El fin de la metáfora
¿Cómo sobrevivir teniendo que asumirse, no disponiendo ya de la posibilidad de mentar cruces de ríos?
A lo máximo que puede aspirar hoy Mauricio Macri es a decir que deja todo tan mal como lo encontró: con cepo, default, rojos gemelos e inflación. Para eso, claro, habría que conceder en equiparar la sentencia de Thomas Griesa penalizadora de la salida de la cesación de pagos en dólares más grave de la historia mundial con el llamado reperfilamiento unilateral de pasivos en pesos contraídos por el propio actual gobierno. O, como explicó Walter Graziano esta semana en Ámbito Financiero, al cepo de CFK, pensado para contar siempre con divisas para cancelar obligaciones, con el adoptado hace pocos días por el ex alcalde porteño para estirar el privilegio de la fuga hasta el final y poder continuar la quema de reservas que garantice alguna estabilidad cambiaria hasta octubre, receta que falló en agosto. Despejado el favor mediático, el drama de lo mucho que aún puede empeorar el asunto se aprecia en toda su magnitud cuando se computan en la cuenta una deuda monstruosa y un billete verde todavía a tiro de desmadrarse trágicamente (sencillamente, porque siguen saliendo más de los que entran, con o sin FMI apadrinando).
El cuadro de la derrota se completa con el consenso que van recuperando palabras como regulación, condenadas al destierro de lo prohibido hace apenas tres años y medio. O con el hartazgo que, más llamativamente, empieza a leerse y oírse contra la manía amarilla de apelar a metáforas a la hora de hablar de gestión. El peor de los mundos para los proyectos que sinceramente creen que a Argentina le sobra gente; o, mejor dicho, que le sobran personas que se van de mambo en cuanto a la calidad de vida que pretenden. ¿Cómo sobrevivir electoralmente teniendo que asumirse, no disponiendo ya de la posibilidad de mentar cruces de ríos y yerbas similares? Así, Macri terminará más repudiado por propios que por ajenos.
Con María Eugenia Vidal desaparecida en acción (operando en las sombras para que se diga que disiente con su jefe), Macri oscilando entre días de resignación y otros de euforia en que cree que dará vuelta el resultado de una elección cuya existencia al mismo tiempo niega, un gobierno paralizado en igual indefinición y simpatizantes macristas entregados a un frenesí de acción directa en las calles que expresa como ninguna otra cosa la desfiguración de Cambiemos en su epílogo, el único grado de expectativa que pronto habrá en lo que fuera la CEOcracia pasará por Horacio Rodríguez Larreta. Habiendo sido más hábil que el Presidente para ampliar una alianza porteña que comenzó siendo más pequeña que la nacional, la pregunta, si logra zafar del collar de melones que pone en peligro hasta el pago chico, es si podrá rediseñarse según los términos que arrojarán estos cuatro años. Incógnita que excede a la persona del alcalde de Capital Federal.
Las elites, que tras una guerra sin cuartel durante el segundo mandato de Cristina creyeron que vía Macri por fin llegaba la hora tan ansiada de imponer condiciones, se topan en cada esquina con evidencias de la inviabilidad de lo que han intentado. Como ya fuera escrito en este mismo espacio, Alberto Fernández no los hace sentir derrotados, guardando ese rol en exclusiva para el dueño de PRO. Los invita a pensar el remedio. Siendo que el primer mandatario deja una economía en terapia intensiva, ninguna teoría será suficiente para concretar una salida indolora. Dicho sencillo, hará falta buena voluntad para que funcionen las medidas que se dispongan.
Habiendo quedado lo suficientemente claro que una mayoría contundente no va a aceptar que se la excluya sin más, la disyuntiva que se le presenta al capital es aceptar esa realidad y sumarse a una construcción que la tome en cuenta o entregarse a los brazos de Elisa Carrió o de Miguel Ángel Pichetto. El ex peronista confirma, redoblando verbalmente las apuestas de su compañero de fórmula, que su designación se debió a que desde hace rato corría por derecha a quienes --se suponía-- debía controlar. Cuando estos definieron que les convenía retroceder hacia su núcleo duro para la reelección, no había mejor alternativa que él. El peronismo ya resolvió esta polémica entre el rionegrino, que planteaba un giro ideológico para que el movimiento lograse la aceptación sistémica negada hacia el cierre del kirchnerismo; y otros que postulaban meramente un reparto más plural, que actuado por CFK concluyó en un frente que voló a alturas que sorprendieron.
Entregado a la misma reflexión, el establishment podría revisar el nivel de arrastre pichettista para determinar con buenas razones si desea aislarse o intervenir con trascendencia.