Histórica y emocionante defensa de la universidad pública contra la motosierra irracional
Más de un millón de personas se movilizaron en todo el país contra el desfinanciamiento del Gobierno. El epicentro de la Plaza de Mayo convocó 800.000 almas en la concentración más transversal y multitudinaria en muchísimo tiempo. Relato en primera persona del tremendo golpe político que abre un nuevo escenario hacia adelante.
Las emociones, sobre todo cuando son tan profundas como las vividas en la tarde de este martes, difícilmente pueden narrarse buscando objetividad y en tercera persona. Por eso estas líneas no perseguirán tanto el tono o el rigor periodístico, como sí el intento por transmitir la sensación generalizada y transversal que dejó la Marcha Federal Universitaria. Porque lo de esta tarde en la Plaza de Mayo y sus alrededores no puede dimensionarse desde otro lugar que no sea el de la emoción. Emoción por un pueblo vivo y que late aguerrido en la defensa de sus derechos. Emoción de ver a todas las generaciones de un país luchando juntas por su futuro. Emoción porque Argentina siga siendo un faro en el mundo por su sistema educativo, en tiempos donde se nos mira por las actitudes payasescas de un presidente insensible.
“¿Vas a la marcha hoy?” me dijo Ale, trabajador del garaje donde guardo mi auto, que apenas sabe escribir, al que le pagan una miseria y con el que jamás hablé de política. La pregunta me descolocó y me acerqué para profundizar. “Yo lo apoyé a Milei, pero con esto se fue a la mierda. ¿Qué quiere sin educación pública? ¿Qué seamos todos analfabetos y andemos a los tiros? El loco este capaz quiere hacer como en Estados Unidos que hay que pagar, la verdad que estoy re caliente” se descargó.
La simpleza de su postura de ciudadano de a pie, su honestidad brutal y sorpresiva, me hicieron sentir que sería un día histórico y que no habría otra forma de contarlo que desde la propia piel. Porque de alguna forma el ataque a la universidad pública, y a la educación pública en general, que está llevando adelante irracional e insensiblemente el Gobierno, nos unificó a la gran mayoría de los argentinos bajo una misma piel: la de su defensa hasta las últimas consecuencias. No haría falta, entonces, ninguna pretensión de seriedad u objetividad. En esto todos sentimos igual, y hoy quedó demostrado.
El Gobierno cometió un error político gigante. Su relato anti casta, de curros y privilegios, no tiene la misma verosimilitud lanzado contra la comunidad universitaria que contra los políticos, los sindicalistas o hasta los medios de comunicación. Tampoco su relato del adoctrinamiento es verosímil para la mayoría de la sociedad, y esto se debe a una característica medular de la universidad pública argentina: su profunda extensión en la experiencia directa o indirecta de la gran mayoría de la población.
Quien no pasó por la universidad pública tiene algún hijo, nieta, amigo, prima, hermano, sobrina o tío que sí lo hizo. Y en ninguna mesa familiar argentina se escuchó, entre fideos o asado algún domingo, frases como “mamá, hoy un profesor de la facu me persiguió ideológicamente”, o “tengo un docente en la facu que es un ladrón, cobra y no va a trabajar”. Tampoco se conocen docentes ni directivos universitarios que se hayan hechos millonarios con sus cargos. La idea de una casta privilegiada que quiere conservar sus negocios no matchea en la mirada de los argentinos con los docentes y trabajadores de la universidad pública, simplemente porque es una falacia.
Más aún, la universidad pública fue la llave de la enorme mayoría de las familias del país para el ascenso social. En la experiencia propia, en la de sus padres o la de sus hijos, la mayoría de los argentinos sabe reconocer que gracias a la educación superior gratuita y de calidad las posibilidades de una mejor vida aumentan. Y a veces, incluso, sólo residen allí. El Gobierno tocó una fibra sensible y transversal a toda la sociedad, federal e identitaria de nuestra cultura, con el mismo manoseo soberbio, violento e irreflexivo con el que avanza sobre todos los órdenes de la vida nacional. Pero sólo consiguió aglutinar a millones, incluso de su propia base electoral como mi amigo Ale, en el rechazo a la irracionalidad de su motosierra insensible. Por eso lo de hoy sería histórico, y había que estar en la calle.
EL ALEGRE DESPERTAR DE UNA RESISTENCIA
La sociedad venía golpeada por el ajuste, agotada de años de pésimos resultados económicos, y sin una perspectiva clara sobre a qué y cuándo salir a decirle basta a un presidente que prometió sólo castigar a la casta y está llevando a las mayorías a los peores niveles de vida en décadas. Cuando Milei puso en peligro ya no sólo el presente de esa sociedad sino su futuro, con la posibilidad concreta del cierre de las universidades nacionales por falta de presupuesto para funcionar, logró definitivamente lo que tantas veces enunció en campaña: despertó leones.
Detrás de una causa inapelable se alinearon todos los sectores políticos del país menos La Libertad Avanza y parte del PRO, y fundamentalmente la enorme mayoría de una sociedad civil para la que la educación pública es un derecho que Milei prometió no cercenar como objetivamente está haciendo. El desarrollo previo del conflicto hasta llegar a esta tarde fue dando cuenta de cuánto “no la vieron” en el Gobierno, y cuánto sí desde la comunidad académica y la oposición política, que construyeron en los más variados territorios las condiciones para que la marcha federal terminara siendo el golpe político más transversal y contundente que recibió Milei desde su asunción.
Minutos después de saludar a Ale y caminando por la avenida Entre Ríos, a unas 10 cuadras del Congreso ya se respiraba el aroma a la historia. Los micros se agolpaban como podían y la gente copaba la calle impidiendo cualquier circulación vehicular. El protocolo antipiquetes de Patricia Bullrich quedó para el humo mediático frente a la cantidad y diversidad de personas que desde pasado el mediodía comenzaron a arrimarse a la zona del palacio legislativo.
Ya en esas primeras cuadras la emoción me invadía el pecho. Grupos de estudiantes de distintas universidades, colectivos docentes, familias, adultos mayores, trabajadores organizados en sus sindicatos avanzaban en su procesión en medio de un caos de tránsito que no devolvía una sola puteada, más bien todo lo contrario: florecían los bocinazos de apoyo y los saludos de acompañamiento entre los que pasaban de largo.
Ya en la esquina de la Plaza de los dos Congresos no cabía un alfiler. Avanzar en dirección a Avenida de Mayo era una utopía que la gente encaraba con alegría a pesar de los apretujones, empujones y la sensación de que llegar a cualquier lado era imposible. Las personas reían, se saludaban, se encontraban con compañeros de alguna facultad, de algún trabajo, de alguna militancia, o simplemente compartían la emoción de sentirse viviendo un momento histórico.
Todo era caos y mezcolanza. Las columnas se entreveraban en una anarquía nunca vista en una concentración así. Sobre la calle Yrigoyen, pegados unos a otros, convivían La Patria es el Otro, la organización de Andrés Larroque y algunos intendente bonaerenses, con el Partido Obrero. Un poco más adelante, una columna de camioneros, trabajadores de los mejores pagos del país, se mimetizaba con los laburantes informales organizados en la UTEP. La Cámpora, por una lateral, esperaba su momento para entrar a la plaza, mientras una columna de la CGT inmovilizada a unos metros contaba infructuosamente los minutos para empezar a caminar. Todos juntos, todos mezclados, todos con más de una columna desperdigada por las decenas de cuadras a la redonda que ocupaba la concentración. Todos unificados en la resistencia.
DE LIBROS Y CARTELES
¿Cómo hago para contar esto si apenas puedo moverme? La pregunta me cruzó la cabeza más de una vez hasta que una escena me dio una respuesta. Dos docentes de guardapolvo se cruzaron de casualidad, al parecer se conocían y una le dijo a la otra: “¿Con qué partido viniste?”, a lo cual la otra respondió “sola, pero en realidad lo traje a Perón”. Entre risas, la docente levantó un ejemplar de “La comunidad organizada” que tenía en sus manos. “Yo manual de matemáticas”, respondió la otra también sonriente.
De ahí en más no pude despegar la vista durante un buen rato de los libros que las personas llevaron consigo a la marcha, como una marca de identidad, una especie de DNI que decía tanto de ellas como de su vínculo con la universidad pública. La Constitución Nacional rankeó alto en el conteo y podría decir que fue la biblia de la jornada. Paula, una señora de 65 años, tenía una apretada contra el pecho: “la traje porque la están pisoteando los que dijeron que venían a reconstruir la República”, respondió a mi pregunta de por qué su elección. María, su amiga abogada recibida en la UBA, la acompañaba con un “Manual de Derecho Procesal Civil”.
Un poco más adelante Laura llevaba el “Seminario 10” de Lacan, que trata sobre la angustia. Psicóloga egresada de la UBA, explicó que “tiene muchas elementos significativos para pensar y atravesar lo que estamos viviendo hoy”. Otros se inclinaban por la literatura, como Ernesto, un estudiante de 23 años de letras que llevaba “El libro de los abrazos”, de Eduardo Galeano, o Ricardo, que iba con un ejemplar de “Rayuela” y lanzó al pasar que lo eligió “por caótico y hermoso, como esta marcha”.
Un grupo de jóvenes sintetizaba la diversidad de la concentración. Marcela, estudiante de magisterio, cargaba “La pedagogía del oprimido”, de Paulo Freire. Su amigo Manuel llevaba un “Manual de Medicina”, carrera que estudiaba en la UBA. Y Josefina, con guardapolvo de maestra jardinera, mostraba orgullosa su ejemplar de “Un elefante ocupa mucho espacio” el clásico infantil de Elsa Bornemann que la dictadura del 76 prohibió en el país.
La pluralidad era inabarcable y se reflejaba también en los carteles de diferentes tamaños, plagados de consignas políticas y personales que servían a modo de resumen del sentir popular en la marcha. “Soy la primera generación universitaria de mi familia, ¿también soy casta?” levantaba un joven en una esquina. “Eso de que los hijxs de lxs trabajadores no llegan a la universidad no es un diagnóstico, es un plan de gobierno” enarbolaba una mano justo debajo del rostro de Evita en el edificio de Desarrollo Social, sobre la 9 de Julio.
“Soy la suma de todos los docentes que pasaron por mi vida, mirá si no voy a marchar!” sostenía un brazo tatuado junto a una gorra de la selección a metros del escenario en Plaza de Mayo. Otras frases se repetían en el pasar de las cuadras: “La conquista más grande fue que la universidad se llenó de hijos de obreros”, volvía a traer a Juan Perón a la marcha; “que los privilegios no te nublen la empatía”; o la clásica “la universidad pública no se vende, se defiende”. En sus libros y carteles, el pueblo argentino llevó su esencia a una cita con la historia.
DE ESTUDIANTES Y DOCENTES
Cruzando la concentración de punta a punta llegué en un momento a la columna de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, la casa de estudios que me formó como profesional y como persona. Allí se multiplicaron los abrazos emotivos con ex compañeros y docentes sin los cuales las visiones del mundo y de la sociedad que hoy defiendo quizás no se habrían desarrollado en mí. Pensé también en otros profesores y compañeros importantes en mi vida y me imaginé con todos ellos peleando por el presente y el futuro de la educación argentina.
Un poco más adelante, el corazón ya colmado de emoción terminaría de rebalsar al cruzarme a Agustina y Santino, dos ex alumnos a los que tuve entre tercer y quinto año de la secundaria, hoy estudiantes de Comunicación y Agronomía. “Qué bueno verte acá, gracias por venir profe” terminó ella después de unos minutos de charla e intercambios sobre cómo estábamos viendo la situación y lo impactante de la marcha. Sentir ese círculo cerrarse, de docentes y estudiantes defendiendo algo tan único y sagrado para nuestra cultura y nuestra historia como la educación pública, me terminó de convencer de que no habría otra forma de narrar lo vivido esta tarde que no fuera desde la emoción y en primera persona. Porque habrá millones de historias como esta, pero todas confluirán inevitablemente en el sentir que hoy el pueblo argentino se encontró y latió al unísono por uno de sus valores comunes más universal y preciado, sino el que más.
La educación pública es la historia de la Argentina. Lo que nos distinguió y nos distingue internacionalmente, regionalmente, lo que nos convirtió en el país latinoamericano del ascenso social y la clase media, lo que nos enorgullece como sociedad, hoy está en riesgo como tantas otras veces. Y como todas esas otras veces, el pueblo salió a la calle para defenderlo, y volverá a hacerlo tantas veces como sea necesario. El Gobierno deberá tomar apuntes y estudiar.