El discurso de CFK del jueves inauguró formalmente una nueva etapa en el debate público argentino, que se viene amasando desde la derrota de ella en las elecciones legislativas de 2017, e ilustró un contraste potente con la dinámica en la que sigue encerrado el macrismo que se expresó feamente el mismo día por la mañana. En efecto, aunque hacia el mediodía el presidente Mauricio Macri se refirió al ataque sufrido por el diputado radical Héctor Olivares con prudencia y sensatez, que su ministra de Seguridad Patricia Bullrich haya hablado de mafias, con la connotación que para el cambiemismo ha adquirido esa palabra, cuando todo indica que se trató de un ajuste de cuentas personal; y que sus fierros comunicacionales se hayan activado con evidente coordinación para instalar sensación de violencia política (se llegó a hablar de México y de Colombia, y de setentismo) y atribuírsela al kirchnerismo, confirma una vez más (pese a que no hacía falta) que todo lo que le queda al oficialismo para sobrevivir electoralmente, sin nada positivo para mostrar, es apostar a la grieta, en la que jugarían el rol del mal menor frente a adversarios que no serían tales sino fenómenos delictivos para los que la política es mera excusa.

Más allá de algunos pocos imbéciles que hostigaron a una periodista del Grupo Clarín que cubrió la presentación de su libro, Cristina Fernández de Kirchner dibujó con sus palabras un rumbo que la ubica completamente por fuera de la polarización disputada de ese modo. Siempre habrá confrontación de proyectos, pero es cierto que cierta autonomización de la pelea respecto de los intereses que expresa tal vez ocultó esto último, que es lo esencial, durante cierto tiempo, y que ello le quitó al kirchnerismo la posibilidad de construir mayoría. Sin abjurar de lo programático, con un mejor manejo de su imagen (haciendo silencio por largos ratos en 2018) y de sus relaciones con la dirigencia justicialista y, todo sea dicho, gracias a la enésima comprobación de la inviabilidad de un esquema como el que puso en marcha Macri, la senadora reconstruyó expectativas.

Si bien está claro que el Presidente era una presencia que sobrevolaba el acto en la Sociedad Rural todo el tiempo, la decisión de su antecesora de no nombrarlo importa un simbolismo potente. Si hacía falta despersonalizar y reposicionar en primer plano a la confrontación de ideas para recuperar alianzas, exponiendo que es más lo que puede vincular en oposición a la actualidad de lo que separó en el pasado, CFK hizo el gesto necesario convocando a lo que llamó contrato social de ciudadanía. Con eso, además, hasta aludió a los problemas que la desgastaron y terminaron con el peronismo afuera de Balcarce 50: el antecedente que impulsaron Juan Domingo Perón y su ministro de economía de 1973, José Ber Gelbard, ilusión de acuerdo entre empresariado nacional y trabajadores que cíclicamente recrea el movimiento en el entendimiento que ambos sufren por igual la incompleta independencia del país, tiene siempre en mira como uno de sus objetivos principales a la necesidad de domesticar la inflación relajando la puja distributiva.

Y si el cuco es la Venezuela de Nicolás Maduro, no se privó ni de un mimo a la política económica de Donald Trump horas antes de que Axel Kicillof en Washington asegure que no enamora en Unidad Ciudadana la idea de defaultear. Realismo, a fin de cuentas, ya que la relación con el Fondo Monetario hoy depende más de los humores del presidente norteamericano que de una racionalidad técnica, que de respetarse debería haber dejado a Macri colgado del pincel hace rato. No hay lugar para infantilismos, lo que no significa la sumisión vergonzosa de la actualidad.

En suma, Cristina salió de escena para reingresar igual pero diferente. Vistiendo de otro modo el mismo norte de capitalismo mercadointernista con justicia social. En línea con su juego en los comicios provinciales que hubo hasta ahora, en los que se ordenó detrás de figuras ajenas al riñón, cuando le toca aparecer también se preocupa por ofrecer otra cosa: si en 2015 Macri esperanzó y no se quedó con lo vieja que sonaba la canción K, hoy esos términos se han invertido, y quien sólo tiene reiteración en sus góndolas es la CEOcracia. La omisión del apellido del jefe de Estado en su alocución hasta hace juego con las presiones de quienes aún apuestan por Cambiemos pero quieren otro/a postulante. La batalla hoy es otra alertan en el Instituto Patria. Y como si uno no quiere, dos no pueden, tal vez en Olivos tendrán que reconfigurar su GPS, siendo que no disponen de otra receta que la de asustar con algo que ya no es lo que evocan.