Dora Barrancos: "Apelan al odio porque se ven lejos de ser gobierno"
La investigadora y asesora presidencial reflexionó sobre los discursos de odio y su injerencia en plena pandemia. Las raíces históricas, la situación actual, los lugares de CFK y AF, y la necesidad de la incidencia de la Justicia en los casos extremos. ¿Vale todo?
Por Sebastián Di Giorgio y Nicolás Baccaro
Un Diputado Nacional retuitea un mensaje que llama a “dejar las cacerolas” mostrando una imagen de un fusil de asalto. Si hubiera que responder rápido, como en un programa de preguntas y respuestas, a qué país le atribuimos esa escena, seguramente el Brasil de Bolsonaro o los Estados Unidos de Trump se llevarían casi todos los votos. Pero no. Sucedió en la Argentina del 2020, la Argentina de la lucha (hasta ahora) exitosa contra la pandemia. ¿Qué pasó en el medio, desde ese auspicioso acuerdo político y social del inicio de la cuarentena en marzo, hasta la situación actual donde discursos como esos se habilitados?, ¿cuál es su alcance y su impacto real en el contexto político?
“El odio no suma voluntades políticas, hace falta una situación muy adversa para eso, una maximización del odio; hoy en día no suma voluntades”, responde Dora Barrancos, socióloga feminista, Investigadora principal del CONICET y asesora del presidente Alberto Fernández, ante la consulta de Diagonales sobre la eficacia que pueda o no estar teniendo los discursos aglutinados en posicionamientos contrarios al gobierno y a su gestión de la crisis. Desde su enorme experiencia en la reflexión sobre los comportamientos de nuestra sociedad en momentos de crisis, y desde adentro de la cocina del pensamiento del gobierno, sus palabras transmiten tranquilidad: “son expresiones minoritarias, hay poca gente que piensa así en nuestro país”. Sin embargo, no deja de ser necesaria una problematización sobre los alcances de estas expresiones, y sus implicancias frente a los riesgos que traen los nuevos escenarios en la era de las redes.
La radicalización del odio y el lugar de Alberto Fernández
La imagen del inicio de estas líneas corresponde a un RT de Fernando Iglesias. Sus permanentes incursiones en la escena pública tienen el único y mancomunado objetivo de sacar el debate público de un plano racional y argumental, y llevarlo a un territorio emocional desde donde sea posible alimentar la violencia. Y para esto vale todo, desde fake news y discursos agresivos, hasta vincular a Cristina Fernandez al asesinato de Fabián Guitérrez sin prueba alguna, minimizar agresiones físicas a la prensa en la manifestación del 9 de julio, o retuitear un llamado a cambiar cacerolas por fusiles. ¿Hay límites en el ejercicio de la libertad de expresión?, ¿Qué pasa con los discursos descalificativos que circulan en los medios de comunicación? Desde la eliminación de la figura de calumnias e injurias del Código Penal impulsada en 2009 por el gobierno de CFK, siempre se puede borrar un tweet y pedir perdón, tirara la piedra y esconder la mano. Curiosa contradicción para quienes acusan a la vicepresidenta de coartar la libertad de expresión.
Ese tipo de manifestaciones de diferentes formadores de opinión, inhabilitan una discusión política en tanto no pretenden un intercambio de diferentes perspectivas para la construcción de saldos y consensos, sino la supresión del rival. Su aniquilación. Con el agregado que esos intentos por desacreditar al otro, propios de la coyuntura neoliberal, se producen en el contexto de una pandemia sin precedentes.
En ese sentido, la postura disruptiva adoptada por Alberto Fernández al pararse por encima de esa confrontación y construir ese primer momento de unidad nacional, de diálogo entre distintos sectores fue tanto la explicación de la explosión de su imagen positiva y la de su gestión, como la motivación para profundizar los ataques que recibe. “La figura de Alberto confunde a muchos emisores, porque hay mucha gente que no lo votó pero hoy sí lo votaría” explica Barrancos. El corazón de los discursos de odio es el intento por negar la posibilidad de ese debate político profundo y en unidad, ante la incapacidad de presentar argumentos propios en el mismo. “Tienen más odio, como algo nuevo, porque se ven alejados de ser gobierno”, reflexiona la asesora del Presidente, esclareciendo un lugar en el que se encuentra el ala dura de la oposición. De esta forma, frente a un Presidente que dialoga (a un nivel que hasta los propios a veces consideran excesivo), y a una parte de la oposición que acepta dicha convocatoria a la construcción colectiva de soluciones, como lo explicita la presencia de (su amigo) Horacio Rodriguez Larreta, y hasta la aparición del gobernador de Jujuy Gerardo Morales en la Conferencia del viernes pasado, constituye un escenario adverso para las voces más radicalizadas.
La diferenciación sobre el modo de administrar la cuarentena, sus consecuencias económicas, sus riesgos, y la apelación reiterativa a la angustia, por nombrar algunos discursos comunes, constituyen una identidad “anti” (cuarentena, gobierno nacional, y por momentos antiperonista) que expresa un intento por parte de un sector minoritario de la sociedad por fragmentar y corromper la unidad de todos los argentinos y argentinas.
La figura de Cristina Fernández y los clivajes históricos de odio
Manifestaciones de odio en la política y la sociedad argentina son algo en cierta medida recurrente. Desde Viva el Cáncer hasta yegua, puta y montonera, el repertorio argentino cuenta con un extenso catálogo de significantes que anclaron, a lo largo de la historia, los sentidos del odio de unos sobre otros. Pero, ¿cuáles son las fuentes para esos discursos?
“Los discursos de odio tienen varios emisores: un primer grupo que tiene expresiones de clase, que son los más fáciles de identificar, sectores que emiten humillación, descalificación, desprecio hacia los subalternos; manifestaciones históricas de odio de clase” expresa Barrancos. Aquí el odio sería un dique de contención ante el avance de las mayorías, sobre los privilegios ostentados por minorías históricas. “Un segundo grupo que posee un resentimiento muy fuerte, pero no de forma preventiva, por ejemplo las fobias raciales; aquí la clase está desdibujada. Y un tercer grupo de clases medias que han avanzado y tienen odio político, más psicosocial y con resentimiento preventivo, gente que pudo subir de clase, entre clase media y media baja, que sienten su posición amenazada” define la investigadora. Sobre estos últimos dos grupos parece operar con mayor eficacia la estrategia odio, que lleva en muchos casos a generar rechazos viscerales por parte de esos sectores sociales emergentes para con los gobiernos que implementaron las políticas que posibilitaron su propio crecimiento.
Sin embargo, hay un odio que se pierde de vista, un odio que se ve maximizado por el género, pero que en esta coyuntura dialoga con el papel protagónico que tiene CFK en su magnitud de líder histórica. Depositaria de pasiones profundas como ningún otro personaje de la esfera política argentina, muchos de esos sentimientos y discursos de odio emitidos de distintos lugares, se originan en el carácter disruptivo de su condición de mujer capaz de enfrentar durante años los más violentos embates de los sectores conservadores del país sin haberse doblegado. Así, la entrevistada se interesa por profundizar sobre los ataques a CFK. “El odio con maximización de género, es un hostigamiento agregado por ser mujer, por mostrarse entera. Que sea una mujer quien se posiciona frente a algunos sectores concentrados resulta doblemente imperdonable”, y concluye: “el modo de contener a todo discurso de odio que represente una injuria o una amenaza no es la censura sino es la Justicia”.
Para concluir, la relación de lo público con lo político es el terreno mismo de las disputas que se manifestaron a lo largo de este artículo, sujeto a algunas narrativas. La disputa por obturar y fragmentar los horizontes de sentido compartidos por todos los argentinos y las argentinas a partir de ciertos discursos de odio parece ser la forma que adopta un sector minoritario de representación política. Sin embargo, las respuestas por parte del Estado nacional, el marco de unidad y el diálogo que se viene llevando a cabo con distintos actores de la Sociedad permite pensar que lo performativo del Covid-19 tenga un anclaje diferencial en este contexto. Seguir construyendo una narrativa esperanzadora de arraigo local.