El drama de la inflación en los comedores populares
Los precios de alimentos suben más en los barrios que en el índice general. Aumento de la concurrencia, reemplazo de comidas y raciones más chicas. El Estado llega insuficiente y hay que “hacer malabares” para sostener. Historias de los más castigados.
No hay un problema en este momento del país que sea más transversal que el drama de una vida desorganizada y complicada por el descontrolado contexto inflacionario. En los sectores productivos se cortan las cadenas de pago, cuesta reponer stock y casi no existe el largo plazo. En la clase media cuesta más llegar a fin de mes, se reemplazan o directamente se suprimen consumos y el ahorro y la planificación de la vida son un privilegio para pocos. Pero sin ningún tipo de dudas, los sectores populares argentinos son quienes más sufren este momento del país, porque allí la línea se traza entre comer y no comer.
El Indec publicó hace 10 días el IPC de agosto, que volvió tocar la barrera del 7% mensual y llevó el acumulado para los primeros ocho meses del año al 56,4%. Sin embargo, esos valores y su desglose arrojan resultados más preocupantes si se toman los precios de los barrios populares, donde cuesta mucho más que lleguen los programas como Precios Cuidados y el control estatal.
El Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana (ISEPCi) realiza una medición mensual de los precios de los 57 productos de la Canasta Básica de Alimentos (CBA) en 900 comercios de cercanía en los barrios populares del conurbano bonaerense, a partir de lo cual elabora el Índice Barrial de Precios (IBP). Un cruce entre los valores relevados por el instituto con los que publica el Indec permite ponerle números al drama de la inflación en los barrios.
Según el Indec, en lo que va del 2022 la inflación de alimentos y bebidas no alcohólicas alcanzó el 59% en el Gran Buenos Aires (GBA). Para el ISEPCi, la Canasta Básica de Alimentos (CBA) para una familia de cuatro personas pasó de $31.849,95 en diciembre a $52.346,15 en agosto, una suba del 64,35%. Alimentos base de los consumos populares también muestran diferencias en la comparación Indec – ISEPCi: kg de cebolla, $273,74 vs. $280; kg de harina de trigo común $114,41 vs. $135; kg de carne picada común $697,06 vs. $855; pollo entero por kg $380,37 vs. $400; sachet de leche entera $153,89 vs. $170. Las diferencias, que miradas en frío pueden parecer pequeñas, vuelven prohibitivos muchos de estos productos para quienes cuentan cada peso. La lista de productos con este tipo de variaciones es extensa.
Los comedores populares son, a esta altura del devenir argentino, una institución social en el país. Permiten sostener el frágil tejido social, que va por su tercera década con una pobreza estructural que no baja del 30% de la población, llegando allí donde el Estado es pura deuda. Sostenidos por movimientos sociales, organizaciones políticas y, sobre todo, la militancia social de sus participantes, son una bandera de empatía y trabajo desinteresado por el otro que es permanente, injusta y sistemáticamente estigmatizada por quienes miran de lejos el padecimiento ajeno y no lo comprenden. El Potenciar Trabajo que en los títulos mediáticos es un plan, aquí es la herramienta que permite sostener el trabajo de darle de comer a los que no tienen.
Si hoy se los escucha, allí las frases se repiten. Abandonar comidas más elaboradas porque apenas alcanza para el guiso, reducir raciones porque está viniendo mucha más gente, la vergüenza con la que se acercan los vecinos a recibir ayuda alimentaria, la angustia de los días que toca decirles que no hay. Y también la bronca y la frustración de poner hasta lo que no se tiene por los demás, y recibir la tibieza de un Estado insuficiente y el desprecio de buena parte de la sociedad que sólo se mira a sí misma. Historias desde las entrañas del pueblo.
CAROLINA: “TUVIMOS QUE REEMPLAZAR LA LECHE POR MATE COCIDO”
Carolina lleva adelante el comedor “Los Duendes del Parque” en su casa de 166 entre 42 y 43 del barrio el parque de La Plata. “Es un barrio residencial, pero viene muchísima gente de más atrás, de otros barrios más populares como Malvinas, Olmos, vienen de todos lados. Tenemos hasta una chica que viene desde Berisso, porque allá no tiene cupo en el comedor que le queda cerca y se viene una vez por semana. Tratamos de darle mercadería para que cocine además de las viandas que se lleva” cuenta.
Los Duendes del Parque arrancó como una copa de leche en 2018, pero pronto se transformaría en comedor. “Venían chicos pero también mucha gente grande a tomar la leche y ahí decidimos empezar a cocinar” recuerda Carolina. Hoy arrancan su proceso diario a las 7 de la mañana, pelando y cortando las verduras y el pollo, que luego cocinan en unas 5 ollas para que entre las 12 y las 13 horas unas 300 personas se acerquen con sus tuppers a buscar sus raciones de comida, pan, “y fruta si tenemos”. Los almuerzos se entregan de martes a viernes.
El número de personas que comen gracias al comedor llegó a su pico de más de 300 durante la pandemia, en pleno cierre total por la cuarentena. Carolina cuenta que con la reapertura y vuelta de la actividad económica, muchas de esas familias consiguieron changas o trabajos y dejaron de acercarse, llegando a descender por debajo de las 200 diarias. Pero hace unos meses, muchos empezaron a volver y el número ya está nuevamente cercano a los niveles de la pandemia. “Se corre de boca en boca y cada vez viene más gente que trae un familiar nuevo” explica.
En Los Duendes del Parque se cocina a leña, no hay plata para la garrafa. Carolina maneja un grupo de Whatsapp donde avisa todo a los vecinos, pero hoy por hoy se acercan incluso cuando llueve y no se puede cocinar. “Ahí tratamos aunque sea de darles algo de mercadería” dice. “Un día no pudimos hacer la olla porque no teníamos nada y no te puedo explicar lo doloroso que fue decírselo a las familias, ver el dolor de la necesidad de la gente. Hay veces que te golpean la puerta tarde a la noche o la madrugada para pedirte algo de mercadería” relata.
La inflación viene siendo un drama para el comedor, “se me re complica comprar todos los días y lo peor es que no sé cuándo va a parar”. Carolina gasta unos $4.000 semanales en bolsas de papa y $9.000 en cebolla. “No hace mucho conseguías la papa a $500, ahora está $1.300. La Cebolla estaba $1.000, ahora está $3.000” dice angustiada. En el comedor que empezó siendo una copa de leche, hoy ya no se sirve leche porque la plata no alcanza. “Tuvimos que reemplazar por mate cocido”.
“Veníamos cocinando distintas comidas, hicimos canelones, pizzas, pollos. Ahora apenas podemos hacer guiso y fideos. Antes hacíamos ñoquis cada tanto, hoy no podemos comprar huevos. La gente y comerciantes del barrio nos ayudan con donaciones, pero tampoco podés pedirles mucho porque a ellos también se les complica”. Los Duendes del Parque recibe ayuda de una panadería del barrio que les entrega el pan los 4 días que cocinan, de verdulerías y pollería también del barrio, y de la Corriente 25 de Mayo que les consigue alimentos secos como los fideos.
La ayuda alimentaria del municipio de La Plata conducido por Julio Garro es mínima, le llega a las organizaciones y se reparte lo poco que hay. “Capaz nos toca una caja de puré de tomate, nada más, nada de verduras, ni pollo”. Tampoco reciben asistencia de Nación ni de la provincia. Carolina cuenta que se comunicaron con ella desde el Ministerio de Desarrollo a la Comunidad de Larroque, pero quedó en la nada. “Para el día del niño sabíamos que tenían juguetes y pedimos pero me clavaron el visto” dice, antes de contar que consiguió lo que pudo en donaciones del barrio para los más de 300 chicos que se aceraron.
Para sostenerse, Los Duendes del Parque cuentan con 10 personas que cobran un Potenciar Trabajo, y se dedican al reciclado de neumáticos que juntan de la calle y con los cuales hacen macetas para vender. Todos los días, a las 15 hs cuando terminan de limpiar el trabajo de cocina, el equipo se pone a pintar y reciclar los neumáticos viejos para juntar algún mango extra que les permita seguir.
Carolina trabajaba hasta hace poco cuidando a una persona mayor, que recientemente falleció y ella se quedó sin trabajo. Vive con su padre discapacitado, que cobra una jubilación y su marido electricista. Pagan alrededor de $6.000 de agua, $4.000 de luz y unos $14.000 en remedios. “Nosotros también comemos de lo que cocinamos para el comedor”.
Elige cerrar la charla con una anécdota que grafica el estado de desesperación que siente y percibe en el pueblo. “Una vecina retiraba todos los días la comida para su familia y para su cuñada. Ella es mamá sola, víctima de violencia de género y está sin trabajo. El otro día me dijo “te mentí”, y me contó que su cuñada hacía unas semanas que se había ido a otro lado, pero ella siguió retirando su ración para darle de comer a sus hijos a la noche. Esas cosas te parten el alma”.
HILDA: “ESTAMOS PEOR QUE CUANDO ESTABA MACRI”
Hilda lleva adelante el comedor “El Obrador” hace 15 años en el barrio El Futuro de Melchor Romero, y no duda en afirmarlo. “Este es casi el peor momento, casi como durante la pandemia cuando cerró todo, estamos peor que cuando estaba Macri”. Con ella trabajan otras 28 personas que cocinan la cena para unos 200 vecinos de lunes a viernes. Durante la fase más dura de la cuarentena, El Obrador fue uno de los comedores que se mantuvo abierto en la zona. Allí tocaron su pico de concurrencia, pero luego el número de vecinos comenzó a bajar y llegó a estar en 140 diarios. Hoy, como en todos los barrios, la cantidad de personas que recurren al comedor crece semana a semana.
“Está todo carísimo, la plata no alcanza para nada, antes subía de a poco pero ahora sube todo muchísimo” se queja Hilda, que a los gastos en mercadería tiene que agregarle $1150 por cada garrafa, que dura entre 2 y 3 días. El comedor de la organización Barrios De Pie recibe asistencia de Desarrollo Social de nación, “pero está llegando menos que antes. Nos mandan 2 bolsas de papa, 2 bolsas de cebolla, 2 cajas de leche por mes. Antes mandaban arroz y fideos, ahora mandan un mes arroz, otro mes fideos” dice Hilda. El Obrador no recibe mercadería de provincia ni del municipio platense.
Como en todos los comedores, en El Obrador también tuvieron que cambiar el menú. “Antes hacíamos algo con carne, alguna ensalada rusa, hoy es todo guiso y arroz o fideos con tuco” relata Hilda, quien cuenta que tampoco reciben pan para repartir. Además, el aumento en la cantidad de personas que se acercan a buscar comido los obliga a reducir las porciones: “no estamos cocinando menos, pero la plata alcanza para comprar menos cosas y viene más gente, así que no le podemos llenar los tuppers, es lo que tuvimos que decidir”. Para solventar los gastos, que semanalmente rondan los $15.000, Hilda y sus compañeros tienen un emprendimiento de venta de empanadas, “las finanzas” como le llaman. También cuentan con una huerta en la que siembran habas, arvejas, rabanitos, repollo y lechuga entre otras cosas.
Las 28 personas que trabajan en El Obrador cobran el Potenciar Trabajo. Con eso mantienen el comedor y organizan cuadrillas de limpieza del barrio y zanjeos. “A mí me da mucha bronca, porque la gente que tiene plata no ve nuestra necesidad, nos juzgan por planeros o negros y nosotros somos trabajadores. Me da mucha importancia” se descarga.
HUGO: “EN LOS BARRIOS NO EXISTE PRECIOS CUIDADOS”
“Hoy hay menos trabajo, y a los que tienen el sueldo no les alcanza para nada” cuenta Hugo que desde 2018 lleva adelante el comedor Caritas Sucias en Los Hornos. Allí se cocina la cena los martes y los jueves para que los vecinos puedan retirarla en forma de viandas. Hace algunos meses se acercaban al comedor unas 75 familias, pero hoy el número ya ascendió a 125.
Caritas Sucias recibe asistencia de la Corriente 25 de Mayo, “quiero que lo aclares en la nota” dice Hugo, quien cuenta que desde la organización hacen todo lo posible para que los trabajadores del comedor accedan al Potenciar Trabajo, única herramienta para sostener el trabajo que realizan tanto en el comedor como en el barrio con tareas de zanjeado, limpieza y construcción. Hoy son 20 las personas que trabajan allí. “Del Estado no recibimos nada directamente, ni de nación, ni provincia, y menos del municipio. Acá tenés que tener la bandera de Garro para que te bajen algo de verdura o mercadería”.
Hugo cuenta una realidad de los barrios que se replica en todos los testimonios. “Lo de los precios es un disparate, yo no sé cómo lo manejan. En los barrios Precios Cuidados no existe. En la cuadra de mi casa hay dos almacenes y podés encontrar diferencias de $50 o $100 en precios del mismo producto, además de todos los faltantes que hay. En todos los barrios es así”.
Por este contexto, en Caritas Sucias también tuvieron que cambiar lo que cocinan. “Antes podíamos hacer algunas veces canelones, pollo con papas, gelatina para los chicos. Hoy lamentablemente apenas alcanza para el guiso. Antes los carniceros nos daban alitas, ahora hasta eso se les complica, tuvimos que volver a los menudos de pollo”. Hace tres meses que el comedor, donde también se cocina a leña, no tiene leche, azúcar ni harina.
“En mi barrio se murió una piba de frío este invierno por no tener una manta, se murieron dos pibes por desnutrición. Te sentís realmente muy solo, el Estado da la espalda y duele mucho escuchar a la gente que piensa que nosotros creamos vagos. No es así, a los vecinos les da vergüenza tener que venir al comedor, pero no les queda otra. Y los planes y las organizaciones son lo que permite sostener ese trabajo” sentencia Hugo.
JOANA: “HACEMOS CENA PORQUE LOS CHICOS VUELVEN DE LA ESCUELA Y EN CASA NO HAY”
El comedor de la casa de Joana se transforma todos los días en una cocina popular. Los lunes, miércoles y viernes se cocina la cena para unas 120 personas, los martes y jueves merienda. “Con los recursos que tenemos no alcanza para hacer comida todos los días” explica. Durante la pandemia la concurrencia llegó a un pico de unas 150 personas, que después bajó a unas 90 y en los últimos meses siguió la tendencia ascendente general de todos los comedores. Con ella trabajan unas 19 personas, que también se sostienen con el Potenciar Trabajo. “El mío se va casi entero en pagar el almacén” dice Joana.
Los Peques del Triunfo, el comedor de la organización Barrios de Pie, arrancó hace unos cuatro años y hoy funciona todos los días entre las 13 y las 18:30 horas. “Mi abuela tenía un merendero y me quedó esa satisfacción de poder hacer algo por los demás con tan poco, que los chicos puedan irse a dormir con algo en la panza” cuenta Joana. En su comedor, se cocina cena y no almuerzo para complementar la alimentación de los chicos con lo que reciben en las escuelas: “los chicos vuelven de la escuela y en la casa no hay para cenar” dice angustiada. Pero la gente que se acerca al comedor no son todos peques. “Viene mucha gente grande, muchos jubilados a los que no les alcanza. Las viandas también permiten que todos puedan comer, porque si tuviéramos un comedor seguro que mucha gente grande no vendría porque les da mucha vergüenza”.
Joana también tuvo que cambiar el menú que cocina junto a sus compañeros. Antes, cuando concurría menos gente, cada tanto podían hacer empanadas, albóndigas y alguna otra comida con más elaboración. “Hoy en día es todo guiso, hacer cualquier otra cosa es un privilegio. Sabemos que no es lo mejor para la nutrición de los chicos, pero hay que darles algo que llene la panza” relata.
La explicación, una vez más, vuelve a estar en los precios. “Llegué a pagar una cebolla $100, una locura. Antes, con $1000 de alitas cocinaba para 100 personas, hoy no me alcanza para nada”. Los Peques del Triunfo reciben bolsas de papa y cebolla de Desarrollo Social, “pero no nos alcanza para nada” dice Joana. Además, desde la Unidad Penitenciario N°12 de La Plata les donan verdura fresca que cosechan en su huerta. Con sus compañeros tienen un emprendimiento de panadería y ventas en ferias populares para juntar fondos, de allí obtienen lo necesario para sostener su actividad.
El marido de Joana es albañil, y con su trabajo más lo que reciben por la AUH de sus hijos la familia logra mantenerse en paralelo al trabajo social que realizan. Pero los esfuerzos no alcanzan a veces para vencer la frustración. “Más de una vez hemos tenido que decir que no había comida y la gente se pone muy mal. Eso te mata, porque una sabe que cuentan con esa ayuda y sino no tienen nada”.
AMALIA: “ESTOS MESES FUERON UNA CACHETADA AL BOLSILLO, ESTÁ MUY DIFÍCIL AUNQUE TENGAS TRABAJO”
Amalia vino a la Argentina desde el país hermano del Perú, y hace 6 años lleva adelante junto a 22 compañeras el comedor “Las Micaelas”, en Villa Argüello, Berisso. El nombre hace honor a Micaela Bastidas, líder revolucionaria de los pueblos originarios y la historia peruana, compañera y consejera de Tupac Amaru. “Nos sentimos identificadas con ella, somos todas mujeres luchadoras y del Perú” cuenta Amalia orgullosa.
Las Micaelas es parte del Movimiento de Trabajadores Excluidos del Frente Patria Grande. El movimiento aporta mercadería y alimentos frescos, y lo que falta se compra con el aporte de una cuota que ponen las compañeras que pueden y lo recaudado en las “polladas” y otros eventos que hacen a modo de finanzas. Con eso cocinan de lunes a viernes, entre las 14 y las 19 hs, para unas 60 familias que van variando su asistencia. “Los frescos no alcanzan para cocinar todos los días, entonces alternamos cenas con meriendas” explica Amalia.
El comedor comenzó a funcionar cuando se decretó la emergencia alimentaria con Macri, primero en una casa prestada, luego en un terreno sobre el que pudieron construir una casilla con maderas que fueron comprando con su trabajo colectivo. Hoy tienen cocina y freezer, pero en los últimos meses tuvieron que empezar a racionar las provisiones y explicarle a los vecinos que no siempre se puede hacer la mejor comida. “La pandemia fue el momento más duro, después la gente volvió a trabajar y la cosa se estaba acomodando pero estos meses fueron una cachetada para el bolsillo. Está muy difícil incluso teniendo trabajo” dice Amalia describiendo una realidad que se replica en todos los barrios.
Las Micaelas son en su mayoría madres con hijos y se organizan para poder llevar adelante el comedor. Una vez por mes se reúnen en asamblea para discutir las problemáticas generales, que muchas veces exceden las cuestiones del comedor. Por eso varias de ellas se fueron formando como promotoras de salud, de género, educativas y de apoyo a la niñez. Hoy ya son una institución a la que el barrio acude en busca de soluciones a los más variados problemas. “Nos dicen Las Micaelitas” dice entre risas Amalia, y explica que “recurren a nosotras por todo tipo de ayuda, el comedor se ha vuelto un centro de contención y ayuda en el barrio”.