Después de un año, un sector de la sociedad intenta cuidarse y cuidar al resto mientras avanza la vacunación, un sector minoritario y ruidoso, parece querer hacer como que no pasó nada en la Argentina y en el Mundo  e insiste en volver a “la normalidad”. Aquí intentaremos pensar cómo salir de esta situación angustiante y corrosiva…

Sarmiento mal entendido 

La imagen de niños frente a la Quinta de Olivos con carteles “la educación nos hace libres”, “la educación para no ser pobre” entre otros mensajes y otras imágenes, es por lo menos sensiblera. La educación como la entienden algunos compatriotas, y como la entendieron los discípulos del sanjuanino,  es puro gesto. Porque cuando no se comparten los contenidos esas personas que quieren tanto a la educación, la llaman adoctrinamiento. Tampoco les preocupa que los que les den clases sean los mismos docentes que “adoctrinan”.  De lo que se trata, es que independientemente de la circulación del virus,  de una pandemia total que perjudica a todo el mundo y a la Argentina en particular, quieren que “nuestros niños” acumulen horas presenciales.  No les molesta que la educación en parte migre al sistema virtual, y que ellos, conocidos o familias, cursen  carreras, posgrados, cursos virtuales. Los pibes deben acumular horas en las aulas aunque no haya infraestructura adecuada, aunque no haya tecnología suficiente, aunque los docentes cobren miseria. Porque muchos alimentaron durante fines del siglo XX y principios del siglo XXI  la anti ley 1420 y el anti proyecto educativo de Domingo Faustino Sarmiento que igualaba a todxs en el aula  (cuando decimos todxs decimos a todxs las clases sociales, a todxs las descendencias, sean argentinos nativos o hayan venido de Europa) de la escuela pública. Son los que decidieron separar y frangmentar a sus hijos de la “chusma“ y que no “caigan” en la escuela pública,  ellos que apoyan la batalla del ex presidente, la ex gobernadora coraje y el intendente de la ciudad de Buenos Aires, en contra de los docentes “vagos” de la escuela pública. Son los que no pestañaron cuando la escuela pública fue quitada del presupuesto nacional (y condenada a funcionar sin presupuesto)  a partir de la vergonzosa reforma constitucional 94. Son los que terminaron de fraccionar el sistema educativo, y hacer que haya una educación para ricos y otra para pobres. 

Cristalizar el odio

Parte de mi familia, debo confesar, odia al país que les dio tremendas oportunidades. Ellos que vinieron huyendo de las guerras y del hambre, piensan como el ex presidente, que la Argentina la hicieron los que bajaron de los barcos. Claro, esos que bajaron de los barcos tuvieron un país fundado, en el que pudieron desarrollarse, progresar, enraizarse. Quizás hasta tuvieron “más suerte” que los que habían contribuido a la fundación del país.

Esos mismos, cuando vienen los gobiernos que igualan a los de abajo, en vez de sentirse solidarios, se sienten utilizados. Sienten que pagan por los que no merecen, por los vagos, por los que no quieren progresar. Olvidan, que la mayoría de esos argentinos y/o compatriotras latinoamericanos (bolivianos en la guerra de republiquetas, paraguayos aniquilados en la guerra de la triple alianza, venezolanos en Ayacucho, etc.), construyeron la Argentina que les permitió su progreso social.  No les molesta cuando la especulación con el dólar perjudica sus ahorros, baja el precio de sus propiedades, o les impide comprar el último modelo de auto,  ni cuando los gobiernos que ellos apoyan transfieren riquezas desde los sectores más bajos hacia los sectores concentrados de la economía. No, no les molesta cuando una parte poco significativa de la sociedad (como el 0,12 % de los ricos que pagan la contribución a las grandes fortunas) inician corridas cambiarias, o fugan capitales sin pagar impuestos, erosionando asi sus ahorros en pesos, su economía y sus proyectos. Ni cuando vacían las góndolas o suben los precios de los alimentos. Es que esos poderosos, vienen de la misma Europa que venían sus descendientes, no importa si en Europa ellos eran sus sirvientes. Y como eran lo mismo,  europeos, odiaron como las clases pudientes a las clases subalternas argentinas, desde el gaucho al obrero. El odio a los pobres, a los trabajadores, a los sindicatos, es lo que muchos sectores de la oposición azuzan y logran la solidaridad de amplios sectores de las clases medias, que le ponen el cuerpo a ese odio. En última instancia no entendieron que, como sí otros sectores de la clase media, que la riqueza y la grandeza del pueblo argentino, y por lo tanto de la Argentina, venia de la mezcla  cultural, social y política entre los de acá y los de allá.  

Por eso, esos sectores bulliciosos,  insisten en que los sectores de abajo, vayan a trabajar como sea, en vez de quedarse en sus casas para cuidar su salud y las de sus familias. Temen que el Estado construya a base de subsidios y promoción industrial, mejores empleos y ya no tengan más domésticas, pileteros, cortadores de césped, a precios económicos. 

Sensación de normalidad

Como el colapso nunca llegó a la Argentina, muchos sectores gozan de una sensación de normalidad, la cual implica que estamos como si no hubiera pasado nada en el 2020 y 2021. Que a lo sumo pasó una “gripeziña” al decir de Bolsonario y que ya podemos correr a la normalidad. Esa sensación es la que posibilitó los encuentros desbordantes en las fiestas clandestinas, los viajes a los países con mayores índices de contagios, las movilizaciones por la libertad, etc. Por eso, se insiste en mantener las noches y los colegios con presencialidad. Porque no se tiene una vital conciencia de lo que implica y/o implicará la pandemia. Como tampoco se registra el desbarajuste que dejó el gobierno  anterior con la deuda en dólares.

En última instancia no descubren que si siente eso, es porque las medidas aplicadas por el Gobierno nacional, a pesar de los estragos de la enfermedad, evitaron el colapso del sistema de salud, y por lo tanto el colapso económico y social de la Argentina. La sensación de normalidad se debe a que hay una “nueva normalidad” para los argentinos, más Estados para garantizar los derechos proclamados en el 14 bis de nuestra constitución.

De la ciudad de todos los argentinos a la autonomía porteña

Las reacciones de sectores de la oposición, sobre todo del intendente de la Ciudad, Horacio Rodríguez Larreta, contra el aislamiento por 15 días, muestran una necesidad de hacer política al límite de la desestabilización. La “justicia porteña” contra un decreto presidencial, en un contexto de pandemia. ¿Qué estamos en 1880? ¿Quieren una batalla de los Corrales? Si su posición ya quedaba clara, y su cargo es menor, en relación con el Presidente de la república, ¿que necesidad de llevarlo a la justicia? ¿Querrá del Intendente de la Ciudad de Buenos Aires generar un conflicto de poderes y una situación de “ingobernabilidad? 

El escozor que generan las palabras del intendente de la Ciudad de Buenos Aires sobre su preocupación por la educación pública y  la comparación con la inversión que dicha fuerza hizo en  educación los últimos 14 años de gobierno. Ni hablar de la violencia que generan las intervenciones de la Ministra Soledad Acuña sobre la educación, los docentes y la pandemia. La palabra hipocresía no puede terminar de expresar el sentimiento de todos aquellos  vinculados con la educación pública sobre la gestión del PRO en los últimos años. La ciudad nunca fue la misma desde su autonomía, solo implicó más ingresos por parte de la Nación y de los porteños y menos presupuesto para las áreas esenciales de la gestión pública.

La autonomía presuponía que era para la gestión de la Ciudad, no para convertir a la Ciudad en una entidad política y social comparable a las provincias argentinas. La Ciudad resalta, no por su gestión, sino por que concentra a la mayoría de las empresas que explotan la riqueza del país y tributan, en una parte significativa en la Ciudad. O sea, la Ciudad no es grande por la gestión del PRO, sino que es grande porque sigue siendo el centro del poder político argentino: la Capital Federal. 

PAN-DE-MIA

Ya hace unos meses titulamos un apartado de otra nota con este titulo. Implica resaltar lo que significa un PANDEMIA, desagregando las sílabas que componen la palabra. Solo insistir que después de esta pandemia, ya no seremos los mismos. Una pandemia es un acontecimiento universal que nos afecta y nos marca, y necesita que pensemos cómo salir de la situación en la que nos pone dicho acontecimiento. El Gobierno nacional, desde el minuto uno de su mandato, con distintas intensidades, intentó frenar la pandemia con las herramientas que heredó. Un Estado desarmado y endeudado. Desarmado para  gestionar la salud, para controlar los abusos de los sectores concentrados de la economía y endeudado sin tener recursos para sostener el encierro de aquellos sectores de la economía que no pueden darse el lujo de parar. De lo que se trata es de profundizar en esa línea,  quizás con mayores niveles de participación de los trabajadores, sindicatos, pymes y organizaciones sociales, que posibilite controlar a los especuladores, ayudar a los que se cayeron del mapa y terminar con los intentos sediciosos de algunos sectores de la oposición. De cómo logre articular a esos sectores dependerá en parte, como saldremos de este año y tanto, que llevamos en la peste. 

*Licenciado en Sociología, Doctorando en Ciencias Sociales, Docente de la UBA y la UNDAV. Coordinador de Grupo de Estudios sobre Marxismo e Historia Argentina en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe. Integrante del Centro de Estudios Nacionales y Sociales Arturo Jauretche. Twitter: @Pablolopezfiori