Un desafío para todos
En política todo dura nada, y al día siguiente todos los males que dejó el macrismo estarán allí para hacerse sentir
Teniendo al alcance de la mano triunfos en la principal batalla que se planteó, la renegociación de la deuda externa; y en la que le tocó, la pandemia COVID-19, Alberto Fernández podrá decir, legítimamente, que ha iniciado su gobierno con éxito. Pese a condiciones muy adversas, por el desastre que heredó de Mauricio Macri, por un mundo de por sí complejísimo, por la convicción reaccionaria del establishment argentino y porque toda certeza se esfumó con el virus a poco de haber asumido el Presidente, si ambas salen bien, no será poco mérito.
Pero en política todo dura nada, y al día siguiente todos los males que dejó el macrismo estarán allí para hacerse sentir, inevitablemente agravados por el nuevo coronavirus.
Si la decisión del gobierno nacional es avanzar en el mejoramiento social de lo que recibió, está claro que tendrá problemas. Hay enfrente uno de los marcos más reaccionarios a nivel global, y eso que hay para comparar. A veces el Presidente peca de concesivo con quienes, lejos de calmarse con esos gestos, aceleran aún más en su deriva gorila. Y tan cierto es que el diseño FF se craneó para otro mundo, como que la guerra sanitaria proveyó a Olivos del poder que le negó el tipo de destrucción heredada, por haber barrido su antecesor los escombros bajo la alfombra el pasado 10 de diciembre. Las imágenes del 19 y 20 de diciembre de 2001 les ahorraron a Eduardo Duhalde y a Néstor Kirchner muchas explicaciones, todo era demasiado evidente. El default que debió reconocer Adolfo Rodríguez Saá en su brevísima gestión les sirvió al santacruceño y a Roberto Lavagna para ablandar a los acreedores en el canje de 2005. Alberto no contó con eso, pero la pandemia le dio una oportunidad, que con habilidad supo capitalizar, pero que se le escurriría entre los dedos si no la utiliza.
La sola mención de que debería discutirse una compensación al Estado por las ayudas que durante la cuarentena reciben empresas que no la necesitan o una contribución extraordinaria de los grandes patrimonios del país dan cuenta del grado demencial con el que se lidia. Pero el escasísimo predicamento que –dado el fracaso CEOcrático- conserva la fracción partidaria representativa de esos intereses les pone límites a sus bravuconadas. Fernández debe terminar de convencerse de que hoy no enfrenta más límites que los propios de la formación de la generación dirigencial a la que pertenece frente a un mundo nuevo. Y sus militantes menos complacientes, pensar de qué modo empujan, al interior de la coalición que integran, una estrategia que sostenga en el campo de lo real las decisiones más jugadas que se esperan.