El próximo gobierno estadounidense agravará la situación del país y la región, precisamente por el lema de campaña de Donald Trump sobre hacer grande a EEUU (América) otra vez, o “Make America Again Great”. En rigor, cualquier gobierno, sea demócrata como el de Biden-Harris, o republicano, como Trump-Vance, ejercita políticas de beneficio “nacional”, aun cuando se disfracen de “cooperación internacional”. No hay dudas que Trump intentará potenciar su lógica “proteccionista”, en un nuevo intento de repatriar inversiones que tuvieron destino global en tiempos de la mundialización con que operó la economía mundial luego de los 80 del siglo pasado, más aún con la caída de la Unión Soviética hacia 1991.

Desde la primera presidencia de Trump en 2016, EEUU consolidó una estrategia de reversión de la tendencia a la globalización, especialmente para frenar el avance de China sobre la economía mundial, y en particular, sobre la región latinoamericana y caribeña. Es algo que se expresa en crecientes sanciones unilaterales hacia el gigante asiático y por variadas razones, a otros países, que, además, respondieron con asociaciones estratégicas, caso de Rusia, Irán, o en la región, Cuba o Venezuela. Son situaciones que inducen debates sobre la unilateralidad de la dominación estadounidense en el capitalismo mundial, o nuevos fenómenos que aluden a la multipolaridad de las relaciones internacionales.

Trump reivindica una posición “nacionalista” y aun cuando seguirá condicionado por los intereses globales de la clase dominante de EEUU, sea en Ucrania o en medio oriente, intentará privilegiar medidas orientadas a satisfacer la demanda interna por empleo e ingresos en un tiempo de desaceleración de la economía en su país y en el mundo.

ECONOMÍA Y POLÍTICA

En ese sentido vale interrogarse si Trump desvinculará, y cuanto, el sostenimiento de la militarización mundial con base en el presupuesto estadounidense.

Pero, no solo se trata de “economía”, sino también de “política”, lo que nos lleva a preguntarnos sobre los alineamientos que se promoverán desde Washington en la región y en el mundo. De hecho, el gobierno argentino ha manifestado la voluntad de afianzar el liderazgo de Trump para consolidar una estrategia de las derechas mundiales. Resulta de interés considerar como se procesarán esas definiciones desde gobiernos con discursos críticos a esa hegemonía política, casos de Brasil, de México o de Colombia.

Claro que es inseparable la “economía” de la “política”. Trump asume en un momento de crisis capitalista, de desorden respecto del “orden” sustentado en las cadenas globales de valor impulsadas por cuatro décadas desde la modernización china desde 1978 y el desarme del “socialismo” en el este de Europa en la década del 80 del siglo pasado.

¿Qué orden se promoverá desde la Casa Blanca? En la respuesta subyace la contradicción entre los capitales más concentrados que demandan un Estado que favorezca la liberalización de la economía y aquellos que animan una acumulación centrada en la promoción del empleo y la producción nacional.

Es probable que el tema no se resuelva en un solo sentido, y con el apoyo de Elon Musk, incluso como funcionario para la desregulación y la eficiencia del Estado, se estimule una mayor proyección global de las empresas tecnológicas que disputan la hegemonía en el desarrollo de las fuerzas productivas contemporáneas, al mismo tiempo que se promuevan sectores de impacto en la acumulación y reproducción de la dominación capitalista local.

Incluso, el programa Trump descree de los problemas globales, tal es el caso del “cambio climático” o las “desigualdades” por razones económicas, de género o raza, lo que llevará a profundizar un clima ideológico y cultural favorable a la explotación, la discriminación, el racismo y la xenofobia.

Todo ello lo arrima a las tendencias de ultraderecha que florecieron en la región en los últimos tiempos, sean los Noboa, los Bukele, los Bolsonaro o Milei, quien pretende arrogarse un lugar de privilegio en las relaciones establecidas desde EEUU.

No solo se trata de lograr financiamiento para la Argentina, del tesoro o de influencias en el FMI, sino de avances ideológico políticos en nuevos consensos mayoritarios a favor del “mercado”, la “propiedad privada de los medios de producción” y la libertad de la explotación de la fuerza de trabajo y el saqueo de los bienes comunes.

NECESIDAD DE ALTERNATIVAS

La sola elección favoreció la valorización de los mercados de especulación, entre ellos, aquellos que alientan y estimulan el mercado de las criptomonedas, que florecen en un horizonte de desregulación estatal. La banca en las sombras de los “hedge founds” habilitan expectativas esperanzadas en grandes cambios de política económica convergentes con el programa liberalizador de las ultra derechas, en materia fiscal, comercial, monetaria, especialmente en contra de la regulación bancaria y financiera.

Es una lógica a favor de la ganancia y por menos derechos sociales, de cierre de fronteras a las migraciones impulsadas por la miseria y el empobrecimiento que en el mundo agrava el capitalismo realmente existente.

No se trata de pensar que otro resultado hubiera generado escenarios diferenciados para el conjunto de la región, ya que la política del Estado estadounidense sustenta, más allá del voto azul o colorado, intereses estratégicos del capital concentrado de origen en el país del norte.

El triunfo republicano alienta las versiones más reaccionarias, aun cuando desde la Argentina, por ejemplo, se levante un programa aperturista y de liberalización a ultranza.

Los nacionalistas de derecha en la región, y los liberalizadores extremos disfrutan el éxito de Trump en un imaginario de vientos que soplan a favor de sus programas, insistamos, aun contradictorios entre sí.

Por eso, la elección estadounidense agrega incertidumbre a la realidad de nuestros países y convoca a discutir la crisis civilizatoria que induce estas opciones de gobierno orientadas a la derecha del arco político y pensar en la necesidad de nuevos proyectos para rumbos alternativos y más allá del capitalismo.