Argentina parece mirarse en el espejo de 1989. Mientras se anuncia el dato del aumento de la pobreza sin propuestas para reducirla, la deuda bruta asciende a 332 mil millones de dólares. Sólo en 2018, la brecha de ingresos que separa a los más ricos de los más pobres se incrementó de 17 a 20 veces. La disparada del dólar no cesa y caen la industria, la construcción, la venta de lácteos y el consumo de carne. Valga este puñado de datos para reconocer una realidad incuestionable: el próximo presidente o presidenta será un administrador de la escasez.

Con este telón de fondo comienzan a librarse las disputas en el escenario electoral de cara a los comicios de octubre. Si bien el horizonte es incierto, podemos reflexionar sobre los últimos movimientos que desplegaron los protagonistas de esta larga carrera.

En los presidencialismos, los aspirantes a ocupar la máxima investidura deben competir por los votos de la ciudadanía en una elección, y no esperar una coronación. Esto lo saben muy bien Sergio Massa y Juan Manuel Urtubey, que reniegan de la posibilidad de desistir de sus propias candidaturas para encolumnarse detrás de la figura de Roberto Lavagna.

El líder del Frente Renovador y el gobernador de Salta acordaron competir al interior de Alternativa Federal y fortalecer los cimientos de ese espacio, pero se diferencian en sus estrategias. Mientras Massa comenzó su campaña con un fuerte mensaje de unidad que no menciona a Cristina Kirchner pero mira a los ojos a sus votantes, Urtubey rechaza el diálogo con los referentes de Unidad Ciudadana. El ex-intendente de Tigre parece asumir de esta forma la tesitura que el electorado está en gran medida loteado y que la angosta avenida del medio podría ser un callejón sin salida si no se despliega una batería de incentivos para que el votante kirchnerista vea en su figura la llave para cerrar el ciclo político abierto en 2015. 

En este contexto, Lavagna afronta el desafío de refutar a quienes señalan que su candidatura es un experimento de laboratorio de un grupo de empresarios y sindicalistas. El primer dato no es alentador. Su intento por generar un consenso social alejado de las estructuras partidarias choca con la experiencia de nuestra historia: en Argentina, ningún presidente accedió a su cargo renegando de los partidos. Lo más cercano a un outsider fue Mauricio Macri, que llegó desde sus empresas y el fútbol, pero también de dos años como diputado nacional y dos periodos al frente de la jefatura de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Más aún, en la peor crisis de nuestra historia, el “que se vayan todos” terminó con un presidente que había gobernado su provincia por más de una década. Hoy, la mayor parte de los gobernadores mantienen un alto nivel de aprobación. No parece entonces que estén dadas las condiciones para competir por fuera de las estructuras tradicionales y apelar a un clamor social que no se asemeja en nada al de 2001.

El ex-ministro de economía se encuentra así frente a una encrucijada: puede sumarse a la disputa por ser quien represente más fielmente el deseo mayoritario de la sociedad por un cambio de rumbo (sea en una gran primaria de la oposición o en los confines de Alternativa Federal), o limitarse a encabezar la boleta del socialismo santafesino y sectores del progresismo, un ensayo más modesto incluso que su propia candidatura en 2007.

Por su parte, la estrategia de Unidad Ciudadana está orientada a generar las condiciones para una PASO de la totalidad de la oposición, algo improbable por estas horas. Emergen, dentro y en los bordes de las fronteras del kirchnerismo, los nombres de Agustín Rossi, Daniel Scioli y Felipe Solá. La moneda al aire de la candidatura de CFK puede caer del lado del renunciamiento, y con un poco de trabajo esos votos podrán ser heredados, preferente pero no exclusivamente, por ellos mismos. Un tiro a múltiples bandas que no por eso merece desestimarse.

Mientras tanto, la alianza oficialista se encamina a resignarse a la obsesión reeleccionista de Macri, que hace poco planeaba afrontar un trámite electoral y hoy es catalogado como un lastre por sus propios adherentes. Por ello la oposición puede replicar a nivel nacional experiencias exitosas en varias provincias en las que la unidad del peronismo y aliados o el acuerdo de competir en primarias permitieron obtener triunfos holgados o presentar una oferta competitiva, como en San Juan y en Santa Fe. En ese desafío depende de sí misma, que no es poco.


*Politólogo (UBA/UTDT). Docente universitario (UBA/FLACSO/UNAJ). Actualmente se desempeña como asesor en el Senado de la Nación. Twitter: @mariano_montes