el lugar al que llegó tanto por esfuerzo propio como por las oportunidades que le brindó la educación pública, Ezequiel describe a Milei como “una persona que no conoce lo que es la universidad pública y habla desde la completa ignorancia”, y sentencia: “Nos quieren poner en contra y hacen todo para que los pobres no lleguen a la universidad pública, eso busca la derecha, que los pobres no lleguen a ocupar lugares importantes en el futuro”.

DE FIORITO, COMO MARADONA

Hace 29 años nacía en un barrio emblemático de los sectores populares del país un pibe más que, como tantos otros, tendría que enfrentar muchos más obstáculos que otros compatriotas suyos para construir un camino de vida. En la cuna del barrilete cósmico Juan y Silvia tuvieron a Ezequiel, que antes de aprender muchas cosas ya acompañaba a su papá a trabajar. A los cinco años Ezequiel subía todos los días al caño de la bicicleta de su padre para recorrer los 10 kilómetros que separan a Fiorito del Mercado Central. Iban al terreno de atrás de donde hoy está el galpón de Mercado Libre por el que Marcos Galperín paga una miseria al Estado, que en ese entonces era una quema. “Mi viejo me llevaba ahí a cirujear a ver si encontrábamos metales para vender”, relata hoy el abogado y cooperativista.

Corría el duro inicio de los 2000, con su profunda crisis social y económica. La recolección no alcanzaba para mantener la casa donde Juan y Silvia vivían con sus cinco hijos, y el rebusque llevó una día al padre de Ezequiel a frenar la bicicleta en la puerta de un supermercado Disco frente a la estación Remedios de Escalada. La seguridad no los dejaba hurgar en el decomiso, la mercadería que el local descartaba, hasta que el pequeño Ezequiel tuvo una idea a partir de su temprana capacidad de observación de los demás: “Un día le dije a mi viejo “vos le tenés que convidar cigarrillos”, por el de seguridad. Ni sabía lo que decía, tenía cinco años, era una mentira que le dije y mi viejo me creyó, compró un par de cigarrillos y me dijo que se los de al recepcionista, que no me los quiso agarrar, pero después salió y le dijo a mi papá que iba a dejar la mercadería al lado del tacho. Así fue que nos empezó a dar mercadería”, recuerda casi 25 años después.

La confianza fue creciendo con el personal del supermercado, y Juan y Ezequiel pasaban todos los días, ordenaban los carritos afuera del local y se iban con más de lo que podían cargar para repartirlo en el barrio y desde el merendero que Silvia sostenía en su casa. “La gente no tenía qué comer”, cuenta Ezequiel antes de recordar con alegría el día que lograron ponerle un carrito a la bicicleta para poder llevar más mercadería. 

“Con el cartón que vendíamos, mi viejo se pudo comprar un ciclomotor, y así estuvimos hasta el año 2004, cuando cambió el gerente del supermercado y no nos dejaron tocar más nada”, prosigue el relato del abogado. En ese punto la historia da un gran salto: “Mi vieja había ido juntando todos los ahorros y un día mi papá consiguió para comprar una Doge del año 73. Él ni había terminado el secundario, no sabía manejar, pero la veía como una herramienta de trabajo. Decía “vamos a tener que salir de acá porque sino nos van a comer los piojos”. La gente no tenía laburo. En Fiorito la mayoría cartonea, es el cruce para ir a cartonear a la capital”. La Doge costaba $8500 de ese momento y la familia llegaba con todo lo ahorrado a $8100. “Al final nos terminaron vendiendo a ese precio, pero mi vieja lloraba porque era todo lo que teníamos”, recuerda Ezequiel hoy con una sonrisa.

A partir de ahí comenzaron a ir a la zona del Jardín Botánico a juntar cartones. “Me acuerdo patente que los días viernes pasaba un patrullero de la comisaría que está frente al botánico y todas las camionetas tenían que darle para el café. Ahora entiendo que eso era una coima, pero yo decía “¿tanto café toma esta gente?”. Le tenían que dar para que no les secuestren la camioneta. Después, pasando el puente Alsina también había que darle a los que estaban parados ahí. Entonces ahí se armó la unión de camioneros, a partir de las veces que íbamos a la comisaría a reclamar para que devuelvan las camionetas”, relata Ezequiel, describiendo uno de los tantos hostigamientos que los menos favorecidos deben enfrentar día a día, y el recurso de la colectivización como herramienta para ello.

Una vuelta, en la parada cercana a Bulnes y Córdoba, conocieron a Juan Grabois. “Estaba con un grupo militante que nos daban un mate cocido con un pan. De ahí salió la cooperativa de cartoneros”, recuerda Ezequiel. Su tío fue uno de los fundadores primero de la Asociación Civil de Cartoneros, luego de la cooperativa que hoy en día es la más grande de latinoamérica. Pero su padre, decepcionado de la política de los 90, decía “viene un blanquito a decirte que te va a dar un mejor laburo, esos son unos chantas que vienen a beneficiarse de nosotros”. Juan y Ezequiel trabajaron por su cuenta hasta que en 2015 la CABA estableció un permiso como requisito para los recolectores, “y ahí mi viejo se dio cuenta que sólo no se salva nadie”. Recurrieron entonces a la presidenta de la cooperativa El Ceibo, de Retiro, que les consiguió trabajo a Juan y a Silvia. “De mí dijo que era jóven y que podía conseguir trabajo por mi cuenta”, recuerda Ezequiel sobre otro de los puntos de inflexión de su historia.

DE LA ESCUELA PÚBLICA A LA UNIVERSIDAD PÚBLICA

“¿Por qué abogacía?”, preguntó Diagonales y la consulta desató otro capítulo. Ezequiel cursó la primaria en la Escuela N° 98, a unas cuadras de su casa. Allí tuvo dos maestras que hoy recuerda, la de educación física que le decía que tenía que salir de su entorno, y la de geografía que le decía que tenía que buscar una escuela cerca porque si se iban lejos y les iba mal, iban a dejar. Él siguió a la de educación física y fue a la ENAM de Banfield, donde se egresó en 2013. 

Antes de ese cambio, a la escuela de Ezequiel llegó un proyecto de “Jóvenes Parlamentarios”, una actividad del municipio de Lomas de Zamora que simulaba una sesión del Concejo Deliberante en la que los chicos debían presentar y defender un proyecto. “Había un terreno baldío atrás de casa y yo quería que se hiciera un hospital. Presenté ese proyecto y lo defendí pensando que todo era de verdad, entendí después que era un simulacro. Entonces le pregunté a mi vieja qué tenía que hacer para ser Concejal y poder hacer eso en serio. Ella me dijo que tenía que estudiar abogacía y así fue que se me metió en la cabeza”. Una iniciativa de la escuela pública que llega a un barrio humilde, una invitación a discutir el bienestar colectivo, un sueño que nace de eso y de la posibilidad que ofrece el contar con la universidad pública como herramienta de crecimiento y ascenso social. Misceláneas de una Argentina que hoy aparece amenazada.

Siempre las historias como ésta tienen personajes que a partir de intervenciones desinteresadas y solidarias generan cambios significativos. En este caso fue una profesora de la Universidad de San Martín, que vivía en un edificio por donde la madre de Ezequiel pasaba a retirar residuos reciclables. Siempre hablaban y la mujer le preguntaba por sus hijos. Cuando Silvia le contó que Ezequiel quería estudiar abogacía pero no sabía cómo empezar, ella lo citó a un café para explicarle cómo inscribirse al CBC. Un año y medio después llegaría el tan esperado momento de entrar por primera vez a la Facultad de Derecho.

“Creo que es una facu un poco elitista en comparación con otras. Los primeros años me sentí ajeno, cursaba materias pero no me relacionaba con nadie”, recuerda hoy Ezequiel, pero inmediatamente agrega: “Después me di cuenta que había muchos compañeros que estaban en la misma que yo, que eran primera generación de su familia, venían de Escobar, de San Vicente, viajando tres horas. Un poco pasa que nadie dice de dónde viene por cierta vergüenza, cursás con jueces que terminan la clase y se van de viaje, pero cuando te das cuenta tu compañero de al lado capaz venía de un barrio popular como vos”.

Ezequiel reconoce que esa sensación no fue producto de lo que se encontró en la facultad sino más bien lo contrario: “Fue más un pensamiento mío el sentirme así. Cuando uno lo habla abiertamente incluso muchos te felicitan por tu historia, por de dónde venís y cómo llegaste hasta ahí. La universidad pública es de todos y eso es lo que tenemos que sentir. Al final de la carrera me sentí con más pertenencia, que todos estábamos en la misma, y que estábamos en la UBA,una de las mejores universidades del mundo, y eso nos tenía que dar orgullo”. 

Ese orgullo no es, sin embargo, un sentimiento individual. Ezequiel recuerda compañeros con padres almaceneros, textiles, madres amas de casa, que se recibieron como él. “Matías tiene a su papá que es canillita, vive en la ribera de Quilmes, estudió conmigo, mando un CV al Poder Judicial y entró, ahora trabaja ahí”, agrega reforzando los horizontes posibles que abre la universidad pública. Y pide más de eso:Se tienen que publicitar más esos lugares para compañeros de la economía popular, mostrar que es posible, que podemos estar ahí”.

DE LA MERITOCRACIA Y EL CONOCIMIENTO AL SERVICIO DEL PUEBLO

Cuando sus padres entraron a trabajar a la cooperativa El Ceibo, Ezequiel tuvo que buscar una nueva forma de generarse ingresos. “Mandé muchos CV, pero cuando ponés que sos de Fiorito no te llaman”, comenta con cierta resignación. En el momento en el que comenzó sus estudios, lo que consiguió fue un trabajo en la pizzeria de un tío suyo que quedaba en el barrio. Pero con la crisis del macrismo, en el 2019 la pizzería vendía poco y nada, su tío ya no podía pagarle lo suficiente, y luego de cuatro años Ezequiel volvió a la búsqueda de otro empleo. 

Un compañero suyo del Movimiento de Trabajadores Excluídos le pidió un día un CV para meterlo en la cooperativa Amanecer. “Yo imaginaba ser operario nomás no pensé que era algo como para mandar el CV. Pero lo mandé, y como ya tenía tercer año de la carrera, me entrevistaron para trabajar en el área legal de la cooperativa”, recuerda. Finalmente consiguió el trabajo y allí también, como en su entrada a la facultad, sentía que le “daba cosa no tener suficiente experiencia” o que “no era suficiente” en comparación con sus nuevas compañeras que ya eran abogadas. Ante eso y por las dudas, Ezequiel sostuvo su trabajo en la pizzería por si lo de la cooperativa no funcionaba. Por esos años Ezequiel trabajaba de 9 a 17 en Constitución, cursaba varios días hasta las 23, tomaba dos colectivos para volver al barrio y completaba las horas que podía en la pizzería de su tío para sumar un mango. “Leía en entre el subte y el colectivo, en los momentos que tenía libres, los fines de semana”, cuenta sobre cómo estudiaba.

Luego de un tiempo pudo dedicarse de lleno al trabajo en la cooperativa, algo que lo cautivó y se combinó de lleno con su tránsito universitario. Su interés se volcó al derecho cooperativo y lo que al principio era pasar actas, hacer análisis de contratos y convenios, dar de alta asociados en su trabajo, de apoco se fue profesionalizando en la constitución de cooperativas y eso lo llevó a trabajar con la Federación de Cartoneros. Hizo cursos sobre cooperativismo en el INAES y luego terminó él mismo brindando capacitaciones y asistencia a cooperativas de todo el país. Todo mientras cursaba su carrera universitaria.

Ese proceso llevó a Ezequiel a fundar, junto a otros profesionales y compañeros, la Cooperativa 7 de Agosto, un emprendimiento que aún hoy sostiene y en el que trabajan unos 15 asociados entre contadores, abogados, arquitectos, trabajadores sociales, que se dedican a brindar todo tipo de asistencia legal, burocrática y económica a proyectos y emprendimientos de la economía popular para facilitar y fomentar su funcionamiento. Cómo constituir una personería jurídica, cómo llevar libros contables, qué derechos les corresponden a partir de la Ley de Barrios Populares son algunos de los conocimientos situados con los que estos profesionales formados en la universidad pública y en la experiencia territorial ayudan a hacer posibles emprendimientos de la economía popular. “Le pusimos La 7 de Agosto por San Cayetano, pero yo bromeaba para que le pusiéramos la 6 de agosto, que es mi cumpleaños”, dice entre risas.

El joven abogado hoy también ejerce la docencia. Enseña Economía Popular y coordina prácticas en el Instituto Papa Francisco, en Puerta de Hierro. No cobra por ese trabajo, pero desde allí siente que devuelve parte de lo que recibió, y que alienta a que otros como él también puedan recorrer ese camino. Un círculo virtuoso de la formación de profesionales y la producción de conocimiento en la universidad pública que no registran los Excel fríos y deshumanizados que ordenan todas las decisiones del Gobierno nacional.

DEFENDER LA UNIVERSIDAD PARA DEFENDER EL PAÍS

“Al principio de la cursada, cuando inició este año, eran 25. Ahora son 8. ¿Sabés cuál es el problema? Yo les pregunto, y te dicen: profe, es que aumentó el bondi y Juancito no puede venir, Pablo consiguió un segundo trabajo porque no llega a fin de mes y no puede venir, y así. Entonces es el propio Estado el que te tira para abajo para que no puedas estudiar. No es que los pobres están bancando a la universidad pública, es que el Estado la está desfinanciado y excluye a los pobres para que no vayan”. La referencia de Ezequiel a su experiencia como docente en este 2024 es contundente y refleja lo que se ve en cada casa de estudios, como resultado de la crisis económica que el Gobierno profundizó. “A eso sumale profesores mal pagos, que tampoco llegan a fin de mes, ¿con qué humor va a ir uno a dar clase si no puede pagar las tarifas?”, remata.

Desde esa perspectiva Ezequiel responde a la mirada del presidente sobre la relación entre los sectores populares y la universidad: “Yo escucho a una persona que no conoce lo que es la universidad pública. Habla desde la completa ignorancia. Es no ver a todos los compañeros que sí llegamos”. Pero va incluso más allá de los dichos de Milei, y apunta contra una cuestión sistémica que podría caberle, años atrás, a los mismos planteos enunciados por Macri o Vidal: “Nos quieren poner en contra y hacen todo para que los pobres no lleguen a la universidad pública. Buscan que los pobres no lleguen a ocupar lugares importantes en el futuro. Hoy tenemos una diputada cartonera, Natalia Zaracho, ¿quién hubiera pensado que eso era posible? La derecha trata de evitar eso, que lleguemos. Buscan achicar y destruir la universidad para que nadie discuta sus lugares de privilegio”.

Y no es que Ezequiel sea una excepción. Entre su grupo de amigos del secundario, rápidamente emergen los casos de una chica que se recibió de socióloga, otra de psicóloga en la UBA, o su mejor amiga, María, que hoy es instrumentadora quirúrgica. Los sectores populares sí llegan a la universidad, y la universidad les cambia la vida.

Lo que también les cambia la vida son las decisiones políticas y económicas de los distintos gobiernos. “Hoy están muy mal las cosas en el barrio. Había muchas ollas populares y hoy hacen malabares para cocinar. Tiene que hacer rendir un paquete de fideos para muchas personas, se nota que hay hambre”, describe el abogado. Y agrega: “Yo me recibí viendo el DNU para privatizar aerolíneas. Tenía que analizar si era o no constitucional, y en los considerandos decía que no se puede financiar la aerolínea con recursos mientras hay un 53% de pobres. Entonces, cuando hay que privatizar algo nos acordamos de los pobres, pero mientras tanto Pettovello le niega los alimentos a los comedores”.

Desde su condición profesional pero también hablando desde donde sus pies pisan, Ezequiel apunta contra otra de las grandes deudas de la Argentina: “la justicia mira todo de costado, no actúa y tendría que hacerlo. Por ejemplo, tenemos el amparo por los alimentos y no activan, mientras tanto hay hambre”. En la misma línea de críticas, vuelve sobre la necesidad de construir otras representaciones políticas que encarnen los verdaderos intereses de las mayorías, algo así como la falsa promesa de Milei de barrera con la casta con la que se alió, por ejemplo, para vetar el presupuesto universitario o el aumento a los jubilados: “En cualquier parte del mundo es un escándalo lo que hicieron muchos diputados. En ese sentido tenemos que repensar nuestros representantes”.

Para todo eso, el joven abogado considera imperioso defender la universidad pública como una forma de defender al país y las posibilidades que tengan en él las mayorías populares. “Se perdería algo muy grande y que nos beneficia a todos si efectivamente destruyen la universidad pública como lo están haciendo. Es una universidad de calidad, y los sectores populares perderíamos la posibilidad de tener representantes formados en ella”, sentencia.

Ezequiel habla desde la humildad y el compromiso forjados en su trayectoria y su historia de vida. Su sueño de niño de ser concejal para transformar algunas cosas fue cambiando con el tiempo y el camino recorrido. Hoy siente que hace su aporte desde otro lado. “Se me fue el sueño de ser concejal o funcionario público. Me gusta enseñar, dar capacitaciones, transmitir lo que aprendí, esa es la forma que siento de devolver lo que recibí. No me considero un ejemplo, pero quiero que haya más personas de los barrios populares que puedan  llegar a la universidad y terminarla, y no que venga un Estado que te haga abandonar porque no tenés para el colectivo. Eso no puede seguir así”, remata, y no queda nada más por agregar.