En una semana en que la lógica hacía suponer que nada opacaría en la agenda informativa la discusión por el acuerdo con el FMI, la Argentina vuelve demostrar que es la tierra donde todo es posible. El INDEC publicó esta tarde el aumento en el índice de precios al consumidor (IPC), que alcanzó en febrero una suba del 4,7% y empuja al Frente de Todos hacia sus peores marcas desde que es Gobierno. Si el oficialismo estaba preocupado en estos días por cerrar el acuerdo con el Fondo, la noticia es una bomba que le explota en las manos y enciende todas las alarmas: el rumbo hacia el tristemente célebre 54% macrista de 2019 aparece como una posibilidad concreta que podría marcar un quiebre definitivo con la sociedad, que ya le dio la espalda en las urnas el año pasado.

El incremento del 4,7% de febrero acumula un 8,8% de inflación en los dos primeros meses del año, mientras que la variación interanual, es decir el acumulado de los últimos doce meses, llega al 52,3%. Tanto en la variación mensual como en la interanual se trata de los segundos peores registros del Frente de Todos desde que asumió el Gobierno en 2019. Hace casi un año, la inflación mensual de marzo del 2021 trepó al 4,8%, récord oficialista que casi se empata este febrero y que todas las proyecciones aseguran se superará el mes que viene. En cuanto a la interanual, la peor marca del oficialismo llegó en septiembre del año pasado, cuando se registró un incremento del 52,5% entre ese mes y septiembre del 2020.

EL IMPACTO DE LA GUERRA

Pero es preciso considerar algunos elementos que oscurecen el panorama oficialista con respecto a esas marcas negativas del año pasado. El primero es el contexto internacional. Si en 2021 la recuperación de la economía mundial en la salida de la pandemia fue un elemento que empujó al alza los precios internacionales de las commodities, con su consecuente repercusión en los precios internos, aquel contexto parece quedar chico frente a lo que hoy está generando la guerra en Ucrania. La explosión de los precios de los granos, sus derivados y de la energía están generando un efecto inflacionario en el mundo que, de sostenerse, superará con creces el del año pasado. Incluso si la guerra terminara pronto, las variables económicas tardarán meses en acomodarse a nivel internacional y es de suponer que esta presión inflacionaria, lejos de menguar, se sostenga o incluso se incremente en el corto plazo.

De hecho, la invasión rusa comenzó el 24 de febrero, por lo que las subas informadas por el INDEC esta tarde apenas si contemplan el impacto de la guerra, que sí se sentirá con fuerza en la inflación de marzo. Cabe pensar, por citar un ejemplo, en la reciente suba de combustibles que en la CABA llegó al 13,1% para las naftas premium y al 11% en la súper. Ninguna proyección estima menos de un 5% de inflación para el mes que viene, lo que marcaría el peor mes en lo que va del Gobierno del Frente de Todos.

ALIMENTOS Y EL CONFLICTO POLÍTICO

Otro aspecto complejo para el oficialismo que se desprende de lo anterior es que la mayor de las subas registradas el mes pasado fue la de los alimentos. En ese ítem los precios subieron un 7,5% en promedio y el porcentaje de aumentos alcanza el 9,1% en el territorio donde el oficialismo tiene su principal base electoral, el área del Gran Buenos Aires (GBA).

Allí se registraron subas del 5,8% en el pan y cereales, 5,7% en carnes y derivados, 6,5% en leche, productos lácteos y huevos, 10,4% en frutas y 32,3% en verduras, tubérculos y legumbres. El acumulado de inflación en alimentos para lo que va del año en GBA es de 14,9%, el más alto del país y casi el doble del índice general del 8,8%. En los últimos doce meses, ese incremento alcanzó el 60,3%. Un disparo al corazón de un peronismo que ganó las elecciones en 2019 prometiendo volver al asado de los domingos y está cerca de no poder garantizar el pan y los fideos.

Estas subas en alimentos se dan, a su vez, en un contexto de fuerte tensión con los productores agropecuarios, que agitan el fantasma del 2008 y la 125 cada vez que el Gobierno intenta cualquier medida que tienda a desacoplar los precios internos de los internacionales. Sucedió al principio del Gobierno del FdT cuando se intentaron subir retenciones a la soja, el año pasado cuando se suspendió provisoriamente la exportación de algunos cortes de carne, y vuelve en este momento de rentas extraordinarias del agro cuando el oficialismo apenas amaga con subir dos puntos las alícuotas de la harina y aceita de soja. La entidades agropecuarias, además, cuentan con el apoyo político incondicional de la oposición de JxC, a la que sí le permitieron una suba de retenciones en 2019, oposición que aumenta en este contexto de crisis su capacidad de daño al Gobierno.

Luego de haber cerrado provisoriamente las exportaciones de harina y aceite de soja, y unas frenéticas jornadas de reuniones entre el gabinete económico y distintos sectores del agro, el Presidente anunció, unas horas antes que se conociera el índice de inflación, que el viernes comenzaría una “guerra contra la inflación”. Más allá de la desafortunada calificación elegida por Alberto Fernández, que tranquilamente podría pasar a engrosar su colección de declaraciones para el olvido, lo concreto es que el Gobierno no parece encontrar un rumbo económico y hacia adelante todo es incertidumbre. Los constantes amagues de medidas que no se concretan, las idas y vueltas y los anuncios que quedan en la nada degradan aún más la palabra del oficialismo en un momento que requiere claridad y certezas para estabilizar un bote que se hunde.

LA INTERNA

Hoy por hoy, son pocos los sectores que creen y confían en la capacidad del Gobierno para encauzar la economía y solucionar el problema de la inflación, principal drama en la actualidad del país. Y para corroborarlo no hay que irse hasta la oposición, que cada vez que puede hace leña del árbol caído para profundizar el debilitamiento oficialista, o a los sectores económicos que pactan acuerdos y no los respetan, o que ante el más mínimo pedido de colaboración del Gobierno responden corporativamente para sostener y aumentar en lo que puedan sus ganancias. Hoy, quizás el sector más desencantado y desconfiado con el rumbo de la economía está justamente dentro del oficialismo.

Es un secreto a voces que el kirchnerismo considera prácticamente irreversible la deriva económica y que la traducción de ello al plano político es la proyección de una derrota electoral para el año que viene. La propia CFK ha dejado trascender esta idea, luego de haberla expresado con toda crudeza y de cara a toda la sociedad en su explosiva carta post PASO, en la que enumeró las veces que intentó tramitar esta discusión al interior del frente sin que sus planteos lograran incidir en las decisiones del Ejecutivo. Desde los debates por los aumentos de tarifas hasta las críticas por el “ajuste” de Guzmán en 2021, la lista de ejemplos es extensa.

En esa clave hay que leer los movimientos de Máximo Kirchner y La Cámpora en su rechazo al acuerdo con el FMI. En el kirchnerismo circula la idea de prepararse para ser oposición ante una derrota electoral que, hoy por hoy, aparece como el escenario más probable. Por eso, sin saltar del bote que ve hundirse, se calza el salvavidas de reforzar su identidad política para lo que viene, sin importar el nivel de confrontación con el albertismo que eso implique.

En esta discusión sobre el rumbo económico del Gobierno y la redistribución del ingreso, mañana será un día clave. Hace poco más de diez días se oficializó que este 16 de marzo se reunirá el Consejo Nacional del Empleo, la Productividad y el Salario Mínimo, Vital y Móvil. La intención sería aumentar un 40% el salario mínimo, actualmente fijado en $33.000. Con las proyecciones inflacionarias anteriormente descritas, ese aumento pareciera tener sabor a bastante poco en un contexto donde el Gobierno necesita una fuerte recomposición del poder adquisitivo si pretende tener chances de reelegir el año que viene.

EL FANTASMA DE SER MACRI

La inflación de 4,7% registrada en febrero entra en el top 5 de los peores registros mensuales, considerando incluso todo el mandato de Macri. El podio se lo lleva septiembre de 2018, cuando el aumento fue de 6,5%, seguido por el mismo mes de 2019 que marcó una suba del 5,9% y octubre del 2018 cuando la variación de precios fue a la suba en un 5,4%. Atrás de esas marcas ya aparece la gestión del FdT con su 4,8% de marzo del 2021, y el actual 4,7% que iguala el porcentaje de aumento de marzo del 2019.

Esta enumeración desnuda que la gestión económica del oficialismo, en cuanto a la lucha contra la inflación, va sumando de a poco hitos que la acercan a la tan denostada gestión macrista. De hecho, exceptuando el 2020 en el que la inflación cayó producto del parate económico a raíz de la pandemia, la comparativa de la deriva inflacionaria entre el 2019 macrista y el 2021 del FdT arroja semejanzas que deberían ser inquietantes para el oficialismo. En la serie anual, la evolución de los precios fue levemente inferior durante 2019 hasta el mes de agosto y septiembre, donde se disparó producto de las elecciones y la devaluación provocada por la decisión de Macri de no intervenir en el mercado de cambios tras su estrepitosa derrota en las PASO.

Conclusión, el Frente de Todos se acercó bastante el año pasado al catastrófico nivel inflacionario macrista de 2019, que lo hizo perder las elecciones por paliza, y este año arrancó altísimos registros antes de lo pensado y con un contexto político interno e internacional que solo permiten suponer que las condiciones se le complicarán, al menos en el corto plazo. Al Gobierno le queda la carta del programa con el fondo y los dólares frescos que ingresarían con el primer desembolso ni bien firmado el acuerdo, que irían a engrosar reservar, mantener calmado el tipo de cambio mientras se achica la brecha entre el oficial y los paralelos y garantizar las importaciones necesarias para sostener el proceso de crecimiento.

Allí está la principal apuesta del Gobierno y la principal diferencia con la etapa macrista, en la cual la debacle inflacionaria se dio en un contexto recesivo, mientras que la economía viene de crecer más de diez puntos el año pasado y se proyectan otros cinco puntos para este 2022. De todas formas, ese crecimiento le será poco redituable al oficialismo si no llega a sentirse con fuerza en los bolsillos de los argentinos, agotados e impacientes tras cuatro años de desgaste acumulado.

Ese será el desafío para el oficialismo que si no recompone sensiblemente el poder adquisitivo y, además, sigue acercándose al límite macrista del 54%, corre el serio riesgo de llegar a un punto de no retorno con el electorado que lo empoderó en 2019 para que le garantice poder volver a llenar la heladera.