El triunfo de Sergio Uñac en San Juan no agrega nada, sus efectos estaban descontados desde el éxito en las PASO locales en marzo. Tampoco que, al emitir su voto, haya elogiado a la fórmula Fernández-Fernández: ya lo había hecho -vía Twitter- el día que se anunció la novedad, y a mitad de semana con mayor contundencia en un acto de campaña. Sí destacó su saludo al candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, lo que da cuenta de la buena marcha del complejo mecanismo de negociación en base al cual se diseñaron las ofertas del peronismo.

Es menos probable que el último ministro de economía de CFK haya sido designado por “lo que mide” (no se usó el mismo criterio para quien encabeza la boleta presidencial), que como contraprestación que recibe la senadora por su corrimiento a un costado. La alternativa descartada de Martín Insaurralde seguía idéntica lógica, pero a la inversa: pluralizar la construcción, en vez de nacionalmente como finalmente fue, en la provincia más grande. Era un secreto a voces que, si cedía como lo hizo, a Cristina se le abriría la posibilidad de poner a alguien de su riñón al tope de la boleta del territorio en que reside su fortaleza máxima.

Por supuesto que Kicillof tiene méritos. Su caminata sin descanso, sobre todo por el interior de Buenos Aires, cuya agenda venía pidiendo pista, le significó ganarse un lugar en la política provincial. No se quedó en la preferencia de la conducción, sobre la que nadie duda. Mientras él acumulaba kilómetros, Insaurralde y los intendentes que lo impulsaban como síntesis del espacio que bien se han ganado pero al que siempre le faltan cinco para el peso, se quedaron quietos esperando la inevitabilidad, a cambio de la cual se cansaron de pedir por la ex presidenta. Sucedió que el interior también cuenta, y pagó más la audacia de ceder, como en los pagos.

El producto final es más amplio que el de cuatro años atrás, el entusiasmo para con el mismo es también muy superior y el disparo final de CFK con la nominación de Alberto Fernández tiene por virtud haber liquidado al peronismo del centro, justo cuando, luego de la victoria cordobesa de Juan Schiaretti, se creyó que comenzaba en serio la edificación de una tercera vía. Aquello que nació, como bien ha explicado Sergio Massa, como paragua de los gobernadores, al arreglar estos con el Instituto Patria por cuerda separada, ya no tiene otro sentido que el rencor de algunos de sus miembros con Cristina, tan pequeño como el porcentaje de ciudadanos que prefieren para canalizar el mismo sentimiento ese vehículo en detrimento del que originalmente se tramó a tal fin (Cambiemos).

Uñac, Kicillof, la desesperación de las colectoras y el ocaso de la avenida del medio

Uñac era otro en quien se confiaba para empujar la nave del justicialismo no-kirchnerista. Se pensaba (¿o se deseaba?) que su suceso en San Juan podía capitalizarse en forma de aporte a Roberto Lavagna, o bien con él mismo capitaneando. En cualquier caso, se buscaba obturar el vínculo entre Unidad Ciudadana y los peronismos provinciales. Pero la eliminación del Colegio Electoral en la reforma constitucional de 1994, que cristaliza el peso de la densidad demográfica del AMBA, es impiadosa con los gobernadores. Escalar les es prácticamente imposible.

A favor del sucesor de José Luis Gioja, nunca compró la idea de ir a una conflagración contra una CFK cuya resiliencia electoral es altísima como para excluirla, lo que el sanjuanino siempre desaconsejó, aunque proponía una arquitectura que la incluyera tanto a ella como a Lavagna, algo que a fin de cuenta se reveló como un coctel impracticable. La decisión del hombre que calza sandalias con medias de funcionar por fuera del PJ hizo el resto: las últimas declaraciones de Uñac a favor de la unidad borran cualquier vestigio peronista de la angosta avenida del medio, aun cuando algunos dirigentes sueltos puedan insistir, por anticamporismo emocional.

Uñac, Kicillof, la desesperación de las colectoras y el ocaso de la avenida del medio

Volviendo a Kicillof, cumple con el requisito de negar al adversario márgenes para operaciones como la que sufrió Aníbal Fernández en 2015, para beneficiarse del arrastre que siempre los postulantes presidenciales derraman sobre la provincia de Buenos Aires. Independientemente de la falsedad de aquella denuncia, la verosimilitud construida contra el quilmeño fue un ángulo descuidado, que facilitó la extrañeza de ese corte inédito. Esta vez se toman precauciones. Carlos Pagni ya varias veces ha advertido que con el economista no será posible repetir aquello.

Si algo faltaba para confirmar que las expectativas cruzaron la vereda, lo confirman los rumores acerca de la posibilidad de que María Eugenia Vidal cuelgue su candidatura a gobernadora de todos los candidatos no kirchneristas, y no sólo de Macri. Se haya tratado de una torpeza lógica en un contexto en que el oficialismo no pega una, de una maldad con que Marcos Peña castiga a su rival interna para contagiarla de los mismos males que aquejan a su jefe, de un manotazo de ahogado de La Plata, o bien de un poco de todo, lo cierto es que el fracaso expuso el mito de una Vidal locomotora imparable: al revés, anda necesitada de que la arrastren a ella.

Si bien el resultado final a nivel nacional es aún incierto, nadie pone seriamente en duda que Alberto Fernández vencerá a Macri en provincia de Buenos Aires en la primera vuelta, y con mayor holgura de lo que lo hizo Daniel Scioli en 2015. Con, se reitera, poca tendencia al corte de boleta allí, y sin la opción de repetir la operación Morsa, que motivó la única excepción a dicha regla, el vidalismo desempolvó el expediente Carlos Ruckauf. El ex vicepresidente de Carlos Menem ganó el sillón de Dardo Rocha en 1999 pese a la derrota en dicha provincia de Eduardo Duhalde a manos de Fernando De La Rúa porque jugó también como candidato de Domingo Cavallo.

Uñac, Kicillof, la desesperación de las colectoras y el ocaso de la avenida del medio

Y aún si hubiese balotaje, es innegable el efecto perjudicial que para Macri tendría en términos de clima político una eventual victoria bonaerense del último jefe de hacienda del kirchnerismo, como lo tuvo para Scioli la sorpresiva caída anibalista en su momento. La cercanía de este intento con el congreso del Frente Renovador que mandató a Massa a acordar con el kirchnerismo un frente antimacrista no deja lugar a dudas: esas sintonías duelen en Olivos, y se exploró obstruirlas. Idéntico objeto había llevado a prohibir las colectoras, prueba de la conveniencia de reunificarse.

Es poco probable que eso sucumba por un ardid de superestructura: así como el tigrense corre riesgo de quedarse sólo si desoye a sus bases, menos impacto tiene allí la bravuconada de un oficialismo en declive que como en arenas movedizas sólo logra hundirse más cuando procura levantarse: por abajo, los peronismos ya se están reencontrando, al margen de la cobertura o no que puedan tener. El Presidente apenas puede aspirar a estirar una agonía próxima a lo irremediable. Los trucos cada vez duran menos porque es lo obvio cuando la SUBE canta números negativos. La economía impone sus condiciones y entonces no toda iniciativa es virtuosa per se.

Demasiada roncha, para ser tan malo despertó el ajedrez de la vieja sola, pobre y enferma. La racionalidad se impone, como era de suponer, al amateurismo y los rencores.