Se cumplen cuatro décadas de un momento histórico para la sociedad argentina, pero los legados que creían sólidos de aquella jornada del 30 de octubre de 1983 hoy penden de un hilo. Ese día, Raúl Alfonsín se imponía en las urnas al peronista Ítalo Luder y se convertía en el presidente de la vuelta de la democracia, que aquel domingo electoral confirmaba como un hecho tras la más sangrienta dictadura cívico militar de la historia del país. Cuarenta años después, ese sistema de libertades y derechos que tanto sufrimiento le costó recuperar al pueblo argentino, aparece amenazado por los emergentes nacidos de sus propias limitaciones para resolver los problemas cotidianos de las mayorías.

A una semana de las elecciones generales que consagraron como a Sergio Massa y determinaron una segunda vuelta electoral frente a Javier Milei, la implosión de Juntos por al Cambio tras el pacto entre gallos y medias noches de Mauricio Macri y Patricia Bullrich con el libertario reconfiguró el sistema político argentino. En su ambición por el poder a como de lugar, Macri se sacó de encima a los sectores más dialoguistas y democráticos del frente para aliarse sin reparos con el ganador de las PASO e intentar condensar el voto anti K para la segunda vuelta. Tras su discurso pseudo republicano y de supuesta defensa de la libertad, la nueva alianza esconde un fuerte desprecio por la democracia que expresó de múltiples maneras, desde los agravios sin límites a todo lo diferente hasta los pactos espurios arrogándose la representación de más de seis millones de votantes sin siquiera  consultarlo con el resto de JxC. Pero entre todo eso, en estos días emergió una de las jugadas más riesgosas.

Este fin de semana comenzó un fuerte operativo por instalar la idea de un fraude electoral en los comicios del domingo, con la clara intención de generar un clima de desconfianza de cara a lo que pueda suceder el 19-N. Si bien no algo nuevo, el propio Milei afirmó tras las PASO que le habían robado cinco puntos en el escrutinio, esta vez los riesgos se proyectan hacia unos comicios que pueden llegar a ser en extremo ajustados y en los que, una diferencia corta entre ambos contendientes y en este clima, puede generar consecuencias incalculables hoy por hoy.

El operativo comenzó el mismo día de las elecciones. Desde La Libertad Avanza varios referentes pretendieron instalar la idea de irregularidades en su contra en distintos puntos del país, y el espacio habilitó una web no oficial para que los votantes realizaran denuncias por ese medio. La Cámara Nacional Electoral debió interceder aclarando que las denuncias debían realizarse a través de los medios oficiales, pero el circo armado les permitió a los libertarios comenzar a instalar un clima.

Tras el bombazo del resultado y unos primeros días convulsionados por la nueva alianza de ultraderecha y la fractura de JxC, en los últimos días la agenda del fraude comenzó a retomarse por parte de voceros mediáticos que responden al ex presidente y son estrellas en el canal LN+. Luis Majul habló este domingo en su programa del prime time de “micro fraudes” electorales el domingo. La denuncia la impulsó su compañero de programa, Luis Gasulla, quien afirmó que La Libertad Avanza prepara un informe con supuestas 1700 irregularidades sucedidas el domingo electoral. Otros comunicadores declaradamente macristas como Jonathan Viale, se sumaron a difundir la versión libertaria.

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X de Jonatan Viale

En concreto, la acusación pasa por supuestas diferencias entre las actas de fiscales en las escuelas y los telegramas que se transmitieron luego al centro de cómputos. El argumento resulta falaz, en tanto existe una instancia final de escrutinio definitivo en la cual, si hay una diferencia de esas características, los frentes pueden solicitar la apertura de las urnas en cuestión y saldarlas. Por supuesto, hasta ahora las denuncias sólo fueron mediáticas y nada de eso llegó a la justicia, al igual que en las PASO, lo cual expone la clara y única intención de generar un clima de tensión y confusión frente a un escenario electoral adverso.

De hecho, nuevamente la Cámara Nacional Electoral debió salir a responder a la maniobra de la oposición de ultraderecha, emitiendo un comunicado en el que cuestionó “las invocaciones de fraude sin fundamento que en estos días desinforman a la opinión pública y socavan a la democracia”. La Cámara celebró también que desde hace 40 años a la fecha, se llevaron a cabo “33 procesos electorales nacionales íntegros, de diversas características; todos con resultados aceptados y reconocida e indiscutida legitimidad”.

Pero lo peligroso de esta jugada al fleje de la democracia orquestada por Macri y Milei es lo que pueda traer como consecuencias luego del balotaje. Para pensarlo basta remitirse a las recientes experiencias de EEUU y Brasil, donde fuerzas de ultraderecha con las que LLA y Macri no solo simpatizan sino que articulan, generaron un caos social que terminó incluso con represión y muertos producto de exacerbar al extremo y sin fundamentos fraudes electorales que nunca se comprobaron.

En el país del norte que suele preciarse ante el mundo de su condición de defensor de la democracia y la libertad, el 3 de noviembre del 2020 Joe Biden derrotó ampliamente a Donald Trump en las elecciones presidenciales. Por el sistema electoral de EEUU, dicho resultado debía ser confirmado por el Congreso el 6 de enero de 2021, pero aquel día Trump siguió insistiendo con su postura inicial de que la elección había sido “un robo”. Una gran cantidad de seguidores fanáticos del outsider que llegó a la presidencia por el Partido Republicano se congregaron frente a la Casa Blanca y luego marcharon sobre el Capitolio, sede del Congreso donde debía sellarse el triunfo de los demócratas.

Trump agitó las aguas a través de su cuenta de Twitter y los manifestantes chocaron con la policía hasta terminar entrando al palacio legislativo, en un hecho que cuenta con un solo antecedente en la historia que data de 1814. Las imágenes dantescas de aquella jornada pasaron a la historia, junto a las cinco personas fallecidas en los incidentes. Donald Trump pidió calma a sus manifestantes una vez desatado el caos, pero en ningún momento dejó de mencionar el supuesto fraude electoral, que luego la justicia norteamericana desmintió categóricamente.

Más cerca en el tiempo y el espacio, también un 30 de octubre pero de 2022, Lula vencía por un ajustadísimo margen de menos de dos puntos a Jair Bolsonaro en el balotaje de Brasil. Bolsonaro sacó a jugar la carta del fraude y se negó a reconocer su derrota, lo cual generó disturbios en diferentes puntos del país, incluso manifestaciones afuera de cuarteles militares pidiendo por un golpe de Estado que impidiera la asunción del presidente electo. El clima se caldeó al máximo y el 8 de enero del 2023 militantes bolsonaristas asaltaron el Congreso, la Casa de Gobierno y la Corte brasilera. La tensión duró todo un día y terminó con más de mil detenidos. Al día siguiente continuaban los cortes de rutas en distintos puntos del país, ante una falta de respuesta por parte del candidato derrotado, que prendió el fuego y escondió la mano.

Los vínculos entre Trump, Bolsonaro, Milei y Macri son explícitos. Las experiencias de outsiders que llegan al poder con el discurso de barrer con cierta casta política los emparenta tanto como sus posiciones anti democráticas, racistas y violentas. Yendo aún más a lo concreto, la campaña de Milei recibió grandes apoyos por parte del trumpismo, y Eduardo Bolsonaro recaló varias veces en el país para apoyar al libertario, incluso el domingo de los comicios.

Los paralelismos encienden alertas porque la hoja de ruta se repite. Agitar el clima contra una supuesta casta o el sistema, denunciar fraudes sin ningún respaldo más que discursos mediáticos y en las redes, tensar el clima social lo suficiente como para tener una última carta en caso de perder las elecciones: directamente impugnar el proceso democrático y convocar a una rebeldía violenta por parte de sus seguidores. ¿Qué sucederá el lunes 20 de noviembre si se da una victoria ajustada por parte de Sergio Massa?

Como contracara, y a pesar de siempre ser acusado de tener poco apego al devenir institucional, el peronismo tiene en su haber al menos un par casos en los que obró con responsabilidad democrática teniendo condiciones como para forzar un escenario diferente. El primero fue el 27 de junio de 2009 y el protagonista fue Néstor Kirchner. En las legislativas de aquel año, Kirchner cayó derrotado por apenas dos puntos frente a Francisco De Narváez en la provincia de Buenos Aires, lo cual significó un sismo político para el entonces líder del kirchnerismo en ascenso.

El golpe electoral se dio apenas un año y medio después de la crisis por la 125 y la pelea con el campo, y el gobierno ya había roto relaciones con el Grupo Clarín, por lo cual la derrota podía ser el inicio del fin del proceso que había iniciado en 2003. Los resultados venían muy ajustados en el escrutinio de aquella noche, sin embargo, alrededor de las 2 de la mañana Kirchner salió a reconocer la derrota públicamente y despejó todo manto de dudas sobre lo que podría pasar luego.

El otro caso es el balotaje del 2015. Con un kirchnerismo en su pleno ejercicio del poder, el ajustadísimo margen de un punto y medio con el que Macri derrotó a Daniel Scioli no fue jamás objetado por el gobierno al que buena parte del establishment tildaba de autoritario, de no respetar las instituciones y de antidemocrático. Sin embargo, el peronismo reconoció la derrota el mismo día de los comicios y la transición del poder se dio sin ninguna turbulencia.

Vale también en este punto recuperar la experiencia de los comicios con Mauricio Macri en el poder, ya que ambos dejaron actitudes totalmente opuestas. En las PASO de 2017, la carga de resultados de la provincia de Buenos Aires comenzó marcando siete puntos de diferencia de Esteban Bullrich con respecto a CFK, y el avance de los datos se demoró intencionalmente durante horas. La población se fue a dormir con la impresión de un Cambiemos ganador, dato que cambió bien entrada la madrugada dejando a la actual vicepresidenta primera por un ajustado margen. El impacto ya estaba generado y pocos recuerdan aquella elección como un triunfo de CFK.

En las PASO del 2019 el macrismo recibió un golpe tan duro que el propio Macri tuvo que protagonizar un papelón democrático de niveles históricos. El ex presidente salió a hablar en su búnker antes de que se dieran a conocer los resultados y le pidió al país que se fuera a dormir para seguir trabajando al día siguiente por una remontada. Macri no se bancó la foto con los 15 puntos de diferencia que los Fernández le habían sacado, y rompió todo tipo de protocolos y normas de buena costumbre democrática con tal de ahorrarse ese momento. Al día siguiente, Macri dio la orden de que el Banco Central no interviniera en el mercado de cambios, permitiendo de hecho una devaluación que llevó el dólar de 45 a 60 pesos, algo por lo que luego responsabilizó al voto de la ciudadanía.

Los personajes de estas historias se entrecruzan y se repiten. Los comportamientos presentes y pasados de Macri y Milei obligan a encender alarmas sobre lo que pueda acontecer el 19-N y después. Los ejemplos de EEUU y Brasil vuelven urgente la necesidad de desmontar los cantos de sirena que denuncian sin sustentos supuestos fraudes de un sistema que viene solidificándose hace cuatro décadas, y que ni en los peores momentos económicos e institucionales del país fue puesto seriamente en duda. La democracia cumple 40 años y exige y merece un respeto que quienes la desprecian no brindarán, por lo que el esfuerzo y la responsabilidad de quienes sí la valoran deberá ser el doble.